Poco queda de la sospecha generalizada y del profundo desconocimiento que acompañó la irrupción de los equivalentes farmacéuticos genéricos (EFG) en España, hace ahora 20 años. La mejor prueba de su irresistible consolidación es la misma inercia de la cotidianidad en las oficinas de farmacia, donde los genéricos se dispensan hoy como rosquillas, sin temor a que la ausencia de marca suponga un menoscabo en calidad y seguridad. Protagonista de esta envidiable expansión y testigo de un enorme cambio en las costumbres prescriptoras de este país, Raúl Díaz-Varela, presidente de la patronal Aeseg, es también el vivo retrato de un ascenso ganado a pulso, donde la imagen ha vuelto a ser un argumento infalible.

La cara de una industria que se apoya sin pudor en el gesto aparentemente facilón y hasta tosco de la copia no podía ser la de un cualquiera. Y ahí aparece Díaz- Varela, un señor muy bien parecido y genuino, con su impecable nudo Windsor en la corbata, y su aire de gentleman, con una lógica afición al golf. Elemental, mi querido Watson. Alguien en Aeseg debió de pensar que si el producto era una copia (muy bien hecha, pero copia al fin y al cabo), su primer embajador tenía que ser precisamente lo contrario. La solución fue tan original, que no hay manera de encontrar otra: Díaz-Varela lleva ya 10 años al frente de la Asociación y acaba de renovar, sin oposición alguna, su mandato.

Paradójicamente, la alta alcurnia que se adivina en la trayectoria de Díaz-Varela no se corresponde con el universo del genérico, cuyo lema intrínseco tiene poco que ver con la exclusividad: garantizar el acceso al medicamento a centenares de millones de personas. Y esto es posible porque, de entrada, el genérico es un 40 por ciento más barato que la marca. Este solo argumento podría convertir en imbatible un producto que, además, tiene suficiente juventud como para apuntar mucho más alto. Sin embargo, su desarrollo no está siendo todo lo poderoso que en otros países. Por eso la misión fundacional de Aeseg está aún lejos de haber concluido.

La secular obsesión de las administraciones sanitarias por tener el gasto farmacéutico a raya también parece penalizar a quien, paradójicamente, basa su estrategia de crecimiento en el ahorro. Pero la voracidad de lo público no parece tener límites, pese a que el gasto en farmacias ha bajado un 30% en seis años, como si estuviéramos a principios de siglo. Y todavía surgen nuevas propuestas, como las subastas andaluzas, que limitan la elección de un medicamento frente al resto y que son un elemento que está descorazonando a la industria.

Además de olvidar estas medidas, Aeseg reclama de las administraciones una auténtica discriminación en positivo para recuperar la diferencia de precio entre el genérico y el medicamento innovador fuera de patente. Algo así como retroceder en el tiempo y volver a una situación que, a buen seguro, los políticos entenderán superada, pero que, desde el punto de vista del genérico, es fundamental para conservar perspectivas de futuro. Con todo, Díaz-Varela, como buen empresario de corte familiar, anima a sus competidores y colegas a abrirse a otras vías de negocio como las OTC, la parafarmacia o los biosimilares, por si el estancamiento del genérico persistiera.

El ahorro como único argumento no parece suficiente, así que Díaz-Varela apela a la gallardía del sistema para buscar con determinación la sostenibilidad. Y aquí también aparecen fórmulas con las que el genérico se siente a gusto: precios de referencia, precios seleccionados, prescripción por principio activo…

Transcurrido el tiempo, y pese a las dificultades presentes, es posible citar a los genéricos como ejemplo de industria dinámica y de valor. Su punto de partida parecía incompatible con las implacables leyes del mercado, pero haciendo de la necesidad virtud, han conseguido un hueco propio y que obligadamente tiene que ir a más. Raúl Díaz-Varela bien puede simbolizar la feliz evolución de un sector en el que la amenaza del gato por liebre se ha diluido a golpe británico de calidad, seguridad y fiabilidad.

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