No es frecuente la inclusión de noticias de política sanitaria entre la información general salvo que se trate de algo que se considere un escándalo. Ya se sabe que la sanidad no hace ganar elecciones, pero si puede hacer perderlas. En este caso ha sido el tema de los cribados andaluces de cáncer de mama y uno de sus efectos secundarios, la “espantada” de los diez consejeros de sanidad del Partido Popular de la reunión del Consejo Interterritorial, que dejaba sin validez cualquier decisión colegiada de este organismo ministerial de coordinación.

No seré yo quien aplauda la decisión de los consejeros populares, que tiene un toque hooligan que no comparto. Tampoco voy a entrar en el espinoso tema de los cribados, que daría para mucho pero, a decir verdad, algo parecido se veía venir condicionado en gran medida por la incalificable actitud de la ministra de sanidad a lo largo de toda la legislatura.

Desde hace mucho tiempo he venido defendiendo que para un ministerio como el de sanidad era preferible un médico antes que un abogado, un filósofo o alguien sin carrera alguna. Siempre es bueno que un político sepa al menos algo de lo que gestiona y no actúe de oídas. Se me olvidaba añadir que además de médico era exigible que tuviera unas mínimas ideas de gestión sanitaria, y que se dedicara al ministerio y no a sus cosas. En el lado positivo, sin duda Ana Pastor y en el negativo Bernat Soria y lamentablemente por las consecuencias que todos padecemos, la actual inquilina del Paseo del Prado, Mónica García.

La labor de Mónica García como ministra de Sanidad


Reconozco que al principio tenía esperanzas de que por fin tuviéramos una buena ministra después de una larga serie de mandatarios perfectamente olvidables si exceptuamos al inefable Illa, y no precisamente por su buena gestión. Se trataba de una médica hospitalaria que había vivido en su día los problemas de la sanidad, de los profesionales, de los pacientes y que una vez en un puesto de poder podía contribuir a ponerles solución. Sin embargo, pronto se vio que no íbamos por buen camino.

Dedicada a tiempo casi completo a la política de partido, entró en la dinámica de insultos a todo el mundo que se le puso por delante, característica de la actual política española, a veces sin caer en que por ejemplo el término “cafre” utilizado hace unos días para calificar a 10 de los 17 responsables autonómicos con los que en teoría tendría que acordar las políticas sanitarias, aparte las connotaciones peyorativas buscadas al pronunciarlo, resulta profundamente racista al referirse despectivamente a los bantúes de la parte oriental de Sudáfrica.


"Pese a que el papel del Ministerio de Sanidad es fundamentalmente coordinar a las comunidades autónomas que son las encargadas de la gestión sanitaria en su territorio, la Sra. García se puso a la cabeza de manifestaciones para protestar por ejemplo contra la de Madrid, como si lo que pasase en ésta u otra comunidad no fuese también problema suyo"



Pese a que el papel del ministerio es fundamentalmente coordinar a las comunidades autónomas que son las encargadas de la gestión sanitaria en su territorio, la Sra. García se puso a la cabeza de manifestaciones para protestar por ejemplo contra la de Madrid, como si lo que pasase en ésta u otra comunidad no fuese también problema suyo y como si muchos de los problemas que afligen a nuestra sanidad como la falta de profesionales, sus malas retribuciones o la fuga al extranjero o a la privada desde el sistema público no fueran también de su incumbencia. Al parecer simplemente pasaba por allí y las listas de espera, los tiempos de demora o la financiación sanitaria claramente insuficiente son problemas de otros. Últimamente se centra más en asuntos de Palestina y de flotillas, o los muchos problemas de su partido menguante y sus discrepancias con la parte socialista del gobierno, lo que no le debe dejar mucho tiempo para temas de poco calado como el Estatuto Marco, el desarrollo de la Agencia Estatal de Salud Pública o la ley antitabaco entre otros muchos que ahí siguen.

Por si fuera poco, la población cuya asistencia directa si depende de ella, en las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla, sufre las consecuencias de una pésima gestión con los mayores tiempos de espera del sistema, carencia de profesionales e inestabilidad laboral récord de los mismos, ausencia durante años de cribados de prevención de cáncer de mama, colon y cérvix y un largo etcétera de deficiencias. El mayor hito sanitario en estas ciudades durante la actual legislatura parece haber sido la “inauguración” en Melilla de un hospital que ha tardado 20 años en materializarse, pero que el día solemne con Presidente del Gobierno incluido, carecía de urgencias, intensivos, camas instaladas ni enfermos. Con razón dice el refrán “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”.

La inoperancia actual del Consejo Interterritorial


Con todo lo expuesto, se comprende que el día a día de la sanidad española, que depende en gran medida de la coordinación general y la aprobación de propuestas comunes acordadas y articuladas a través del Consejo Interterritorial es metafísicamente imposible que funcione en estas condiciones. No hablo de oídas. He tenido el honor de presidir durante casi un cuarto de siglo una de las comisiones técnicas de este Consejo y de las pocas que funcionan (la de trasplantes) y debo decir que de los cientos de acuerdos alcanzados y que luego fueron siempre aprobados por el pleno, tan solo hubo que votar en una ocasión porque siempre se llegó a un consenso total gracias a un intenso trabajo previo basado en la participación de todos y en el respeto mutuo. Además, cuando había un problema en cualquier comunidad, todos remábamos en la misma dirección para ayudarla, con la ONT en cabeza. Nunca se nos ocurrió señalar con el dedo a nadie para echarle la culpa.

Igualito que lo que estamos viendo ahora por ejemplo con la petición de los datos de los cribados. Ni se han trabajado ni consensuado los índices a considerar ni los datos a proporcionar y ni siquiera parece haberse licitado la herramienta informática encargada de recibirlos. En lugar de ello parece que se va a recurrir a demandas judiciales para conseguirlos. Ya hay que tener fe para pensar que así van a funcionar las cosas.