Algunos de los médicos que ya tenemos una edad, pero mantenemos buena memoria, al menos para hechos lejanos, recordamos como uno de los primeros comentarios programáticos del entonces vicepresidente Alfonso Guerra, tras las elecciones de 1982, que no iba a parar hasta ver a los médicos “en alpargatas” (pronúnciese “arpargatas”). El uso de este calzado, que hoy podría ser interpretado como moda informal era entonces utilizado por el político sevillano como signo explícito del deseo de proletarización de lo que se conocía como “clase médica”, un eufemismo despectivo afortunadamente caído en desuso. Que los entonces gobernantes se empeñaron con entusiasmo en seguir este programa lo prueba la prolongada y muy mayoritaria huelga hospitalaria de 1987 que mantuvo al ralentí el sistema sanitario durante casi medio año, sin que se solucionaran los problemas que la ocasionaron y que volvieron a estallar a mediados de los noventa.

No voy a hacer un repaso de las reivindicaciones del colectivo sanitario a lo largo de las últimas décadas. Los números son muy tercos y no hay más que ver que el sueldo medio de un médico español está entre la mitad y la tercera parte de sus colegas alemanes o franceses o entre la cuarta o quinta parte de uno británico o irlandés (de los norteamericanos mejor no hablar) y algo paralelo podemos decir de la enfermería. Si escribo estas líneas es porque en los últimos días se han producido una serie de noticias que traducen un desprecio olímpico de los políticos responsables por el colectivo sanitario, que contrasta muy claramente con todos los aplausos de las ocho de la tarde a lo largo de los peores meses de pandemia, y que resultan verdaderamente indignantes.


"La elección telemática de plazas MIR, el despido de sanitarios por WhatsApp o el posible cierre de centros de salud en verano se traducen en un desprecio olímpico de los políticos responsables por el colectivo sanitario"



La elección telemática de las plazas MIR es un episodio sin pies ni cabeza que ha conseguido indignar innecesariamente a todo el sector sanitario. Cualquiera puede comprender que cuando una persona ha cursado una dura carrera de 6 años, con las mayores notas de corte para acceder a ella y con un muy competitivo examen para el que se ha estado preparando durante otro año adicional, lo mínimo que merece es un poco de respeto para poder elegir el centro y la especialidad que mejor se adecúen a sus circunstancias. Fiarlo todo a una lotería informática, sin rectificación posible y con múltiples posibilidades de error no puede ser una opción razonable y el argumento de que así lo dispone una normativa general de administraciones públicas (curiosamente el departamento de donde procede la actual ministra de sanidad) es un ejemplo más de que nuestra burocracia está diseñada para crear problemas a los ciudadanos y no para intentar solucionarlos.

Despidos de sanitarios por WhatsApp


Otro episodio chusco de estos días ha sido el despido por WhatsApp de 4.000 sanitarios valencianos, contratados en los peores momentos de la pandemia y que ahora han pasado a ser material desechable en fondo y forma. Solo recordar que, en esta comunidad, la consejera de sanidad planteó muy seriamente que los sanitarios contagiados en los primeros momentos de la pandemia cuando se carecía de todo tipo de material de protección lo podían haber sido perfectamente en sus viajes o sus actividades particulares. No es el único caso. Pese a que la pandemia continúa y al menos sobre el papel todo el mundo considera que el sistema necesita urgentemente refuerzos, más de un 30% de los contratados han sido ya despedidos y son muy pocos los que tienen a día de hoy garantizada su continuidad.

Y es que la sensación de desprecio es transversal y no sabe de partidos políticos. La Comunidad de Madrid, una de las más castigadas por la pandemia y en la que más tensionado ha estado y sigue estando el sistema sanitario, ve como la mayoría de las plazas de médicos de primaria que oferta quedan vacantes ante las condiciones planteadas y las perspectivas de futuro, denunciadas por todos los sindicatos. El anuncio de un documento que recoge el posible cierre masivo de centros de salud durante el verano por mera y simple falta de personal describe perfectamente la situación.

La enésima reivindicación de los médicos de urgencias y emergencias en favor de su especialidad, eternamente prometida por ministros de todos los colores (el último, el inefable Salvador Illa) y sempiternamente pospuesta, es la historia de un desprecio crónico a uno de los colectivos más castigados y que más ha luchado durante la pandemia, sin que hasta ahora le haya servido para conseguir sus mas que justas reivindicaciones. Algo parecido podríamos decir de los médicos de enfermedades infecciosas, otros de los protagonistas durante la pandemia y también crónicamente olvidados.

Gasto sanitario en España


Y para el futuro, obras son amores. Mientras que en el pacto que hizo posible el actual gobierno se explicitaba que el gasto sanitario público tenía que alcanzar el 7% del PIB en 2023, las previsiones económicas enviadas por este mismo gobierno a Bruselas establecen un 6,4% para ese año, y aún menos para 2024, un magro 6,2% incluso inferior incluso a las cifras pre-Covid. No podía ser de otra forma si tenemos en cuenta que de las 20 prioridades fijadas en el llamado “Plan de Recuperación y Resiliencia” para dar destino en 3 años a los 70.000 millones € de la Unión Europea, la sanidad ocupa el penúltimo lugar con tan solo un 1,5% del total: 1069 millones a repartir en 3 años, poco más de 300 millones/año. Por dimensionar esta cifra, durante este periodo el gasto sanitario en España superará los 230.000 millones €. Apenas una gota en el mar.

Decía Machado que todo lo que se ignora, se desprecia. El hecho de que la gran mayoría de nuestros dirigentes políticos no tengan ni la menor idea de sanidad o simplemente no hayan pisado un hospital o un centro de salud en su vida, salvo como usuario o para inaugurar algo, no es que explique del todo estas situaciones, pero las matiza bastante.