Hace unos días se ha dado a conocer la creación de la
Fundación Claudia Tecglen.
La Fundación Claudia Tecglen no solo supone el nacimiento de una nueva institución: es el inicio de una forma distinta —más valiente, más justa y más humana— de mirar la
discapacidad.
La discapacidad hay que insistir en que no es sólo un
rasgo biológico, sino una
realidad social. Y la manera en que como sociedad la entendemos, la acompañamos y la atendemos marca la diferencia entre
inclusión o aislamiento, entre
autonomía o invisibilidad, entre
justicia o injusticia.
Durante años, sobre la discapacidad se han levantado silencios.
Silencios clínicos, silencios sociales, silencios incluso bienintencionados… pero silencios al fin y al cabo. Y uno de los más dolorosos ha sido el que ha rodeado el
riesgo de suicidio en personas con discapacidad. Un riesgo real, documentado, sostenido en el tiempo y que, sin embargo, permaneció oculto tras
mitos y falsas creencias.
Ese fue el punto de partida del estudio que se promueve desde la nueva Fundación y que hemos llevado a cabo en el
Hospital HM Universitario Puerta del Sur para sensibilizar y formar a
profesionales sanitarios en la detección del riesgo de suicidio en personas con discapacidad.
La pregunta era sencilla: ¿qué sucede cuando formamos, sensibilizamos y damos
herramientas reales a los profesionales sanitarios para ver lo que antes no se veía?
Y los resultados no dejan lugar a dudas: lo que ocurre tras una formación básica es una
transformación.
Una nueva mirada:
del paternalismo a la comprensión profunda.
Tras la formación impartida a más de 60 profesionales de
HM Hospitales la manera de
entender la discapacidad evolucionó de forma radical.
• La comprensión del
enfoque biopsicosocial aumentó un 42%.
• El reconocimiento del impacto del entorno en el
bienestar emocional creció un 36%.
• La
integración de la voz de la persona con discapacidad se incrementó en un 45%.
En otras palabras, se dejó de mirar “desde fuera” y se empezó a mirar con ellos y desde ellos.
Pero lo más relevante fue el
derrumbe de mitos que durante décadas actuaron como muros:
La creencia de que las personas con discapacidad “se suicidan menos” cayó un 35%; la idea de que “quien lo dice no lo hace”, un 29%; y la negación de que pudieran tener
pensamientos suicidas se redujo más de un 37%.
Esto no son porcentajes, son muros que se caen. Muros construidos con
paternalismo, desconocimiento y una falsa sensación de protección que, sin querer, invisibilizaba sufrimiento real.
En prevención del suicidio, los discursos sirven, pero l
o que salva vidas son los comportamientos. Y ahí es donde la transformación fue más profunda:
• La capacidad para identificar
señales de alarma aumentó entre 28% y 55%.
• La
integración de la familia en el proceso —un elemento decisivo— creció entre 43% y 54%.
• La
incorporación de protocolos subió un 36%.
• La
derivación temprana ante indicios claros aumentó un 33%.
Y es que cuando la
práctica clínica cambia, cambia todo: cambia la intervención, cambia la protección, y a veces, cambia el destino de las personas.
La satisfacción de los profesionales —una valoración global del 96,8% y una
utilidad percibida del 99,2%— refleja que esta formación no solo transmite conocimiento, sino que transforma miradas y
despierta conciencia.
Como ellos mismos dijeron: “me ha removido por dentro”, “ahora tengo herramientas reales”, o “he comprendido cosas que nunca había visto”.
La Fundación nace precisamente para esto: para
romper silencios. Para formar, para
sensibilizar, para acompañar. Para recordar que las personas con discapacidad no solo tienen
derechos sanitarios, educativos o sociales: tienen
derechos emocionales. Derecho a ser escuchadas, a ser reconocidas, a que su dolor no sea negado ni minimizado.
Y aquí la figura de
Claudia es esencial: su testimonio, su fuerza y su compromiso han contribuido a que hoy podamos hablar de esto con la
seriedad y la verdad que merece. Ella ha puesto encima de la mesa algo que la sociedad necesitaba escuchar:que este colectivo es, en realidad, el que más sufre.
Y que ese sufrimiento emocional —silenciado durante tanto tiempo— nos
compromete a todos.
Los resultados demuestran que
la formación salva vidas.
Si esto es posible en un grupo de 60 profesionales, ¿qué podríamos lograr si esta formación se extendiera a cientos, miles, a todos los
ámbitos sanitarios, sociales y educativos de nuestro país?
Imaginemos
hospitales públicos y privados incorporando de forma sistemática esta
sensibilización.
Imaginemos universidades,
colegios profesionales, administraciones y entidades sociales integrándola en su cultura.
Imaginemos una sociedad que deja de mirar hacia otro lado.
Porque la prevención —cuando se hace bien— no es un curso: es una cultura.
Y esa cultura solo la construiremos si todos nos implicamos.
Este es el camino.
Con la
Fundación Claudia Tecglen y con este estudio, damos el primer paso.
Y es un paso firme, urgente y necesario.
Un paso que nos recuerda que detrás de cada dato hay una vida, una historia, un
sufrimiento que debe ser visto y
atendido.
Si queremos una
sociedad más humana, más justa y más
inclusiva, este es el camino.
Por último, una petición: imaginemos que las
administraciones públicas pudieran identificar y dar publicidad al número de personas con discapacidad que se suicidan.
Yo creo que se merecen esa distinción.