Echar una mirada a muchos países es como entrar en el túnel del tiempo y ver lo que era nuestro sistema sanitario hace unas décadas. He tenido ocasión de visitar Perú, de actualidad por la visita de su presidente para mostrar las enormes posibilidades de cooperación, sanidad incluida, en un país con abundantísimas riquezas naturales. Aparte admirar de nuevo el Machupicchu y desesperarme en los atascos de Lima, he podido ver la evolución de la sanidad peruana en general y los trasplantes en particular. Era la cuarta vez que lo visitaba, la primera hace 35 años cuando poco o nada que ver tenía con la actualidad. Más adelante, en 2006 y 2010 pude apreciar los notables cambios que se producían, pese a momentos muy difíciles condicionados por la locura de sendero luminoso y la ineptitud y cleptomanía de algunos de sus presidentes.

Hoy las cosas van bastante mejor, Perú crece a un ritmo superior al 4% (ha llegado al 7%), en cabeza de toda América Latina y su moneda, el sol, se ha revalorizado con fuerza.  Pero como sucede muchas veces, las mejoras económicas distan mucho de haber llegado a la mayoría de la población. Un termómetro fiable es la asistencia sanitaria.

La sanidad peruana comparte uno de los pecados originales comunes en América Latina salvo Uruguay y Cuba: la fragmentación de su sistema sanitario. Es uno de los principales problemas que nos encontramos al trasladar un modelo organizativo como el español a sus sistemas de trasplantes y remeda la situación española en los años 60-70 como si de un flash back se tratara.

Por una parte, está el ESSALUD, el seguro al que están afiliados los trabajadores activos, sus familiares directos y algunos de los pensionistas. Un total de 11 de los 31,3 millones de peruanos son tratados en esta red con recursos hospitalarios y de centros de salud propios y con diferencia la entidad sanitaria más potente, equivalente al antiguo INP español, la Seguridad Social propiamente dicha. Por otro lado está el Ministerio de Salud, con cierta equivalencia con la beneficencia, mucho menos potente, luego las aseguradoras privadas con un papel creciente consecuencia de la mejoría económica, la red sanitaria de los militares… y por último el llamado Servicio Integral de Salud gratuito (SIS) un sistema transversal ideado para cubrir las necesidades de gran parte de la población, financiadora de atención sanitaria en centros públicos y privados y que probablemente esté en la base de un futuro sistema integrado.

Esta fragmentación, el despegue económico y el desfase entre las estructuras sanitarias disponibles y las necesidades de la población crean un escenario muy favorable para las empresas sanitarias extranjeras en general y españolas en particular, que asesoran y venden sus servicios de manera creciente. Sin embargo y hasta que no cambie la situación es muy negativo para muchas cosas, entre ellas la donación y el trasplante.

Un sistema sanitario aún con muchas carencias, una organización de trasplantes dependiente del Ministerio de Salud extremadamente débil, sin poder real sobre los centros que no le son propios, un cambio constante de responsables (hasta 5 en los últimos años), la mayoría sin formación específica en el tema, y una incapacidad de incorporar al sistema a excelentes profesionales formados en nuestro país, son muestras de un desinterés oficial que se une a una desconfianza de la población basada tanto en las patentes diferencias de acceso a los trasplantes como en casos probados de compraventa de riñones en clínicas limeñas. Todo ello se traduce en uno de los índices de donación mas bajos de América Latina en contraste con la tendencia creciente de la zona: 2,6 donantes pmp, 20 veces inferior al español de 43,4, o un número de enfermos trasplantados de 6,3 pmp frente a los más de 100 de España.

Un sistema nacional de salud integrado, con financiación pública vía impuestos y cobertura universal, con una infraestructura desarrollada y perfeccionada a lo largo de décadas y una de sus consecuencias: un sistema de trasplantes también integrado, perfectamente organizado y sin discriminación alguna, son algunos de los logros colectivos de nuestra sociedad de los que podemos sentirnos legítimamente orgullosos y que se aprecian mejor cuando se mira a quienes inician un camino que nosotros seguimos desde hace décadas. Es nuestro deber ayudarles a recorrer este camino lo antes y mejor posible.

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