Cuando la publicidad de la empresa de telefonía a la que compramos el servicio, del banco con el que trabajamos, o de la compañía de seguros a la que estamos vinculados, coinciden en ofrecernos pólizas de atención sanitaria, es que, como diría un empresario, hay nicho de mercado. No puede ser casualidad este bombardeo publicitario a que han decidido someternos las grandes firmas, algunas de ellas con un objetivo social en principio muy distinto al del seguro sanitario.

Supongo que por el hecho de haber trabajado siempre en la sanidad pública y jugar con la evidente ventaja respecto a la población general de saber en cada momento de necesidad de quien echar mano para mí o mi familia, nunca me he planteado contratar una póliza privada. Reconozco que a ello han contribuido las experiencias juveniles cuando las clínicas privadas, al menos en Madrid, eran capaces de ofrecer una razonable atención hotelera y poco más (son muchas horas de guardia en el hospital público recibiendo traslados desastrosos de estas clínicas “por falta de medios”). También pesan mis recuerdos del INSALUD a finales del pasado siglo cuando en la comisión mixta con MUFACE (por cierto, ¿alguien podría explicar las razones metafísicas por las que una parte de la población puede elegir entre provisión privada o pública y el resto no?) se producían solicitudes muy significativas de trasvase a la sanidad pública en cuanto surgía un problema serio.


"Las cosas han cambiado mucho en lo que va de siglo y la correlación entre sanidad privada y pública se ha visto modificada tanto por méritos de la primera, que indudablemente ha mejorado y mucho, como por deméritos de la segunda"



Pero condicionantes personales aparte, lo cierto es que las cosas han cambiado mucho en lo que va de siglo y la correlación entre sanidad privada y pública se ha visto modificada tanto por méritos de la primera, que indudablemente ha mejorado y mucho, como por deméritos de la segunda. Además de la atonía crónica de la mayoría de los responsables políticos centrales y autonómicos, el sector público ha sufrido la oleada de recortes originada por la crisis económica del 2008, en ningún momento compensados, a la que en los últimos dos años se ha venido a sumar el monumental tsunami representado por la pandemia y que ha significado la puntilla a un sector ya de por sí muy tocado.

Frente a esta realidad, la sanidad privada ha ido mejorando sus estándares, formando grupos muy potentes, extendiéndose por casi toda España, con irrupción importante de capital extranjero y convirtiéndose en suma en una alternativa real para garantizar una asistencia de calidad. Todo ello con la ventaja incuestionable de no estar sometida a las presiones de una sanidad pública desbordada por unas demandas crecientes frente a una oferta limitada, que no crece al mismo ritmo y con escasos visos de mejora.

Cifras de la sanidad privada


Las cifras recogidas en el último informe del IDIS delimitan perfectamente la situación: mas de 11 millones de pólizas (23% de la población española) con un crecimiento de medio millón en el último año contabilizado, por un valor de más de 9.000 millones € y creciendo a un ritmo del 5,1% anual. Todo ello sin contar el impacto que haya tenido el último año Covid con sus sucesivas oleadas y el ataque sin piedad a la atención primaria condicionado por la variante ómicron. El 38% de la población de la Comunidad de Madrid y el 33% de la de Cataluña cuentan con una póliza de aseguramiento, la mayoría acompañada de la correspondiente cobertura pública. Los hospitales privados ya en 2018 representaban, sin contar los conciertos sustitutorios, el 23,7% de los ingresos, 20% de las consultas, 24,4% de las urgencias y el 30,4% de las cirugías.


"Los peores momentos de la pandemia, con los hospitales bloqueados, han hecho pensar a más de uno que era hora de buscar un plan B. Ya lo hizo la vicepresidenta Calvo en 2020 cuando se contagió, así es que ¿por qué no lo van a hacer los demás que se lo puedan costear?"



Las principales razones que hacen que muchos de quienes se lo pueden permitir busquen este doble aseguramiento radican mayoritariamente en el cada vez más difícil acceso al sistema público, si exceptuamos el consabido e indebido atajo de las urgencias. Unas interminables listas de espera para acceder al especialista a las que hay que sumar las incluso mayores para las exploraciones complementarias o las intervenciones quirúrgicas explican perfectamente estas tendencias. A ello se han sumado últimamente las dificultades para contactar con el médico de primaria como consecuencia del Covid, a veces con la imposibilidad incluso de establecer contacto telefónico, algo que nos habría parecido insólito hace un cuarto de siglo, pero que hoy ha pasado a formar parte del paisaje. De igual manera, los peores momentos de la pandemia, con los hospitales bloqueados, han hecho pensar a más de uno que era hora de buscar un plan B. Ya lo hizo la vicepresidenta Calvo en 2020 cuando se contagió, así es que ¿por qué no lo van a hacer los demás que se lo puedan costear?

Frente a ello, los anuncios a que antes hacíamos referencia inciden en la solución de estos puntos débiles: inmediatez de la atención por cualquier especialista, y rapidez en la realización de pruebas e intervenciones quirúrgicas. Incluso uno de ellos ofrece “atención primaria al instante, sin moverte de tu casa, las 24 horas”. Evidentemente la telemedicina, afrontada por la privada con especial énfasis, ha pasado a ser un valiosísimo elemento para conseguir esta celeridad y lograr la sensación de estar protegido.

Es cierto que ninguno de estos anuncios apunta hacia la alta complejidad, signo inequívoco de que el enfermo grave y el que requiere intervenciones del tipo de los trasplantes u otras similares siguen centrados en la sanidad pública, tanto en la realidad como en el imaginario colectivo, al menos por ahora.

Nada tengo en contra de este auge de la sanidad privada, un sector que crea empleo y riqueza, aparte responder a una demanda no bien satisfecha por el estado, pero me duele profundamente que ello se produzca según todos los indicios por un desplome de la pública que cada vez será más difícil de remontar, y que nos acerque inexorablemente a una sanidad a dos velocidades de calidad para quien se la pueda pagar y profundamente injusta para una buena parte de la población.