Los especialistas en Medicina Familiar y Comunitaria y los pediatras extra hospitalarios son, posiblemente, los que más se han resentido por los cambios sociales y económicos de la última década. La medicalización de la sociedad y las restricciones presupuestarias han conducido a la Atención Primaria a un nivel asistencial que, en muchas ocasiones, se ciñe a una consulta fugaz que deteriora la relación médico-enfermo e impide una atención de calidad acorde con la alta preparación de los médicos españoles.

Esta situación ha tenido efectos colaterales múltiples y dañinos: la acción comunitaria casi ha desaparecido, las diferentes profesiones sanitarias se han disgregado, las plantillas se han vuelto muy inestables (muchos enfermos encuentran cada vez a un médico diferente), el trabajo en equipo se ha diluido de forma alarmante y la desmotivación profesional es más alta que antaño.

Si aún se presta una Atención Primaria aceptable, es por la entrega desmedida de los profesionales sanitarios, de todos, no solo de los médicos, que mal pagados y en difíciles condiciones laborales anteponen su profesionalidad a sus justas reivindicaciones. Pero parece que hemos tocado fondo. Las huelgas y las manifestaciones en Atención Primaria han estallado a lo largo de 2018 en diversas comunidades autónomas: Andalucía, Castilla-La Mancha, Cataluña, Extremadura y Galicia.

La profesionalidad sanitaria ha de reconducirse desde la posición estoica actual a una postura creativa que devuelva a la Atención Primaria al lugar que por derecho y méritos le pertenece y que la sociedad, cargada de razones, le demanda. Se necesita un impulso que obligatoriamente ha de ser posible pero ambicioso y rupturista, no sirve el parcheo. Esto no se arregla con unos pocos millones de euros ni contratando a mas profesionales para hacer más de lo mismo.

Ya hace 40 años que empezaron a aparecer los Centros de Salud en sustitución de los Ambulatorios. Con ellos nacía la especialidad de Medicina Familiar y Comunitaria que iría relevando a los Médicos de Cabecera. Los médicos junto a otros profesionales sanitarios se centraban en el concepto salud. Su misión era conocer familia a familia y conocer sus enfermedades, y sus condiciones sociales y la salubridad de su entorno. La medicina asistencial iba de la mano con la preventiva. ¡Qué lejos estamos de aquel paradigma!

Los principios básicos de la Atención Primaria siguen siendo los mismos de entonces y hacia ellos tenemos que retornar ajustándolos a la situación económica, social y científica de nuestros días. Porque, evidentemente, aquella época difiere en gran medida de la actual; y más que va a diferir en un futuro cercano, ya están ahí la memoria artificial, el blockchain, el big data y el empoderamiento social.

Pero para cumplir con estas condiciones irrenunciables, hace falta algo más. Se necesitan unos proyectos piloto inmediatos, identificables e innovadores. Se necesitan centros de salud como unidades de gestión clínica, con mayor capacidad operativa, que actúen como dinamizadores sociales, que funcionen sin el techo de cristal de sus médicos en cuanto a la petición de pruebas diagnósticas, con tiempo para los pacientes y flexibilidad horaria, pero además y sobre todo, con profesionales ilusionados y cohesionados.

Olvidemos las grandes reformas sanitarias, se han mostrado políticamente inviables. Nadie ha ahorrado piropos al Informe Abril Martorell, ¡ya lleva 27 años en el cajón! ¿Cuántas veces se ha intentado un gran Pacto por la Sanidad, tanto en ámbito nacional como autonómico? ¿Cuántos han prosperado? ¡Ninguno!

Empecemos la reforma por Atención Primaria, es posible. Con un proyecto consensuado entre la administración pública y el mundo sanitario de los sindicatos, de las sociedades científicas y de los colegios profesionales.

Y ahora, de verdad, sin demagogia, con la corresponsabilidad el paciente.

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