Medicalizar suele valorarse negativamente, al reprobar las intervenciones médicas en situaciones consideradas naturales, no patológicas, suponiendo, ingenuamente, que lo que es natural no puede ser malsano. 

Lo que implica cierto menosprecio por el papel potencial de las enfermedades en la evolución y, desde luego, olvidar que condiciones tan naturales como el parto tienen una significativa probabilidad de generar problemas y complicaciones médicas.

Otras circunstancias, como mejorar el rendimiento o la funcionalidad, que no son de naturaleza patológica, pueden ser objeto de intervenciones medicas favorecedoras. Aunque puedan generar, también, consecuencias negativas. Claro que ninguna actividad médica o sanitaria es absoluta y permanentemente inocua. Todas ellas están expuestas a potenciales efectos adversos.

Perjuicios que no siempre dependen de errores o de negligencias, porque nadie puede garantizar la absoluta y permanente inocuidad de cualquier intervención sanitaria. Lo que no quiere decir que siempre provoque algún daño. Si no que lo puede producir, de modo que, si los beneficios esperables no exceden los potenciales efectos indeseables, lo sensato es no intervenir.

Algo que vale tanto para los problemas patológicos como para los que no lo son, aunque sean susceptibles a las intervenciones sanitarias. Una ambivalencia que ilustra la medicalización del suicidio, que no es siempre ni forzosamente resultado de un proceso patológico. De hecho, puede tratarse de una decisión – no nos atreveríamos a calificar como saludable, aunque la definición de salud resulte elusiva—coherente y responsable, plausible en el sentido original de la palabra. Valoración que no pretende—en modo alguno-- fomentar el suicidio, como parece que se promueve desde algunas redes sociales, sino simplemente explorar las posibles motivaciones de una acción tan drástica. 

Causas o razones --en definitiva, explicaciones-- que pueden ser diversas. Por ejemplo, cuando se padece una enfermedad insoportable, o cuando se considera que la vida ya ha dado de sí todo lo que podía dar. Y también cuando alguien se siente impotente frente a vicisitudes adversas o infortunios graves, incapacidad no atribuible, al menos forzosamente, a ninguna patología mental, aunque se trate de un problema que afecte la dimensión psíquica de la naturaleza humana.

Lo que no significa que una parte, acaso notable, de los suicidios tengan un desencadenante psiquiátrico, que los hace particularmente susceptibles a una atención clínica profiláctica o terapéutica. Si bien no son los únicos que merecen consideración sanitaria, más concretamente, por parte de la salud pública, ya que aun cuando no se asocien directamente a una patología psiquiátrica, constituyen un problema de salud colectiva. Entendiendo la salud como algo distinto de la ausencia de enfermedad, naturalmente.

El caso es que, seguramente debido a la natural tendencia a la supervivencia de todos los seres vivos, incluidos los humanos, el suicidio acostumbra a despertar un rechazo emocional general, repulsa que a menudo se racionaliza al considerarlo antinatural. Una valoración que explicaría el tradicional reconocimiento del suicidio como algo nocivo y, su identificación como patológico por extensión.

Sirvan las argumentaciones anteriores para precisar la adecuación de las recomendaciones sobre el papel de la sanidad en la prevención y el control del suicidio. En primer lugar, porque seguramente algunas decisiones suicidas son respetables, de modo que las intervenciones sanitarias pertinentes no deberían tratar de evitarlas.

De hecho, en diversos países existen disposiciones normativas que despenalizan y regulan el suicidio asistido y la eutanasia permitiendo que otros individuos, entre ellos profesionales sanitarios, proporcionen a quien ha decidido suicidarse, en la mayoría de ocasiones por padecer una enfermedad terminal y un sufrimiento insoportable, los medios necesarios para acabar dignamente con su vida.

Por otro lado, las intenciones suicidas atribuibles a la impotencia o a la incapacidad sin que exista patología psiquiátrica, pueden beneficiarse de un apoyo psicológico asistencial que permita una mejor gestión emocional, aunque, probablemente, bajo una perspectiva más sintomática que etiológica, análogamente a lo que ocurre con la ansiedad y el estrés.

Porque el desasosiego que genera la percepción de impotencia o de incapacidad probablemente tenga su origen en las disfunciones sociales que son las que se deberían modificar, lo cual queda fuera de las posibilidades de intervención asistencial porque requiere transformar los factores determinantes más frecuentes de este tipo de suicidios que son de carácter colectivo y social.

----

* Resulta ilustrativa la ubicación de los suicidas en el séptimo círculo del infierno de la divina comedia de Dante, para quien la violencia contra uno mismo es más grave que la violencia contra el prójimo. Como Tomás de Aquino, que considera que el mandamiento de "amar al prójimo como a uno mismo” obliga a amar y respetar nuestra persona porque refleja la gracia y la grandeza divina.