Se ha dicho con acierto que es un hecho que las nuevas tecnologías nos permiten monitorizar todo lo que hacemos en nuestra vida pública y privada, acumular masivamente toda la información, sistematizar los datos, tratarlos y relacionar unos con otros. Al servicio de este tipo de actuaciones, se han establecido potentes infraestructuras, que permiten avances en la investigación, en la innovación, en la calidad y en la eficiencia de productos y servicios, controlar costes, valorar resultados  y un largo etcétera.

Big data, entendido como acumulación masiva de datos, ofrece pues grandes ventajas, pero, como otras muchas cosas, tiene su cara y su cruz. En efecto, hay aspectos que generan justificada preocupación, tales como el uso indebido de informaciones, el riesgo de mala calidad de los datos, la lesión del derecho a la intimidad, la propiedad intelectual, la seguridad, la utilidad y la rentabilidad de las inversiones en este tipo de infraestructuras o la anonimización deficiente.

El fenómeno big data, se proyecta sobre los más diversos ámbitos y, sin duda, entre ellos destaca el sanitario.

El uso de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación en los sistemas sanitarios permite reunir a diario millones de datos asistenciales que, tras su posterior tratamiento, pueden ser de extraordinaria utilidad para la investigación de patologías, para valorar los efectos de los medicamentos, para mejorar la organización de los recursos humanos y técnicos o para analizar quejas y reclamaciones de los pacientes.

El fenómeno big data, por tanto, puede contribuir a mejorar el funcionamiento de los sistemas sanitarios y brindar a los profesionales importantes oportunidades y ventajas para el desarrollo de su actividad.

Sin embargo, tales oportunidades y posibilidades vienen condicionadas por la ausencia de una estrategia general de e-salud, que oriente y dé sentido a la utilización de las TIC. También se echa de menos una auténtica gobernanza de los sistemas de información que coexisten en el Sistema Nacional de Salud.

A ello hay que añadir otros problemas que deberían ser resueltos para el pleno desarrollo del big data sanitario. Entre ellos cabe citar:

1. Problemas de interconexión e interoperabilidad.

2. Problemas de calidad y de heterogeneidad de los datos y de las fuentes de información.

3. Problemas de estandarización y de terminología.

4. Problemas en materia de privacidad y de confidencialidad.

5. Problemas de falta de garantía en la anonimización de los datos.

Es cierto que pese a estos problemas se están produciendo avances en lo relativo a la e-salud, tanto a nivel nacional, como en el ámbito autonómico, pero no es menos cierto, que faltan más de 24 millones de historias clínicas por digitalizar; que un 23 por ciento de las recetas no son electrónicas, y que los datos correspondientes a 9 millones de pacientes atendidos en el sector privado de la sanidad no están integrados.

Pese a todo, big data, más pronto que tarde, será un referente obligado a la hora de promover políticas para la gestión moderna de nuestra sanidad.

A tal fin, además de resolver las deficiencias ya mencionadas, sería preciso fomentar dentro de nuestro sistema sanitario una cultura colaborativa digital y un marco regulatorio que ordene la acumulación, el tratamiento y el flujo de datos, y que haga compatible la información, la seguridad y la privacidad de los pacientes.

Será así como del big data podremos pasar al open data sanitario.

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