En un contexto político marcado por el ruido y la confrontación,
la voz de los médicos jóvenes irrumpe con un mensaje claro: necesitamos consensos, necesitamos futuro. “No heredamos la tierra de nuestros antepasados, la tomamos prestada de nuestros hijos”, recordaba Antoine de Saint-Exupéry. Esta frase, cargada de responsabilidad intergeneracional, resume el espíritu que ha guiado
la presentación del estudio Ikerburn en el Senado de España, acompañados por representantes institucionales y actores clave del sistema sanitario. No se trató de un acto más:
fue la demostración de que una generación no solo quiere reflejar la realidad que vive, sino también transformarla.
En un momento en que la política generalista parece atrapada en la crispación, los médicos jóvenes han decidido enviar un mensaje distinto: el futuro de la sanidad no se construye con trincheras, sino con consensos y trabajo conjunto. P
orque la salud no entiende de ideologías, y garantizar un sistema sanitario fuerte, humano y sostenible es una causa común que nos interpela a todos.
El estudio Ikerburn, impulsado por la OMC a través de su Sección Nacional de Médicos Jóvenes y Promoción de Empleo, no se limita a poner cifras al burnout en la formación sanitaria especializada. Va más allá: señala los factores estructurales que lo perpetúan y propone soluciones que requieren cambios culturales y organizativos. Y lo hace desde la legitimidad de quienes viven esta realidad en primera persona, con la valentía de decir: “esto no puede seguir así,
y queremos ser parte activa del cambio”.
Este compromiso no es nuevo.
Desde la Sección Nacional se han impulsado proyectos para mejorar la empleabilidad, promover la conciliación, difundir el Programa de Atención Integral al Médico Enfermo (Paime) y sensibilizar sobre la importancia del autocuidado. Pero la presentación en el Senado marca un hito: llevar la voz de la juventud médica al corazón de la política, no para confrontar, sino para construir.
Porque, seamos claros: invertir en médicos jóvenes es invertir en la supervivencia del sistema sanitario. No hablamos solo de proteger a un colectivo vulnerable; hablamos de garantizar que dentro de diez, veinte o treinta años sigamos teniendo un sistema público robusto, capaz de responder a las necesidades de la ciudadanía. Cada residente que se quema es una pérdida de talento, una grieta en la base del sistema.
Y no podemos permitirlo.
Frente al ruido, la juventud médica propone diálogo. Frente a la inercia, propone innovación. Frente al individualismo, propone comunidad. Y lo hace con optimismo, porque sabe que el cambio es posible si se construye desde la colaboración.
Queremos ser parte de la solución, no espectadores del problema.
El mensaje que sale del Senado es claro: la sanidad necesita consensos amplios, políticas valientes y una apuesta decidida por las nuevas generaciones. No hay futuro sin médicos, y no habrá médicos sin condiciones dignas, entornos saludables y oportunidades reales de desarrollo profesional.
Como dijo Saint-Exupéry, no heredamos la tierra, la tomamos prestada. Lo mismo ocurre con la sanidad: no es un legado inmutable, es una responsabilidad compartida.
Hoy, los médicos jóvenes están dispuestos a asumirla. Y eso es motivo de esperanza. Porque cuando una generación se compromete no solo a diagnosticar, sino a transformar, el futuro deja de ser una incógnita para convertirse en una oportunidad.
Invertir en juventud médica no es un gasto: es la mejor garantía de que la sanidad seguirá siendo el mayor patrimonio social de este país. Y en esa tarea, no sobra nadie.