Hubo un tiempo, también en la sanidad, en el que moverse era no salir en la foto. No digamos si ni siquiera estabas por allí cerca, convocado al menos. Sencillamente no existías. Los (pocos) medios de entonces se ceñían a la agenda oficial y la aprovechaban como un estropajo: siempre cabía una vuelta más. Puede que por entonces, seguramente aburrido de informaciones planas y siempre interesadas, Miguel Ángel Máñez, lejos aún de la blogosfera en la que ha encontrado su medio natural de expresión e influencia, imaginara un mundo accesible, en el que las nuevas tecnologías arrebataran a los medios tradicionales su poder omnímodo de difusión, y en el que pequeños e ilustrados activistas del conocimiento, como él, pudieran contribuir a conformar un nuevo universo que hiciera posible otra realidad. Mira tú por dónde, otro ejemplo de que hay que tener sumo cuidado con lo que se desea.

La primera entrada de Máñez en su ya celebérrimo blog Salud con cosas data de octubre de 2007. “Empezar es difícil”, reconocía un imberbe Máñez, seguramente atenazado por el pudor intelectual e inclinado a parapetarse en el magisterio de otros, que es una buena manera de empezar a construir un discurso propio. Aquello parecía más un desahogo periodístico de un gestor sanitario menos discreto de lo habitual que el principio de un hito en la comunicación irreverente y especializada que, francamente, no parecía tener cabida en nuestro sector. Y ocho años después, ahí sigue, con la cadencia ejemplar de cualquier medio consolidado.

El Máñez autor u opinador no se entiende sin el Máñez gestor. Lo segundo genera lo primero, qué duda cabe, pero me da que los perfiles están ya tan confundidos e imbricados que es imposible separarlos. De hecho, su controvertida salida del Hospital de Toledo sirvió para levantar un interesante debate (en la red) sobre otra manera de encarar la gestión sanitaria y los límites de la actividad pública de un directivo. Máñez perdió su empleo, sí, pero la ola de simpatía que recibió de sus muchos defensores pareció compensar el contratiempo de cerrar una breve etapa profesional que, paradójicamente, ahora califica como la que más le ha servido para crecer como profesional.

A Máñez le empezamos a ubicar por el Levante, tierra de gestores diferentes (Carlos Arenas) y de salubristas librepensadores (Salvador Peiró), pero su efervescencia didáctica y su incesante vocación reformista pronto le convirtieron en patrimonio del Sistema Nacional de Salud. Calidad, economía, procesos asistenciales, contratos, seguridad, historia clínica y hasta meteorología, y por supuesto, mucha, mucha gestión. Nada parecía escapar al ojo inquieto y escrutador de Máñez, que supo aportar criterio sin dar pasos en falso (lo cual tiene mérito en la exposición continuada de juicios de valor).

Como en tantas otras cosas, la sanidad también llegó tarde al reconocimiento de que en la red también hervían miles de neuronas dispuestas a transformar y mejorar el sistema. Las de Máñez fueron de las que más rápidamente se advirtieron, y la virtualidad de su imagen se convirtió de inmediato en la realidad de un líder de opinión que no defraudó en absoluto. Seguramente fueron sus principios los que le aconsejaron acudir a ilustres foros y tribunas de postín con el mismo pantalón vaquero que se había embutido a diario para hacer leyenda a golpe de tuit. Obviamente, algunos se espantaron.

Pero Igual que el exministro griego Varoufakis admite que algo muy profundo le debía separar de los políticos europeos cuando no acertó a saber (o más bien a aceptar) cómo tenía que vestirse, Máñez pone voluntariamente tierra de por medio con el establishment sanitario gracias a una vestimenta que, en este caso, funciona como canal del mensaje: porque para promover una reforma profunda del sistema no se puede llevar una corbata bien anudada al cuello.

Algunos opinan que la irreverencia de Máñez es excesiva y hasta impostada. No desde luego Carlos Mur, gerente del Hospital de Fuenlabrada, que ha confiado en Máñez para dirigir los Recursos Humanos del único centro madrileño, con la Fundación Alcorcón, que tiene un modelo de gestión diferente al del resto. A mí la noticia me llegó como un soplo de enorme esperanza: porque si un psiquiatra gerente recurre a un bloguero heterodoxo para hacerse cargo del personal de un hospital que demuestra que la nueva gestión todavía es posible, es que el cambio del sistema está realmente en marcha. Aleluya.

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