Dice Patrick Deville: "Considero la medicina un sacerdocio, como ser pastor espiritual. Pedirle dinero a un enfermo para sanarle es un poco como decir: la bolsa o la vida". Pues bien, empiezo hoy con una frase que ya no tiene recorrido en estos tiempos, que te guste la medicina no quiere decir que te guste la explotación.

La Medicina, desde tiempos inmemoriales, ha sido considerada mucho más que una profesión; es una vocación, un llamado a servir, aliviar y sanar. Esta concepción, noble y admirable, ha forjado la columna vertebral de una profesión entregada en cuerpo y alma. Sin embargo, este mismo ideal, cuando se eleva a un dogma incuestionable y se explota sin contemplaciones, se convierte en serio problema. La narrativa de la "vocación infinita" y el "sacrificio absoluto" ha llevado a una crisis silenciosa dentro del sector sanitario: el agotamiento extremo, el burnout y la despersonalización. Por ello, es urgente y necesario redefinir esta vocación, incorporando un elemento crucial y a menudo olvidado, los límites. Terminemos con el mito del superhéroe incansable.

La imagen del médico como un ser infatigable, capaz de renunciar a su descanso, su vida familiar y su bienestar personal por el bien del paciente, es un arquetipo profundamente arraigado. Se fomenta desde la facultad, donde las largas jornadas de estudio y prácticas son un rito de iniciación, y se consolida en la residencia, con turnos extenuantes que ponen a prueba la resistencia física y mental.

Este modelo se sustenta en una distorsión peligrosa del concepto de vocación. Se confunde el compromiso con la abnegación total, y la entrega con la anulación del ser. El sistema sanitario, a menudo sobrecargado y con falta de recursos, ha encontrado en este carácter distintivo del sacrificio un parche para sus deficiencias estructurales. Si los médicos están llamados a dar siempre más, ¿para qué invertir en más personal, mejorar las condiciones o respetar los horarios? La vocación, así manipulada, se convierte en la justificación perfecta para la explotación laboral encubierta.

Las consecuencias de este modelo son devastadoras:
  1. Síndrome de Burnout: El agotamiento emocional, la despersonalización (tratar a los pacientes como números o casos) y la baja realización personal afectan a un porcentaje alarmante de profesionales. Un médico quemado es un profesional que ya no puede conectar con empatía, que comete más errores y que sufre profundamente.
  2. Consecuencias para la seguridad del paciente: La fatiga extrema nubla el juicio, ralentiza los reflejos y disminuye la capacidad de concentración. Los límites difusos entre la vida laboral y personal, con jornadas interminables, son un caldo de cultivo para los errores médicos. El paciente, lejos de beneficiarse de un médico sin límites, se ve expuesto a un mayor riesgo.
  3. Fuga de Talentos y abandono de la profesión: Muchos médicos brillantes, al no ver reconocido su esfuerzo ni respetada su vida personal, optan por reducir su jornada, emigrar a sistemas con mejores condiciones o, en los casos más trágicos, abandonar la profesión por completo. La sociedad pierde así inversión pública formada y experiencia valiosa.
Poner límites no es un acto de egoísmo, sino de profunda responsabilidad. Un médico que cuida de sí mismo está en una posición mucho mejor para cuidar de los demás. Estos límites deben construirse en tres niveles:


1. Límites personales: La autopreservación como acto ético
El primer deber de un médico es para consigo mismo. Esto implica:

  • Gestión del tiempo: Defender el derecho al descanso, las vacaciones y la desconexión fuera del horario laboral. Aprender a decir no a cargas adicionales insostenibles no es una falta de compromiso, sino una muestra de inteligencia emocional y profesional.
  • Salud física y mental: Priorizar el sueño, la alimentación y el ejercicio. Normalizar la búsqueda de ayuda psicológica o coaching cuando sea necesario. Romper el estigma de que el médico no puede enfermar o sentirse vulnerable.
  • Vida fuera de la bata: Cultivar aficiones, relaciones familiares y amistades que no estén relacionadas con el mundo sanitario. Esta desconexión es vital para recargar energías y mantener una perspectiva sana de la vida.
2. Límites profesionales: La Excelencia through balance
Los límites en la práctica clínica no restan calidad; la potencian.

  • Límites en la relación médico-paciente: La empatía no debe confundirse con la fusión emocional. Establecer una distancia profesional sana permite tomar decisiones objetivas y evitar el desgaste por compasión. Esto incluye manejar adecuadamente las demandas irrazonables o los comportamientos abusivos por parte de algunos pacientes.
  • Delimitación de competencias: Reconocer los propios límites de conocimientos y derivar al especialista correspondiente es un acto de humildad y profesionalidad, no de debilidad.
  • Comunicación asertiva: Aprender a comunicar los límites de forma clara y respetuosa, tanto a superiores como a pacientes y compañeros. Por ejemplo, "He finalizado mi turno y debo descansar para poder atender con seguridad mañana. Le transfiero al compañero de guardia que continuará su cuidado".
3. Límites sistémicos: La Corresponsabilidad de las instituciones
La carga de poner límites no puede recaer únicamente en el individuo. Las instituciones tienen la obligación ética y legal de crear entornos donde los límites sean posibles y se respeten.

  • Cumplimiento estricto de los horarios: Garantizar que las jornadas no se alarguen de forma sistemática y pagar o compensar las horas extras.
  • Dotación de personal adecuada: Realizar una planificación de plantillas que se ajuste a la demanda real, evitando la sobrecarga crónica.
  • Promoción de una cultura institucional sana: Erradicar la cultura del presentismo y del sacrificio extremo como sinónimo de buen profesional. Implementar programas de apoyo al bienestar mental, promover la conciliación y liderar con el ejemplo desde la dirección.
Es hora de evolucionar hacia un concepto de vocación más maduro, sostenible y, en última instancia, más humano. La vocación del médico del siglo XXI debe integrar el autocuidado como un pilar fundamental. Debe entender que su herramienta principal no es solo su conocimiento, sino su propia persona: su juicio claro, su empatía genuina y su estabilidad emocional. Todas estas cualidades se erosionan sin límites.

Un sistema sanitario que valora y protege a sus profesionales no es un gasto, es la mejor inversión en salud pública. Porque al final, el objetivo último de la medicina es cuidar la vida. Y la vida de quien cuida es tan valiosa e importante como cualquier otra. Poner límites no es traicionar la vocación; es la única manera de honrarla y sostenerla a lo largo de una carrera larga, fructífera y, sobre todo, digna.

Utilizando una palabra muy actual en redes sociales, “vocasión”, no; vocación con límites, sí.