Las publicaciones de divulgación científica asumen un doble riesgo, los técnicos las pueden encontrar de escaso rigor y considerarlas ramplonas, mientras que para los legos pueden ser demasiado técnicas y hacerlas incomprensibles. Intentaré minimizar riesgos en ambos bandos.

Hace apenas año y medio, el conocimiento médico del virus SARS-CoV-2 era nulo y se asimilaba al de otros virus de la misma familia. Nunca antes, la investigación médica había alcanzado un desarrollo tan vertiginoso y colaborativo como en esta pandemia. Primero fue la definición clínica de la enfermedad, después la identificación exacta del virus, posteriormente el avance terapéutico (aún muy incompleto), y a continuación el éxito de las nuevas vacunas, desarrolladas en un plazo de tiempo que hace un par de años se antojaba casi imposible.

Sin embargo, la investigación sobre las secuelas de la enfermedad no ha sido posible hasta ahora. Y aún le queda mucho por conocer. Era necesario esperar, por una parte, que un gran número de individuos sobrepasara el episodio agudo de la enfermedad y, por otra, que corriera un largo plazo de tiempo para analizar su evolución. En este momento, centenares de miles de pacientes se encuentran en esta etapa. Se estima que, después de 12 semanas de tener una PCR negativa, uno de cada diez pacientes tendrá algún síntoma residual.

Para comprender bien la situación de cronicidad en la que están quedando muchos pacientes, conviene hacer una distinción inicial. Existen secuelas derivadas del “daño estructural” de algunos órganos que se van a comportar como las que siguen a otras enfermedades que dejan órganos semidestruidos, tal es el caso de la fibrosis pulmonar que afecta a algunos pacientes graves que, en su mayoría, han tenido largas estancias en unidades de cuidados intensivos. No se refiere este artículo a esos casos sino a aquellos que, manteniendo la integridad estructural de sus órganos, presentan una constelación abigarrada de síntomas. Como en otras enfermedades, en las que sólo los síntomas constituyen su existencia (fibromialgia, síndrome de fatiga crónica o encefalitis miálgica, colon irritable, etc.) la ausencia de un test diagnóstico preciso, hace que algunos profesionales minusvaloren este síndrome. E incluso, lo asocien a la neurosis de renta.

Ni siquiera la denominación de este cuadro clínico sin daño estructural ha sido unánime: síndrome post-COVID, COVID persistente (long-haul COVID), secuelas de COVID o el término más reciente, un nuevo acrónimo patrocinado por el mismo Dr. Fauci en sus ruedas de prensa en la Casa Blanca: PASC (Post Acute Sequelae of SARS -CoV-2 infection). De momento, el término descriptivo más adecuado para su divulgación puede ser: síndrome post-COVID.

Por otra parte, los estudios realizados hasta la actualidad también han generado ciertas dificultades de interpretación. Por un lado, el plazo temporal de los síntomas, contado desde el episodio agudo, no es uniforme en todas las publicaciones y la relación de la gravedad de la enfermedad inicial con los síntomas residuales tampoco es homogénea.

A pesar de estas dificultades, ya existen una serie de certezas que obligan a considerar este síndrome como una realidad clínica que va a tensar nuestro sistema sanitario, lo que, a su vez, obliga a sus profesionales a reconocerlo y a actualizarse en su manejo.

Entre las certezas, se ha objetivado que es más frecuente entre mujeres que en varones. En un estudio publicado en la revista Nature Medicine se puso de manifiesto que, después de 55 días del episodio agudo, la proporción de afectados era de 17% varones frente a 83% mujeres. En cuanto a su edad, la gran mayoría estaba entre 43 y 59 años, con una edad media de 52 años.

La cohorte de pacientes que cumple con mayor número de casos y mayor tiempo de seguimiento es la de autores chinos que valoraron a 1.733 pacientes 6 meses después del brote inicial de Wuhan, China. Concluyen que, el 76% de los afectados presentaba al menos un síntoma de los reconocidos como frecuentes en el síndrome post-COVID.

La descripción de los síntomas tiene muchas similitudes en los diferentes estudios. En un análisis conjunto de los más significativos (meta-análisis) se valoraron 47.910 pacientes y los síntomas más frecuentes fueron: cansancio y malestar general (58%), dolor de cabeza (44%), “niebla mental” (27%), pérdida de cabello (25%) y dificultad respiratoria (24%).

Otros síntomas, menos frecuentes pueden afectar a diferentes órganos o sistemas que implican, entre otros, a: neumólogos, neurólogos, psiquiatras, internistas, otorrinolaringólogos, reumatólogos o cardiólogos.

Conviene aclarar el concepto de “niebla mental”. No es un concepto estrictamente médico, pero se asume como un compendio de: cambio de humor, déficit de atención, dificultad de aprendizaje y falta de concentración. Por ser síntomas difíciles de ponderar por médicos no especialistas, tienden a ser poco valorados cuando suponen una de las mayores dificultades para incorporarse a la vida cotidiana.

A menudo, se tiende a creer que el síndrome post-COVID se relaciona con los casos graves de la enfermedad. Hoy se tiene la certeza de que también los casos leves pueden seguirse de este síndrome. Es más, sus síntomas pueden evolucionar a un patrón de intermitencia que, en ocasiones, se desencadenan bajo situaciones de estrés o con el ejercicio físico.

A día de hoy, con los datos epidemiológicos que tenemos en la mano, cabe pronosticar que, en los próximos años, el síndrome post-COVID pueda generar una enorme demanda sanitaria. ¿Cómo ha de afrontar esta situación nuestro Sistema Nacional de Salud? La respuesta casi automática es la de creación de equipos multidisciplinares, pero ¿se podrán crear tantos como demande la situación? Probablemente, no. Han de ser la Atención Primaria y las otras especialidades prioritariamente concernidas las que afronten esta situación. Y han de afrontarla desde una formación sólida, planificada y financiada por la sanidad pública, y desde la imperiosa necesidad de crear conciencia de la figura del “médico responsable” obligado a controlar y a aglutinar la información de diferentes especialistas. No podemos dejar a nuestros pacientes perdidos en un abigarrado calendario de citas, un laberinto de especialistas, opiniones desiguales y tratamientos dispares.