Hablar de Suicidio nunca es sencillo. Nos duele, nos incomoda y con frecuencia preferimos callarlo. Pero cada 10 de septiembre, el Día Internacional de la Prevención del Suicidio nos recuerda que necesitamos hacerlo: hablar salva, escuchar salva, intervenir salva.

A menudo, cuando pensamos en el Suicidio solemos imaginar a “las que”: las personas que tienen un diagnóstico, las que no están bien, las que “algo les pasa”. Pero reducirlo a “las que” es una forma de simplificar lo complejo, y al mismo tiempo, de señalar con el dedo. Como si hubiera un grupo aparte, distinto de nosotras y nosotros, destinado a sufrir. Y no. La verdad es que no se trata de “las que”, sino de los cuándos, los cómos y los qués.

Porque todas y todos podemos atravesar momentos de oscuridad. Son los cuándos, cuando sentimos que no hay salida, cuando la vida se vuelve demasiado pesada, los que nos colocan en un lugar de riesgo.

Son los cómos, cómo enfrentamos esos instantes, cómo nos vinculamos, cómo nos sostienen quienes nos rodean, los que marcan la diferencia entre hundirse o encontrar un respiro. Y son los qués, qué redes tenemos, qué palabras nos abrazan, qué recursos están disponibles, los que pueden abrir un camino hacia la esperanza.

Mirarlo así nos devuelve a una verdad esencial: no existen “ellos” y “nosotras”, existe un nosotros. Cualquiera, en cualquier momento, puede sentirse vulnerable. Y precisamente por eso, la prevención empieza en la empatía, en dejar de lado los prejuicios y en atrevernos a hablar sin estigmas.


"La prevención no se construye en abstracto: se teje en esos instantes donde estar cerca, una respuesta oportuna, una estrategia adecuada o un recurso disponible pueden marcar la diferencia"





Como profesionales de la salud, el reto es grande: detectar a tiempo, ofrecer herramientas, fortalecer capacidades profesionales, derribar estigmas que aún rodean la búsqueda de ayuda. Pero la prevención no es tarea exclusiva de quienes trabajamos en este ámbito, no únicamente. Prevenir también es una responsabilidad social y comunitaria, que empieza en lo cotidiano: en cómo acompañamos, en cómo escuchamos, en cómo elegimos estar disponibles para los demás.

Y estar disponibles no siempre exige grandes gestos. A veces basta con preguntar de verdad cómo está tu pareja y sostener la respuesta sin prisa; con darte cuenta de que tu amigo se aísla y tenderle un espacio de confianza; con mirar de cerca a tu hijo o hija cuando el silencio pesa demasiado y abrirle un refugio de conversación; con notar que un compañero de trabajo parece apagado y ofrecerle tu compañía sin juicio. Acciones mínimas con un impacto inmenso: pasar de no ser visto a sentirse valorado.

Prevenir es también cuidar. La prevención no se construye en abstracto: se teje en esos instantes donde estar cerca, una respuesta oportuna, una estrategia adecuada o un recurso disponible pueden marcar la diferencia.

El Suicidio no es un tema del que podamos apartar la mirada. Es, más bien, una llamada a reconocer la fragilidad humana. Este 10 de septiembre recordemos que la prevención se teje en los cuándos, los cómos y los qués.

Ahí radica el verdadero sentido de este día: recordar que cada acción cuenta cuando se trata de cuidar la vida.