Inicio este artículo con esta frase de Paulo Freire: “Conceptos como los de unión, organización y lucha, son calificados sin demora como peligrosos. Y realmente lo son, para los opresores, ya que su "puesta en práctica" es un factor indispensable para el desarrollo de una acción liberadora”. Se entiende perfectamente, no hacen falta comentarios.

En España, la sanidad pública es uno de los pilares fundamentales del Estado del bienestar, y los médicos son un eslabón clave en su funcionamiento. A pesar del respeto social hacia la profesión médica, la realidad laboral de los facultativos, especialmente en el sistema público, dista mucho del reconocimiento que reciben. Jornadas interminables, sobrecarga asistencial, contratos temporales, sueldos estancados y falta de conciliación son solo algunas de las muchas deficiencias que arrastra el sector.

Ante esta situación, surge una pregunta evidente: ¿por qué los médicos en España no logran unirse de forma sólida y sostenida para luchar por sus derechos laborales? A diferencia de otros colectivos que se han movilizado con éxito, el colectivo médico/facultativo parece fragmentado y debilitado a la hora de reclamar mejoras. Analicemos por qué.

Fragmentación estructural del sistema sanitario. El sistema sanitario español está descentralizado, lo que implica que las competencias en sanidad recaen en las comunidades autónomas. Esto ha generado 18 modelos de gestión diferentes, con condiciones laborales que varían significativamente de una región a otra. Así, mientras un médico en Castilla-La Mancha puede tener contratos más estables, uno en Madrid o Cataluña puede encadenar años de interinidades sin plaza fija.

Esta dispersión territorial dificulta enormemente la organización de movilizaciones a nivel nacional, ya que no todos los médicos enfrentan las mismas circunstancias al mismo tiempo. Las huelgas o protestas tienden a ser regionales, con un impacto limitado.

Precariedad laboral y miedo a represalias


Aunque muchos médicos acceden a una plaza mediante oposición, una gran parte de los facultativos trabaja con contratos temporales o en situación de interinidad, especialmente los más jóvenes. Esto crea una situación de dependencia institucional que inhibe la participación en protestas. El temor a no renovar contrato, ser mal evaluado o quedar excluido de futuras convocatorias disuade a muchos de alzar la voz.

En hospitales y centros de salud, todavía persiste una cultura jerárquica y conservadora donde el activismo laboral puede ser mal visto. Muchos médicos jóvenes prefieren “no meterse en líos”, y optan por la resignación, al menos hasta conseguir una plaza estable.

Cultura profesional individualista


Desde la universidad, la formación médica en España fomenta un enfoque altamente competitivo e individualista. El acceso al MIR, la elección de especialidad, las plazas hospitalarias y las promociones internas están marcados por una lógica meritocrática que suele desincentivar el trabajo en equipo o la acción colectiva.

Muchos médicos priorizan su desarrollo profesional individual, con la esperanza de mejorar su situación personal a través de formación, especialización o traslados, en lugar de exigir mejoras colectivas. Esta cultura del “sálvese quien pueda” impide la consolidación de un movimiento sindical fuerte y cohesionado.
Debilidad y desconfianza hacia las estructuras sindicales.

En España, la representación sindical de los médicos está repartida entre sindicatos generalistas como CC.OO. o UGT, y sindicatos sectoriales como CESM (Confederación Estatal de Sindicatos Médicos) o sindicatos autonómicos. Esta pluralidad no ha generado fuerza, sino más bien división y descoordinación.

Además, muchos médicos desconfían de los sindicatos, a los que perciben como politizados, poco efectivos o alejados de las verdaderas necesidades del colectivo. Esta desafección sindical ha debilitado la capacidad de convocatoria y la presión sobre las administraciones.

Presión ética y estigmatización de la huelga


El médico, a diferencia de otros trabajadores, lleva consigo una carga moral que muchas veces actúa como freno para la movilización. La idea de que “no se puede abandonar a los pacientes” está profundamente arraigada, tanto dentro como fuera de la profesión. Cualquier paro o huelga se enfrenta al escrutinio público y mediático, y a menudo se interpreta como una falta de compromiso con los ciudadanos.

Esto coloca al médico en una posición de indefensión emocional, donde incluso sus demandas legítimas pueden parecer incompatibles con su deber ético. La presión de no perjudicar al paciente acaba siendo utilizada, consciente o inconscientemente, para desactivar la protesta.

Desgaste, burnout y resignación


Tras la pandemia de COVID-19, muchos médicos quedaron exhaustos física y emocionalmente. El esfuerzo heroico que sostuvieron durante los meses más duros no fue recompensado con mejoras estructurales reales. La consecuencia ha sido un aumento del burnout y una creciente sensación de impotencia.

El cansancio crónico lleva a la desmovilización. Muchos médicos hoy sienten que “no sirve de nada protestar” o que cualquier cambio real es inviable en el corto plazo. Esta resignación, alimentada por años de promesas incumplidas, es uno de los mayores obstáculos para la acción colectiva.

Brecha generacional y fuga de talento


En los últimos años, muchos médicos jóvenes han optado por emigrar a países europeos donde las condiciones laborales son más atractivas. Reino Unido, Francia, Alemania y los países nórdicos han recibido a miles de profesionales formados en España.

Este éxodo de talento ha debilitado la profesión desde dentro: los más inconformistas y dispuestos a pelear simplemente se van. Por otro lado, se ha abierto una brecha generacional entre médicos mayores, más acomodados, y jóvenes, más precarizados, que dificulta aún más la unión del colectivo.
La incapacidad de los médicos en España para unirse y defender sus derechos laborales no es casual ni voluntaria. Es el resultado de un sistema sanitario fragmentado, una cultura profesional individualista, estructuras sindicales débiles, precariedad estructural y una presión ética que juega en su contra.

Sin embargo, si no hay unión, no habrá mejora. El reconocimiento social y moral hacia los médicos debe traducirse también en dignidad laboral. Porque un médico maltratado no solo es una víctima del sistema, sino un síntoma de un sistema que empieza a enfermar.