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15 nov. 2015 16:43H
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Habrá mil pegas que sacarle al desarrollo del real decreto de troncalidad, eso es un hecho, pero no vengo a centrarme en las formas si no en el fondo de la normativa, en el concepto. Y ahí digo de primeras que estoy a favor de darle un voto de confianza a esta refundación del sistema de formación especializada en España. ¿Por qué? Porque creo firmemente que el sistema necesita menos superespecialistas y más médicos todoterreno, que se prime la formación general sobre la especializada para buscar el equilibrio.

Partiendo de esa base, hace no mucho tuve el privilegio de debatir con varios especialistas sobre los pros y los contras del nuevo sistema y me sorprendió para mal una frase de uno de los implicados: “yo no quiero ser un médico general, quiero ser especialista, dedicarme solo a mi área”. La idea me chocó y mucho, porque no entendía cómo alguien que se dedica a una profesión altruista como lo es la Medicina, no lograba ver un poco más allá de su zona de confort y divisar el bien común que supondría un sistema en el que todos los médicos reforzaran su base de conocimientos generales para atender a los millones de enfermos crónicos que vienen a poner a prueba los cimientos del Sistema Nacional de Salud.

Ya lo están haciendo, y la previsión es que el número vaya a más, a mucho más. ¿Y cómo se prepara el sistema para atender esa avalancha? No creo que sea una buena idea quedarse de brazos cruzados, inmóviles con un sistema que sí, funciona muy bien, pero que no puede considerarse ni mucho menos intocable o inmejorable. “Ya, pero con el sistema actual de tres años de formación troncal y dos años para la especialidad, saldrán especialistas peor formados”, me decían. Ya, y ahí digo: a lo mejor tiene que haber menos especialistas en operar la válvula mitral y más en atender una insuficiencia cardiaca asociada a un cuadro de diabetes.

Tratando de empatizar con el médico superespecialista, entiendo que debe ser muy satisfactorio saber tratar un problema de salud superespecífico y superlocalizado como pueda ser, qué se yo, un trasplante de cara, por poner un extremo. Fenomenal, ese médico es el mejor del mundo en hacer eso, sale en la prensa y tiene un gran reconocimiento social y profesional. Sin embargo, hay que ser realistas, esa operación la necesitan muy pocas personas en el mundo, mientras hay miles de millones que sufren enfermedades comunes que todavía no se abordan de forma correcta.

Porque no se ve el conjunto, se ve solo una parte de la enfermedad, y el anciano pluripatológico tiene que pasar por una docena de consultas para que cada especialista le dé su diagnóstico y su tratamiento individualizado, sin ver muchas veces la gravedad de las interacciones dentro del cuadro clínico general del paciente. Insisto en que debe ser gratamente satisfactorio sentirse uno de los mejores médicos del hospital, de España o del mundo en solucionar un problema hipercomplejo, pero ¿por qué no es igual de satisfactorio lograr que miles de personas mayores, niños o pacientes en general, no sufran por una o varias enfermedades menos graves pero mucho más frecuentes?

En mi caso espero que los que ahora tengan en mente estudiar Medicina se formen bien formados en los problemas generales de salud de la población española, porque yo y todos los que conozco tenemos todas las papeletas para no salirnos del patrón. Que me puedan atender correctamente, que no sufra más de la cuenta por una osteoporosis, una hipertensión o una EPOC. Y que si me pasa algo muy grave, también haya quien me atienda, aunque tenga que irme a otro hospital, a otra ciudad u otro país (eso ya sería el culmen de la Unión Europea) porque no tenga un superespecialista cerca. Buscar y encontrar el equilibrio, ese es el concepto que defiendo de la troncalidad.

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