Con la llegada de una nueva epidemia de gripe, la Organización Médica Colegial desea compartir una reflexión serena y constructiva sobre aquellas medidas que, durante la pandemia, demostraron ser herramientas fundamentales para la protección de la salud individual y colectiva. Hoy no hablamos de obligaciones ni de imposiciones, sino de un ejercicio de responsabilidad social y de solidaridad elemental entre ciudadanos.

La experiencia reciente nos enseñó que la salud pública no es un concepto abstracto reservado a instituciones o expertos. Es, ante todo, un compromiso cotidiano que cada persona asume con su comunidad. Durante los momentos más difíciles de la pandemia aprendimos que acciones simples —el distanciamiento físico, el uso de la mascarilla y el lavado frecuente de manos— tuvieron una eficacia extraordinaria en la reducción de contagios. Esas prácticas formaron parte de la llamada “fase de defensa” frente a un virus desconocido, y aunque hoy vivimos una situación epidemiológica distinta, la llegada estacional de la gripe vuelve a recordarnos su utilidad.

No se trata de replicar el escenario de crisis vivido. Se trata de recuperar, con serenidad y sentido común, aquello que funcionó. Especialmente el uso de la mascarilla en entornos donde el aire se comparte en espacios cerrados: el transporte público, los aviones, los autobuses, o aquellos lugares donde se produce un confinamiento moderado y prolongado. Y, de forma muy especial, en las residencias y centros sanitarios, donde habitan o se cuidan personas particularmente vulnerables. Los hospitales, como espacios esenciales para la salud de todos, merecen también esa prudencia que evita riesgos innecesarios.



"La salud pública, en definitiva, es un proyecto colectivo. No se sostiene únicamente desde las instituciones, sino también desde la colaboración de cada ciudadano"




Estas recomendaciones no deben entenderse como una exigencia normativa. Las decisiones de obligado cumplimiento corresponden a las administraciones sanitarias. Pero nuestra invitación va más allá del marco legal: apela a la consideración mutua, al cuidado del otro, al reconocimiento de que pequeños gestos personales pueden evitar grandes sufrimientos ajenos. Usar la mascarilla en estos contextos no es un acto incómodo o menor; es una muestra de respeto, una forma de solidaridad tangible, casi íntima, que protege a quienes quizá no podrían defenderse igual de bien.

A la vez, es imprescindible recordar el valor decisivo de la vacunación.

Probablemente no haya existido en la historia de la humanidad una medida de salud pública más eficaz, junto con el acceso al agua potable. La vacunación ha salvado cientos de miles, incluso millones de vidas. Ha evitado enfermedades devastadoras, ha aliviado los sistemas sanitarios y ha permitido que generaciones enteras crecieran libres de amenazas que durante siglos fueron parte de la vida cotidiana.

En el caso de la gripe, la vacunación continúa siendo la barrera más eficaz para prevenir complicaciones graves, especialmente en personas mayores, pacientes con enfermedades crónicas o individuos con el sistema inmunitario debilitado.

Pero incluso para quienes se perciben a sí mismos como “sanos”, la vacunación representa una forma de protección comunitaria: disminuye la circulación del virus y, con ello, la probabilidad de contagiar a personas vulnerables.

La salud pública, en definitiva, es un proyecto colectivo. No se sostiene únicamente desde las instituciones, sino también desde la colaboración de cada ciudadano. La pandemia nos enseñó que cuando sociedad y sistema sanitario trabajan alineados, los resultados son excepcionales. Ahora, en una situación que no genera la angustia de entonces, tenemos la oportunidad de conservar esa lección y aplicarla con sensatez y compromiso.

Reforzar nuestro modelo sanitario implica no solo dotarlo de recursos y profesionales —que también—, sino cuidarlo con nuestras decisiones diarias.

Adoptar estas medidas sencillas es una forma de contribuir a su sostenibilidad, de evitar colapsos evitables y de apoyar a los profesionales que trabajan cada día para mantenernos sanos y atendidos. La Profesión Médica, desde la Organización Médica Colegial, recomienda estas prácticas porque sabe, con la evidencia acumulada y con la experiencia vivida, que funcionan y salvan vidas.

En esta época de gripe, invitamos a la ciudadanía a ejercer esa responsabilidad amable, madura y solidaria. No como un sacrificio, sino como una forma de convivencia. La salud de todos —la de quienes amamos y la de quienes quizá no conocemos, pero comparten con nosotros espacios y trayectos— merece ese pequeño esfuerzo que, en realidad, dice mucho de quiénes somos como comunidad.