Para gestionar cualquier asunto, y por supuesto la sanidad, es preciso ser un buen conocedor del tema a tratar, pero sobre todo hace falta sentido común, saber escuchar a los demás, dotes de observación y la suficiente humildad como para reconocer que puedes no estar haciéndolo bien y que hay otros que lo hacen mejor y por tanto merece la pena aprender de ellos. A lo largo de mis muchos años al frente de la ONT he intentado aplicar estos principios, tratando siempre de encontrar quién lo hacía mejor, investigando por qué y trasladándolo después a otros hospitales, a otras comunidades hasta que todos consiguieran hacerlo igual de bien (los principios del benchmarking). Si una comunidad tiene un índice de donación de órganos por debajo de la media y la de al lado le duplica o triplica, no es lógico aducir que tus ciudadanos son menos generosos, que tienen muchas menos muertes cerebrales o que sus tradiciones seculares les impiden donar órganos pero que unos kilómetros más allá este freno deja de existir. No somos tan distintos de una comunidad a otra ni tampoco de un país a otro al menos en el ámbito europeo, como para explicar unas diferencias que a veces son de hasta 4-5/1.

Con el coronavirus ocurre algo parecido. Países o regiones limítrofes muestran resultados muy distintos porque han hecho cosas diferentes que pueden dar enseñanzas muy valiosas si se analizan con dos dedos de frente. No es el caso evidentemente de la ministra de transición ecológica y una de las muchas vicepresidentas del gobierno, que afirma que si Portugal tiene unos resultados mucho mejores que los de España pese a su más precario sistema sanitario es porque está “más al oeste” (obviando que tomó las medidas de aislamiento en un estadio de la epidemia bastante anterior al nuestro). Claro que en la misma entrevista llega a la conclusión de que “España está en la gama alta de éxito”, lo que tampoco dice mucho de su capacidad de autocrítica.

Un ejemplo muy claro de cara y cruz en el tratamiento de la crisis en dos zonas muy cercanas y con características socioeconómicas similares nos lo dan las regiones italianas de Lombardía y Véneto. Fueron la aparente puerta de entrada del virus en Italia, al parecer por la especial relación de esta zona industrial del país transalpino con la región de Wuhan en China. De entrada se registraron dos focos situados en Codogno (Lombardía) y Vò Euganeo (Véneto) que fueron aislados junto con las zonas vecinas. Pero mientras que los lombardos siguieron las indicaciones del gobierno italiano (y de la OMS entonces) de hacer test a los sintomáticos y nada más, en el Véneto surge la figura del inmunólogo Andrea Crisanti, de la Universidad de Padua, al que muchos consideran el héroe de la pandemia en Italia y una prueba más de que no da igual quien gestione un problema, y menos si es de la gravedad de la pandemia que nos afecta. 

Crisanti tiene una gran experiencia en el manejo de epidemias como la malaria contra la que trabajó en el Imperial College de Londres, o el virus del Nilo Occidental, endémico en la zona del Véneto, para el que la región tiene desarrollada toda una tecnología de laboratorio muy perfeccionada que le ha permitido elaborar test propios para éste y otros virus entre ellos el SARS-CoV-2 en un tiempo récord. Desoyendo las directrices del gobierno central italiano, realizó test masivos y tempranos incluyendo por supuesto a los contactos asintomáticos, entre los que encontraron múltiples positivos procediendo al aislamiento estricto de todos ellos.

Un modelo parecido al coreano pero en suelo europeo y en unos momentos en que en España estábamos en la llamada “fase de contención”, pensando que eran cosas lejanas pese a que lo teníamos al lado y perdiendo un tiempo precioso. Los test masivos se realizaron antes y después del confinamiento, llegando a alcanzar hasta al 70% de la población y prosiguen en la actualidad.

El foco original fue controlado y la situación en las dos grandes regiones de la Padania italiana es hoy día diametralmente opuesta ya que frente a los 14.611 fallecidos en Lombardía a principios de mayo, en Véneto la cifra era de 1596, una diferencia que corregida para la población de ambas regiones es de 4,5 / 1. Es decir, pese a haber sido uno de los primeros focos en Europa y no contar con experiencias cercanas previas, Crisanti ha conseguido suavizar la epidemia, con cifras de fallecimientos en relación con la población sensiblemente inferiores a las españolas.

Son muchas las enseñanzas que se derivan de la experiencia veneciana. Más del 40% de los positivos eran asintomáticos, lo que explica que cuando el foco parecía controlado, se seguían produciendo contagios sobre todo en el ámbito familiar (y por ejemplo en España, donde los test han sido escasos y tardíos, entre los profesionales sanitarios). Sin embargo, los niños de 0 a 10 años no se infectaron en la muestra analizada pese a tener positivos en la familia, lo que es muy de tener en cuenta con miras a la vuelta al colegio, aunque lógicamente hay que aumentar la experiencia específica en este grupo de edad. La mala noticia es que hasta ahora no hay ningún indicio de que haber sido infectado, con síntomas o no, proporcione inmunidad. Crisanti no lo descarta pero hasta ahora no se puede afirmar ni descartar. Ello le lleva a afirmar que la idea del pasaporte inmunológico es “una estupidez”.

Pero aparte la forma de actuar basada en test masivos, detección y aislamiento de contactos, que está en la base del éxito de otros países como Alemania, Taiwan, Islandia, Finlandia o Nueva Zelanda por citar algunos, un aspecto que merece la pena resaltar es la autosuficiencia en las pruebas de detección del coronavirus sin tener que depender de los mercados internacionales en los que ya hemos visto que no se puede confiar en tiempos difíciles. Hace unos días se producían unas declaraciones del director de la Asociación de Empresas de Biotecnología (Asebio) en las que ponía de manifiesto que actualmente fabrican 745.000 test a la semana con posibilidad de multiplicar por tres estas cifras en un plazo de un mes. Aseguraba además que parte de esta producción se exporta dado que aparentemente el mercado nacional estaba cubierto por las importaciones, algo que a día de hoy es más que dudoso a la vista de los colectivos que siguen sin tener acceso a estos test.

Una de las grandes enseñanzas de esta pandemia, que puede y debe cambiar muchas cosas en el futuro, es que cuando vienen mal dadas no te puedes fiar más que de lo que puedes producir desde dentro de tus fronteras. Con vistas a las más que probables nuevas oleadas futuras, una decidida estrategia nacional de producción de test, EPI, respiradores y demás productos cuyas carencias clamorosas hemos padecido y que tantas vidas han acabado costando, parece absolutamente imprescindible.