Tras dos años extraordinariamente difíciles a causa de la Covid-19 y cuando parece que tenemos la situación controlada a nivel clínico (dicho esto siempre con toda la prudencia), seguimos teniendo la asignatura pendiente de enfrentar este fenómeno desde el punto de vista de la salud mental, que es una parte intrínseca de nuestro bienestar, tanto desde el punto de vista individual, como de la propia comunidad.

Hasta que se desencadenó la pandemia, el campo de la salud mental era un ámbito ‘olvidado’ a nivel político, social, clínico y económico, cuyas consecuencias se trataban de ocultar por constituir un tema tabú y estigmatizador para la persona que sufre alguna enfermedad mental y para su entorno familiar.

Parafraseando al conocido personaje de la película Joker, diagnosticado con un trastorno psicótico, “Lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que actúes como si no la padecieras”. Por eso, la mayoría de estas personas han temido, con frecuencia, pedir ayuda y ponerse en tratamiento, llegando incluso a tomar la decisión de suicidarse al no encontrar el respaldo necesario. Este hecho se ha visto agravado por la pandemia, que ha marcado un antes y un después en la salud mental de la población en su conjunto, tanto en el aumento de determinados trastornos, como la depresión y la ansiedad, como en las tasas de suicidio, a nivel mundial.

Durante la pandemia aumentó el número de personas que perdieron la capacidad de enfrentar varios factores estresantes y, por lo tanto, su capacidad para salir adelante. El miedo que suscitó el coronavirus incrementó la sensación de incertidumbre, de enfermar, de morir, de perder el empleo o de vivir aislados.

A día de hoy, las consecuencias sobre nuestra salud mental todavía persisten en mayor o menor medida. En esta segunda fase de la pandemia, en la que como señalaba anteriormente, tenemos otros horizontes en el ámbito clínico, es ineludible emplearnos a fondo en el campo del bienestar psicológico y emocional de toda la población. Tenemos ante nosotros la responsabilidad de trabajar en un marco de actuación con pautas específicas que nos permitan enfrentar esta realidad de forma adecuada. Hay que trabajar más intensamente en la prevención del suicidio y ello pasa inevitablemente por normalizar el discurso sobre las necesidades en salud mental, con el fin de romper la cultura del estigma y del descarte, y facilitar así, la integración normalizada en la sociedad de las personas que sufren enfermedad mental.

Al mismo tiempo, debemos ser conscientes de la fragilidad de los sistemas de salud que intentan atender las necesidades de las personas que sufren algún tipo de trastorno o enfermedad mental ya sean nuevos o preexistentes y a los que debe dotarse con los recursos que permitan esta atención adecuándose al aumento de la demanda.

"Es evidente que estamos ante una situación de primer orden a nivel mundial"



Es evidente que estamos ante una situación de primer orden a nivel mundial. La OMS ha publicado recientemente un Plan de acción integral sobre salud mental 2013–2030 de la OMS y los Objetivos de Desarrollo Sostenible, donde, exhorta a los Estados y a los sistemas de salud a fomentar los compromisos y la adopción de medidas para cambiar actitudes, actuaciones y planteamientos en relación con la salud mental, sus determinantes y los cuidados que necesitan estas personas. Podemos y debemos hacerlo transformando los entornos que influyen en nuestro bienestar psicológico desarrollando servicios de salud mental de base comunitaria capaces de lograr la cobertura universal que requieren estas personas.

Y en esto, junto con otros profesionales y con un enfoque multidisciplinar, las enfermeras tienen mucho que aportar. Tanto las enfermeras generalistas, como, fundamentalmente, las especialistas en salud mental, dado que ofrecen unos cuidados fundamentados científicamente y basados en la evidencia y en la práctica diaria con el paciente y la sociedad en su conjunto. El conocimiento científico y el potencial de estas enfermeras es un recurso clave para el abordaje de la conducta suicida en los diferentes niveles de atención del sistema sanitario, empezando por la Atención Primaria donde Enfermería es el eje de los cuidados. Un abordaje que ha de hacerse desde el punto de vista asistencial y desde el ámbito social.

El primer paso, por tanto, es dotarnos de protocolos que recojan estos dos aspectos- el asistencial y el social-, que permitan prever situaciones fatales, con indicadores específicos que ayuden a la detección precoz y que faciliten el conocimiento de las situaciones que pueden llevar a las personas al suicidio y así, neutralizarlo y obstaculizarlo, con una prevención activa desde la Atención Primaria y desde los centros escolares desde edades tempranas

Al mismo tiempo, es fundamental trabajar en el ámbito cultural y social. La educación juega un papel fundamental en la prevención del suicidio porque es el cauce para romper la cultura del estigma y del descarte. Una gran parte de las personas con enfermedad mental no piden ayuda por miedo al rechazo y la exclusión. Debemos trabajar para generar una sociedad abierta a la integración y preparada para acoger y cuidar a estas personas. Y, sobre todo, para alentarlas a pedir ayuda y ponerse en manos de profesionales.

"Durante la pandemia aumentó el número de personas que perdieron la capacidad de enfrentar varios factores estresantes y, por lo tanto, su capacidad para salir adelante"


En este sentido, la enfermera abarca roles de cuidados específicos encaminados a alcanzar el bienestar emocional del paciente en coordinación con su entorno familiar, desde un punto de vista integral y sostenido en el tiempo, a lo largo de toda su vida. Este proceso, que comienza con el diagnóstico, continua con todo el seguimiento clínico y humano que desarrollan las enfermeras y que trasciende los límites de los centros sanitarios y sociosanitarios.

En la medida en que seamos capaces de acometer esta necesidad, con voluntad y recursos suficientes, estaremos mejor dotados para enfrentar la postpandemia que está sacando a la luz problemas cada vez más acuciantes para los que, como vengo diciendo, la sociedad y los sistemas de salud todavía tienen un trabajo por delante en cuanto a actitud y percepción de lo que ha representado esta pandemia para la sociedad.

Este es el momento en el que todos, - administraciones, profesionales sanitarios, y población- debemos colaborar para comprometernos en promover la inclusión social de las personas que han resultado más vulnerables, poniendo a su disposición los recursos necesarios, al tiempo que reorganizamos nuestros entornos y nuestras actitudes para generar espacios vitales y sociales más amables. Promover una salud mental basada en las necesidades de la persona y de la comunidad en general, donde la prevención, la detección precoz, el diagnóstico, tratamiento y los cuidados sean accesibles para todos.