La calidad de la atención sanitaria y particularmente el impacto de la asistencia sobre la supervivencia y la calidad de vida asociada a la salud depende de muchos factores. Hace ya unos años la revista Lancet dedicaba una serie de artículos a esta cuestión y en uno de ellos que firmaba, entre otros, Sandra García Armesto, se destacaban los factores implicados en la deficiencia de los servicios sanitarios asistenciales, que los autores ubicaban en tres ámbitos: “dinero y finanzas; conocimiento, sesgo e incertidumbre; y poder y relaciones humanas”. 

Y concluían que “La calidad de la relación médico-paciente es un elemento central del encuentro clínico y un factor determinante de la calidad de la atención. Una mala relación puede propiciar tanto el uso excesivo como el infrauso. La adherencia a una terapia de eficacia comprobada y rentable (…) depende en gran medida de la relación. En ausencia de respeto y confianza mutuos, una historia clínica inadecuada puede facilitar un tratamiento subóptimo o incluso perjudicial.”

Claro que para que se produzca tal influencia es imprescindible que la relación entre el médico—o el equipo asistencial—y el paciente exista realmente. Desde luego, una perogrullada. Pero resulta que las incomparecencias de los pacientes a las visitas a los servicios sanitarios asistenciales son algo más que una anécdota.

Aunque no es ninguna novedad, se presta mucha más atención a las listas de espera y desde luego a los resultados de las intervenciones que finalmente se llevan a cabo. Pero hace unos días, Oriol Güell, a raíz de un estudio sobre el absentismo de los pacientes a las consultas externas hospitalarias de Enrique González Díaz del Complejo Asistencial Universitario de León , al congreso nacional de hospitales y gestión sanitaria en Zaragoza, analizando casi 200.000 primeras visitas en 36 meses, estimaba en un 9% las consultas perdidas por inasistencia. Los factores asociados a las ausencias fueron el tiempo de demora, la edad y el sexo, cuanto más dilatada la fecha, más joven y varón el paciente menos cumplimiento.  comportamiento más acusado entre pacientes jóvenes.

Dada la inexistencia de información pública al respecto, el periodista obtuvo información de los organismos responsables del SNS de 11 de las 17 comunidades autónomas, lo que le ha permitido estimar en un 10% de los noventa millones de consultas externas hospitalarias programadas la eventualidad.

Una proporción que en Canarias asciende – en algunas islas-- hasta el 30% y en Andalucía supera el 17%. Aragón es la tercera con el 13%. Le siguen Castilla-La Mancha (12%), Madrid (9,4%), Murcia (8,6%) y Baleares (8,3%).

Además de la pérdida de tiempo y de recursos, refleja otras disfunciones, como la inadecuada gestión de las agendas o las largas demoras, sin despreciar los potenciales efectos sobre la salud de los pacientes.

Curiosamente se trata de una situación poco estudiada por lo que convendría investigar rigurosamente los motivos asociados a tal comportamiento que, desde luego, podría deberse al olvido, pero también a muchos otros motivos, como las dificultades de desplazamiento o los impedimentos laborales o familiares, sin despreciar, aunque resulte paradójico, la inquietud frente al descubrimiento de algún problema serio de salud, ni claro está, una experiencia negativa de la atención recibida anteriormente.
A la escasez de datos sólidos y oficiales sobre este asunto en las consultas hospitalarias habría que añadir la que se produce en el ámbito de la atención primaria y comunitaria en el que una longitudinalidad insuficiente en la relación profesional/equipo/paciente debe jugar, sin duda, un papel esencial.

Y, en otro orden de cosas la falta de conciencia sobre las posibles consecuencias de tal actitud, sobre todo en cuanto al sistema sanitario público. Lo que reflejaría cierta ausencia de responsabilidad sobre un equipamiento común, por qué, permítasenos la caricatura, lo que es de todos no es de nadie. 

Desvelar el papel y la importancia de los motivos del absentismo de los pacientes probablemente redundaría en una mejora de la eficiencia y de la equidad al introducir otras medidas correctoras más específicas que enviar mensajes SMS recordatorios. 
Medicas correctoras que incentivaran el uso responsable de los servicios sanitarios públicos, evitando en lo posible que se perjudicaran los más necesitados, como ocurre con la aplicación de copagos poco discriminativos según vulnerabilidad social o personal.  Porque si no somos capaces de utilizar responsablemente los recursos comunes, estamos poniendo en peligro su efectividad y hasta su misma existencia.

Claro que todo ello serviría de poco si la calidad de las visitas recuperadas no permitiera solucionar efectivamente los problemas de salud, sino que incluso los aumentara, como sucede con la medicalización exagerada y el sobrediagnóstico.

Ésta es la razón que lleva a varias autonomías a hacer un llamamiento al “uso responsable” de los servicios sanitarios.
En cualquier caso parece imprescindible analizar en profundidad este problema y acto seguido proceder a introducir las correspondientes medidas correctoras, algunas de las cuales pueden implicar cambios estratégicos y organizativos relevantes tanto en el ámbito hospitalario como en el de la atención primaria y comunitaria.