El corazón de la Neumología palpita más que nunca antes y despierta la atención del resto de la Medicina como en una suerte de reivindicación maestra de una especialidad nunca del todo ponderada. La operación, a base de voluntad e ingenio, la comanda un Quijote madrileño con alma gallega llamado Julio Ancochea, para el que no hay nada imposible. Su prestigio como neumólogo está fuera de toda duda y de él podría vivir sin hacer otra cosa durante varias vidas. Pero él quiere volar más alto, y hacernos volar a los demás para tomarnos la vida de otro modo: más genuino, más desinteresado, más provocador.

Como buen madridista convicto y confeso, Ancochea se parece a Raúl en eso de entregar todos tus años, los mejores y los otros, a un mismo club. En su caso es el Hospital de La Princesa, de Madrid, al que llegó en 1983 y que no es uno de los grandes, pero tiene una indudable aureola de exquisitez y leyenda que mantiene alto su prestigio. Es un orgullo de pertenencia, un sentimiento princesista del que Ancochea es uno de sus más conspicuos embajadores. Y como tal ejerció, con la tozudez del militante, cuando todo el hospital se levantó casi en armas contra la transformación pretendida por la Consejería para habilitar un geriátrico.

Jefe de servicio, pero también neumólogo de a pie, militante, creyente y practicante, su ascendencia atraviesa todo el hospital, desde las consultas a las urgencias, con ese compromiso decidido por una asistencia integral y humana, que a buen seguro le viene desde sus tiempos de director médico, quizá el más joven de España. En su caso, la medicina vino antes que la neumología, que quizá apareció por casualidad, con esa cadencia parsimoniosa y casi sublime que tiene la respiración, cuando aciertas a fijarte en que respiras.

Otro médico humanista, claro que sí, pero es que además Ancochea es un poco poeta y, en ocasiones, puede resultar hasta pedante. Lo cual no es nada peyorativo desde que Javier Marías admitió públicamente su natural y deliciosa relación con la pedantería. Escribir poesía es toda una declaración de principios, más allá del rubor y la complacencia. Y ciertamente a un neumólogo le pega más intentar ajustar la métrica de los versos, como una imitación a la mágica danza del aliento, que perseverar en la tosca secuencia de los argumentos razonados.

Más que palabra, Ancochea es un puro latido perpetuo.En el tratamiento de la EPOC es toda una autoridad, como exfumador convencido aunque no resentido, gracias a la coordinación científica de la Estrategia del Sistema Nacional de Salud. Lucha contra el infradiagnóstico y la variabilidad y no oculta su ambición para encontrar un nuevo enfoque asistencial que permita vivir más y mejor a esos enfermos dramáticamente limitados en su esencial flujo aéreo.

A buen seguro que la Separ no sería hoy esa sociedad científica pujante y dinámica si no hubiera contado entre sus presidentes con Ancochea. Porque supo ver una necesidad por encima de otras: la del prestigio, posibilitando así que todo el sector médico se percatara de una vez de la importancia de las enfermedades respiratorias y de la valía profesional del neumólogo en este trascendental frente. Aquellos años intensos, Ancochea los vivió, más que como médico o político, como divulgador, como juglar exultante en la difusión de una especialidad que hasta ese momento había vivido poco menos que ensimismada.
 
En cuanto las puertas y las ventanas de la Separ quedaron abiertas de par en par, la responsabilidad social se coló de inmediato en sus estancias. Ancochea es el alma de Separ Solidaria que, más que una opción, para una especialidad que encuentra su sentido en la tuberculosis o la tisis es casi una obligación.
Y cuando la responsabilidad social se convirtió en sociosanitaria, gracias a Inidress, no podía faltar en el proyecto un titán de la ilusión como Ancochea. Su aliento es en realidad un latido, una certeza de vida que nace en la Neumología, atraviesa toda la Medicina y conecta con la vida misma, en el sentido más amplio de una existencia comprometida, desprejuiciada y plena.

Tan sublime como un corazón.

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