Esta frase de Charles de Gaulle, “He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”, resume muy bien lo que pienso sobre meter mano los
políticos en la sanidad; cambias la palabra política por sanidad y todo se entiende mejor.
La
sanidad pública se erige sobre un pilar fundamental: la garantía de un
derecho universal. Sin embargo, en la práctica, este ideal choca constantemente con una realidad compleja y llena de tensiones. Una de las más significativas es la disyuntiva entre dos objetivos aparentemente alineados, pero que a menudo se presentan como contrapuestos: ofrecer respuestas rápidas y de calidad a los
pacientes versus mantener un sistema público robusto, a veces más por inercia política que por
eficacia demostrada.
Para el
ciudadano que espera meses por una
consulta con un especialista, o por una
operación, la respuesta es clara e incontestable: el tiempo adecuado lo es todo. Cada día de espera no es solo una cifra en una lista, es
dolor, es
ansiedad, es incertidumbre y, en muchos casos, es el agravamiento de una patología. Un sistema que no responde a tiempo falla en su esencia. La
eficiencia, medida en tiempos de
diagnóstico y
tratamiento, se convierte en el único baremo válido para juzgar su éxito.
Pero, ¿qué ocurre cuando miramos el sistema desde una perspectiva macro? La
visión política, necesaria para la
gestión de lo colectivo, a menudo prioriza la
sostenibilidad presupuestaria y la estabilidad del modelo por encima de la eficiencia individual. El "sistema público" se convierte en un símbolo, un logro social que debe defenderse a toda costa. El riesgo aquí es que esta defensa se transforme en una
postura ideológica rígida, donde criticar la
ineficiencia o proponer cambios profundos sea visto como un ataque al principio de universalidad. En este escenario, "mantener el sistema" puede volverse un fin en sí mismo, incluso si este no cumple su
función primordial con la agilidad que la medicina moderna exige.
|
"La salud de las personas no puede esperar a que la política resuelva sus contradicciones. Por ello, entiendo que toda solución pasa por la no politización de la sanidad, de sus estructuras, de su gestión"
|
El debate se envenena cuando se plantea como una elección binaria: o rapidez o sistema público. Esta es un
error de planteamiento. Un sistema público que no ofrece respuestas en un tiempo clínicamente adecuado está condenado a perder la confianza de la ciudadanía. A largo plazo, esto genera descontento, fomenta la convivencia con la
sanidad privada (para quien pueda costeársela) y, en última instancia, sí que pone en peligro la sostenibilidad política del modelo.
La verdadera pregunta no es "¿qué es mejor?", sino "cómo diseñamos un
sistema público que sea a la vez
universal y eficiente".
La eficiencia no es un valor neoliberal que corrompe lo público; es una
obligación ética. Recursos malgastados en
burocracia, listas de espera interminables y protocolos obsoletos no benefician a nadie. Por el contrario, un sistema ágil que aprovecha al máximo su presupuesto (por ejemplo, mediante la
telemedicina, la
gestión de casos, la inversión en
Atención Primaria, la utilización plena de recursos hospitalarios y la
digitalización de procesos) puede atender a más personas, mejor y más rápido, fortaleciendo así el principio de
equidad.
Superar esta encrucijada requiere valentía para abordar
reformas estructurales, lejos del ruido de la batalla política diaria.
Indicadores clínicos, no políticos: La gestión debe guiarse por métricas de
resultados en salud y
satisfacción del paciente, no por el número de camas u hospitales inaugurados en un mandato.
Transparencia radical
Publicar los
tiempos reales de espera por centro y
especialidad permite a los ciudadanos entender los desafíos y presionar para su mejora, generando una
accountability real.
Flexibilidad e innovación
Los sistemas más exitosos del mundo integran lo público con la
iniciativa privada de forma
complementaria y regulada, no como una competencia, para
descongestionar listas y ofrecer alternativas donde el sistema no llega.
Inversión en prevención y primaria
Es la estrategia más eficiente. Un euro invertido en prevenir y diagnosticar pronto en Atención Primaria ahorra miles en
tratamientos hospitalarios complejos y reduce las listas de espera en
especializada.
En conclusión, no se puede defender un sistema público que no funcione. La
defensa política de la sanidad universal debe ir indisolublemente ligada a la exigencia de su mejora continua. Dar una respuesta en tiempo adecuado al paciente no es una opción; es la razón de ser del sistema. Priorizar la mera preservación política del modelo, ignorando sus
deficiencias, es condenarlo a una lenta erosión.
El verdadero éxito no reside en elegir entre eficiencia y universalidad, sino en demostrar que la única manera de garantizar esta última es persiguiendo la primera con determinación. La salud de las personas no puede esperar a que la política resuelva sus contradicciones. Por ello, entiendo que toda solución pasa por la
no politización de la sanidad, de sus estructuras, de su gestión, etc., lo que no implica la necesidad de hacer una política sanitaria adecuada a las necesidades.
Copiando a Charles de Gaulle, me atrevo a decir que he llegado a la conclusión de que la sanidad es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos.