El gran apagón de hace unos días ha llenado los medios de comunicación de expertos en generación y distribución de electricidad, que rápidamente desbancaron a los expertos en el Vaticano, que a su vez habían desplazado totalmente a los de los aranceles: la actualidad es vaporosa y evanescente. Gracias a ellos nos enteramos de muchas cosas que el común de los mortales (o al menos yo) desconocíamos, familiarizándonos con conceptos como la Red Eléctrica y su composición accionarial, la lista de compañías suministradoras, las distintas fuentes energéticas y sus mix correspondientes con sus pros y sus contras, “el mesianismo renovable” y muchas cosas más.
Uno de los aspectos que más me llamó la atención fue la similitud de algunas de las cosas que estaban pasando con lo que viene ocurriendo en nuestro sistema sanitario y ello puede ser interesante porque nos permite en ocasiones ver nuestra realidad como una caricatura y así sacar alguna conclusión interesante.
El primer nexo de unión tiene que ser necesariamente la extraña afirmación en su momento por parte de los políticos responsables de que tanto nuestro sistema sanitario como el sistema eléctrico eran los mejores del mundo. En sanidad ya pocos se atreven a mantenerlo, sobre todo después de los daños no repuestos causados por la pandemia, pero en esto de la luz, ver a la presidenta de Red Eléctrica y a los ministros corifeos insistiendo después del apagón que tenemos el mejor sistema eléctrico del mundo tiene algo de alucinógeno.
"Según el Gobierno, somos la envidia del mundo por lo bien que nos recuperamos del apagón que no supimos prever. Nada distinto a lo que vimos durante la pandemia." |
También lo es el que desde el presidente del Gobierno hasta toda la cadena de mando se ufanen de lo bien que lo han hecho y de lo bien que se recuperó la corriente mientras miles de personas seguían padeciendo las consecuencias del desastre en estaciones, comercios y demás. Somos la envidia del mundo por lo bien que nos recuperamos del desastre que no supimos prever. Nada distinto a lo que vimos durante la pandemia, en que tras una gestión que cabe calificar de desastrosa, con una de las mayores mortalidades del mundo tanto entre la población general como entre el personal sanitario, predicciones de dos o tres casos y comités de expertos que nunca existieron, el Gobierno no hizo sino felicitarse de lo bien que lo había gestionado.
Las personas que han estado al frente de ambos sectores en la mayoría de los casos han tenido en común su total ignorancia de la materia a gestionar compensada, eso sí, por la adhesión incondicional al presidente del Gobierno y que por supuesto les nombró a dedo y sin muchos más criterios. Aquí sí hay que registrar una diferencia, dado que se comprende que en el sector eléctrico los enchufes deben ser más potentes y por tanto el sueldo de la Sra. Corredor (la del mejor sistema del mundo y el “no sabemos lo que ha pasado, pero estamos seguros de que no volverá a suceder”) es siete veces superior al del ministro/a de sanidad de turno: cerca de 600.000 €/año, 50.000 € cada mes.
En ambos casos, el Gobierno tiene perfectamente identificado al enemigo de quien dependen todos los males y los riesgos para el sistema: el sector privado. En un caso son las compañías eléctricas e incluso la posibilidad de incluir en el lote a Red Eléctrica pese a estar plenamente controlada por el Estado, si se confirma, como todo parece indicar, su responsabilidad en el apagón. En sanidad, la privada se hace equivaler por parte del Gobierno a la quintaesencia de todos los males, últimamente extendido el concepto a las universidades privadas por formar aparentemente malos médicos.
La causa final del apagón no se conoce aún, pero en cuanto al mecanismo, todos los expertos creíbles apuntan hacia un desequilibrio de las fuentes de energía en favor de las renovables, que se había repetido ya antes generando una serie de avisos de peligro reiteradamente desoídos, pero que en esta ocasión, sin unos mecanismos estabilizadores ni una dirección adecuada, provocó el desastre. En suma, un empacho de fotovoltaica mal digerido, pero eso sí, con gran bronca a su alrededor por las implicaciones políticas y de responsabilidades que se derivarán si alguien se declara culpable. En el caso de la sanidad se han venido produciendo desde hace bastante tiempo avisos de que no íbamos por buen camino y se han invocado multitud de causas, aunque hay dos obvias: una infrafinanciación crónica y generalizada y un sistema de gobernanza delirante entre ministerio y comunidades que impide cualquier reforma de calado. El riesgo de aparición de una pandemia como la que nos asoló y puso definitivamente en fuera de juego había sido anunciado repetidamente por epidemiólogos y expertos en infecciosas, pero por supuesto nos pilló totalmente en blanco.
Finalmente, si en sanidad no se tomaron las debidas precauciones para afrontar la pandemia ni se adoptaron las medidas estructurales para evitar el descarrilamiento del sistema, en el suministro eléctrico se emprendió un camino acelerado de cambio de fuentes de energía hacia la eólica y la fotovoltaica (lo del mesianismo renovable de Jordi Sevilla, anterior presidente de Red Eléctrica) sin hacer las necesarias inversiones ni cambios estabilizadores, cuya ausencia ha dado lugar a la situación actual. En ambos casos la debida acción gubernamental ha brillado por su ausencia, aunque sus responsables se sientan plenamente satisfechos.
Así pues, la historia tiende a repetirse aun en sectores tan aparentemente lejanos, y viendo lo que ocurre en sanidad se puede prever perfectamente lo que va a pasar con el apagón, la Red Eléctrica y la comisión de investigación creada para averiguar las causas y el responsable: ABSOLUTAMENTE NADA.