“Si ministro” fue una serie icónica de los años ochenta, producida por la BBC británica y traducida en España a castellano y catalán por TV3 que se desarrolló a lo largo de 3 temporadas, más una secuela (“Sí, primer ministro”). El protagonista, James Hacker, un político voluntarioso pero que siempre se ve frenado por las barreras burocráticas, es nombrado “ministro de asuntos administrativos” y posteriormente ascendido a primer ministro del Reino Unido. De la popularidad de la serie da una idea que la primera ministra Margaret Thatcher la reconociera como su favorita o el hecho de que el gato del número 10 de Downing Street a lo largo de 8 años tomara el nombre de “Humphrey” en honor al personaje de sir Humphrey Appleby, eterno subsecretario acompañante del ministro y arquetipo, y prototipo del alto funcionario que se precia de explicarle por qué cualquier proyecto que plantee es imposible de realizar (podría haberse integrado perfectamente en el ministerio de sanidad español) y siempre eso sí, sin proponer solución alguna.

El hospital fantasma de Melilla: 20 años de espera

En 1981, la segunda temporada se abría con un título merecedor por derecho propio de ser discutido en los cursos de gestión sanitaria y que me consta ha sido utilizado en no pocas clases: “The Compassionate Society” (búsquenlo, merece la pena). El ministro Hacker es informado de que hay un hospital que se inauguró hace 15 meses y sigue sin tener médicos o enfermeras ni haber admitido un solo enfermo, pero en cambio, tiene ya más de 500 administrativos y responsables de gestión. Todos sus esfuerzos porque el hospital funcione como tal y/o reduzca su despliegue burocrático chocan a lo largo del capítulo contra el discurso imperturbable del subsecretario Humphrey, que defiende la tesis de que los funcionarios allí presentes son un fin en sí mismos y están ocupadísimos simplemente sosteniendo el entramado administrativo que han creado. Para nada son necesarios los enfermos ingresados que justifiquen tal despliegue burocrático.


"Han tenido que pasar 20 años desde el momento en que se anunció la construcción del Hospital de Melilla hasta el día en que por fin se colocó la plaquita inaugural [...] En el hospital no hay ni urgencias ni cuidados intensivos, ni camas montadas ni enfermos ingresados"



Pues bien, en algunos casos la realidad puede llegar a superar a la ficción. Hace unos días, el presidente del Gobierno y la ministra de Sanidad viajaron a Melilla con el fin de inaugurar el nuevo Hospital Universitario de dicha ciudad. Hasta aquí nada digno de reseñar salvo por el hecho de que han tenido que pasar 20 años desde el momento en que se anunció su construcción hasta el día en que por fin se colocó la plaquita inaugural. El problema viene cuando los medios de comunicación recogen que en el hospital no hay ni urgencias ni cuidados intensivos, ni camas montadas ni enfermos ingresados, que parece acabarán llegando en el mejor de los casos el año próximo.

Solo tres consultas de las no complicadas, un gimnasio de rehabilitación y ya, a pesar de que se trataba de trasladar el antiguo Hospital Comarcal y no de crear uno nuevo de cero. Tampoco hay hasta el momento más personal ni nuevo equipamiento, aunque las promesas son muchas. Los sindicatos y el colegio de médicos mientras tanto denuncian que este futuro traslado no se ha discutido para nada con los profesionales y lo contrastan con los casos similares de otros centros en la península donde el proceso fue mucho más medido y reposado hasta que se pudo dar por inaugurado el centro.

El Ingesa y la política de escaparate

Esta fiebre inauguradora aun cuando el objetivo elegido esté aún inacabado no es por supuesto nueva ni exclusiva de este gobierno. Quizás se pueda entender mejor en este caso si tenemos en cuenta que los únicos territorios donde el ministerio tiene competencias de gestión a través del Ingesa son Ceuta y Melilla y que, aparte de tenerles entretenidos pese a los lamentables datos de gestión que exhiben, les sirve de vez en cuando a los portavoces gubernamentales para hacer equivaler de cara a la galería el presupuesto que asignan a los servicios centrales y a estas dos ciudades, y el crecimiento que hayan podido experimentar en los últimos años con un espectacular aumento de la inversión en sanidad en los presupuestos generales del Estado que por supuesto no se ha producido.

Cuando la incompetencia se vuelve ridículo

Nadie se va a espantar por la inacción ni la falta de resultados del ministerio de Sanidad. Es algo a lo que desgraciadamente nos tienen acostumbrados sus sucesivos y efímeros inquilinos. Sin embargo, hay algo a lo que ni los políticos ni ningún personaje público es inmune, aunque se empeñe en lo contrario: el ridículo. Contra él no hay vacuna y la ministra que tanto alardea de ser médico debería ser consciente de ello.