Es muy habitual, o lo hemos incorporado como tal, el que cualquier tema que tenga que ver con la salud o la enfermedad sea automáticamente relacionado casi de manera exclusiva con los médicos. Como si no existiesen más agentes que intervienen en dicho proceso. Ya no hablo tan solo de profesionales, sino de familiares, amigos, redes sociales… que suelen excluirse sistemáticamente de la toma de decisiones dejando la misma en manos de quienes han monopolizado el absoluto y exclusivo protagonismo, los médicos, situando, además, al resto de agentes como meros subsidiarios de sus decisiones.

No seré yo quien ponga en tela de juicio, ni dude del papel que los médicos tienen en el ámbito de la sanidad. Pero sí que cuestiono de manera clara y firme su exclusividad, porque lo contrario es tanto como asumir que esto, más allá de una realidad asumida, es una realidad incuestionable. Y no lo es.

Siendo importante este análisis y debate, no es mi intención, en estos momentos, establecerlo, dado que es algo que requiere de un ejercicio sereno, razonado y amplio que este espacio no permite. Pero sí que voy a utilizar el planteamiento expuesto como elemento de partida de mi reflexión.


El planteamiento es fallido al hablar de cuidados médicos y no de cuidados


La entrada del nuevo Gobierno de la Nación ha propiciado, entre otras cosas, el que se apruebe en el Congreso de los Diputados la regulación de la eutanasia en nuestro país. Más allá de la reacción que la propuesta pueda ocasionar en diferentes sectores de la población, en función de criterios que escapan a la ciencia, lo cierto es que no deja a nadie indiferente y que a buen seguro abrirá debates que siendo necesarios, no siempre se regirán por planteamientos científicos lo que sin duda les otorgará un claro sesgo ideológico que no se ajusta exclusivamente a normas, valores o creencias sino que trata de sacar, a través de su utilización, rédito político de los mismos.

Y cuando tan solo se ha iniciado el proceso, que será largo y complejo, ya se están dando las primeras señales de la colonización que del tema se pretende hacer por parte de  los médicos que han venido acaparando cualquier cuestión que tenga que ver con la salud o la enfermedad o, como en este caso, con la muerte que durante tanto tiempo ha sido contemplada por este colectivo como un fracaso a su ciencia y a su intervención que, en muchas ocasiones, se ha pretendido situar a nivel divino.

Así por ejemplo se está hablando de que para que pueda aplicarse la eutanasia se deberá contar con la opinión de dos médicos y previamente con el informe de una comisión. Pero es que, además, el planteamiento inicial desde el que se parte es ya, en sí mismo, fallido y claramente colonizador al hablar de cuidados médicos y no de cuidados. Y como digo, esto no ha hecho nada más que empezar. Pero ya conocemos el argumentario que se suele utilizar y, lo que es peor, hasta el final con el que suelen concluir todos estos temas.

Pero no por ello tenemos que dar por válidos sin más estos planteamientos, por repetitivos que sean. Lo que está mal lo está aunque se haga, diga o piense de manera reiterada por cuestiones exclusivas de poder.

Y es que ya de partida no deja de ser triste que estemos ante un intento tan funesto como el de querer acaparar también la muerte desde idénticos principios de hegemonía basados en un paradigma tan abusivo como anulador de cualquier otra posibilidad de intervención, mirada, planteamiento o posicionamiento, es decir, impidiendo que se incorporen nuevos paradigmas, como el de las enfermeras, con visiones integrales, integradas e integradoras en los que la participación de otras realidades no tratan de eliminar la médica sino de enriquecerla con aportaciones y realidades, cuanto menos, tan válidas y necesarias como la médica.

Que estos procedimientos sean elaborados tan solo por profesionales de una única disciplina supondría un claro fracaso de la norma



La muerte, como parte del ciclo vital, no puede ni debe ser abordada tan solo desde una perspectiva biologicista, medicalizada, patriarcal y hegemónica.

Hacerlo es tanto como reconocer el fracaso de la relación humana, al reducirla a un acto meramente biológico. Las emociones, los sentimientos, los valores, las creencias… de la persona que va a morir o de sus familiares, la identificación del entorno, de las condiciones de vida… suponen factores determinantes en el abordaje de la muerte y en la toma de decisiones que sobre la misma se suscitan. Y pensar, o lo que es peor permitir, que tan solo un colectivo, por importante que este sea, tenga capacidad de decisión en torno a la muerte es claramente reduccionista e impide que se hagan abordajes diferentes tan necesarios como deseables.

Hablar por lo tanto de cuidados médicos es sentar las bases de un mal inicio en una norma tan importante, esperada y reclamada por amplios sectores de la población española. Y lo es tanto, si se utiliza el término médico de manera genérica, entendiendo que en el mismo están incluidas otras visiones, lo que supone volver a la fagocitación permanentemente utilizada, que anula e invisibiliza aportaciones diferentes desde disciplinas y sectores diferentes, como si se utiliza, en el peor de los casos, en el sentido de excluir cualquier otro intento de abordaje al hegemónicamente utilizado. Los cuidados son universales y su especificidad vendrá determinada por la mirada, planteamiento, ciencia… que los preste. Por lo tanto sería razonable que en un tema tan importante como la muerte, aunque se quiera ocultar, disfrazar o estigmatizar, se tenga, desde el principio, como planteamiento de partida una visión amplia en la que se dé cabida a diferentes profesionales y otros agentes que en su proceso intervienen con una evidente carga de responsabilidad que conlleva una importante capacidad de decisión, que en todo momento deberá ser analizada, valorada y tomada de forma consensuada.

Lo anteriormente dicho debe ser además el principio sobre el que se plantee la necesidad de que en la norma se incluyan a los profesionales de la salud que intervienen en el proceso de cuidados de las personas durante el desarrollo de sus ciclos vitales y de las familias en las que se integran. Pretender que los informes que se estipulen como necesarios para determinar el acceso o no a la eutanasia sean elaborados tan solo por profesionales de una única disciplina supondría un claro fracaso de la norma desde sus inicios por todo lo ya expuesto y por una cuestión de claro y evidente sentido común que en ningún caso puede ni debe estar excluido de la ciencia.

Por último que nadie pretenda identificar esta reflexión como un ataque a unos profesionales tan importantes como necesarios como son los médicos y menos aún utilizarla como arma arrojadiza.

La muerte no se prescribe sucede o, incluso, se desea



Mi única intención es contribuir a la dignificación de la muerte a través de la aportación plural de diferentes profesionales, como pueden ser las enfermeras, a través de los cuidados enfermeros, como parte sustancial y sustantiva del proceso de cuidados que toda persona precisa desde antes de su nacimiento hasta después de la muerte y que tan solo será posible llevar a cabo con la calidad y calidez necesarias desde el respeto y la valorización de las competencias de diferentes disciplinas realizadas desde la transdisciplinariedad.

La muerte no es, ni puede, ni debe ser patrimonio exclusivo de nadie. Intentar hacerlo va en contra del propio y lícito deseo de una muerte digna. La muerte no se prescribe: acontece, sucede e incluso se desea y, por tanto, precisa de unos cuidados amplios, ricos, diversos, respetuosos y dignos que no sean motivo, nunca, de colonización o protagonismo.

Tengamos pues la dignidad de hacerlo posible entre todos. Pasemos de la épica de la muerte a la ética de la muerte.