En el
último artículo que hemos publicado en
Redacción Médica nos ocupamos de los problemas que plantea el elevado porcentaje de inasistencia a las
citaciones en consulta, de sus posibles causas y de sus repercusiones negativas.
Pero la percepción, cada vez más extendida e intensa, del
deterioro progresivo de las condiciones de trabajo de los profesionales y del crecimiento de sentimientos de desmotivación en la perspectiva 'burnout' nos induce también a reflexionar sobre su relevancia y repercusiones en la actividad que desarrollan en los diferentes ámbitos del sistema sanitario.
Sí, los profesionales sanitarios también tienen cada vez menos incentivos para incrementar la
cantidad y calidad de su actividad asistencial, docente e investigadora.
Por ejemplo y en relación al
absentismo laboral general, mientras la media diaria de empleados afectados es superior al millón y medio ( lo que viene a significar un 7 por ciento de la población trabajadora), el que corresponde a la sanidad ocupa el octavo puesto del ranking de absentismo, con un 10,5 por ciento del conjunto.
Los efectos del incremento del absentismo sanitario no solo implican
retrasos en la atención a los pacientes y un aumento en el riesgo potencial de
iatrogenia, sino que además comportan una sobrecarga para el personal activo, lo que a su vez supone un riesgo para su salud física e incrementa la probabilidad de absentismo generando un círculo vicioso.
Pero, del mismo modo que el absentismo general tiene un notorio impacto sobre la productividad de la economía, el absentismo sanitario repercute también en los
costes de la provisión de los servicios asistenciales. Sin olvidar las consecuencias negativas sobre las organizaciones sanitarias.
¿Cuáles son las causas del absentismo laboral sanitario?
Se acostumbran a reconocen como causas del absentismo sanitario el
envejecimiento de las plantillas; determinadas condiciones laborales, sobre todo en algunos puestos de trabajo; la
desorganización y, particularmente en los ámbitos asistenciales, el ya citado 'burnout', que evoca un estado de
agotamiento emocional y mental que disminuye la eficacia profesional y que puede generar actitudes cínicas en la relación con los colegas y con los pacientes.
En el sistema de salud, la reactividad al estrés se ha correlacionado predominantemente con una serie de variables relacionadas con el entorno laboral pero también con otras variables independientes.
Al considerar las variables laborales hay que tener en cuenta la complejidad de las interacciones entre ellas: el
desequilibrio entre la vida laboral y personal, la preocupación por las condiciones de los pacientes y el tipo de problemas que plantean, lo que tiene que ver con la
especialidad médica, la antigüedad y, desde luego con las circunstancias específicas del lugar de trabajo, la presión gerencial, la burocracia o la precariedad.
"Los nuevos, y adversos, tiempos necesitan de otros planteamientos éticos y de compromiso con la consecución de un marco de ejercicio profesional más satisfactorio y capaz de garantizar una asistencia personal y colectiva que responda mejor que la actual"
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No se trata ni siquiera de sugerir medida alguna para solucionar o paliar el problema. Ni este es el ámbito ni nosotros somos competentes para ello. Pero nos parece que además de
mejorar las condiciones laborales, deberíamos considerar si las expectativas que llevan a formarse en los grados de las
Ciencias de la Salud se corresponden con la realidad de la práctica asistencial y también si es el profesionalismo una actitud protectora del desencanto.
Profesionalismo entendido no solamente como la competencia técnica, sino sobre todo como un compromiso, con los pacientes desde luego, pero quizás también con la ciudadanía en general y en su caso con las
entidades proveedoras de los servicios.
El respeto de algunos valores esenciales que deberían constituir la base de la deontología profesional. El deber ser de acuerdo a unas referencias, normas o reglas que, además de pretender garantizar a la sociedad un
ejercicio honesto y respetuoso con la autonomía de las personas, lo que podría suponer un estímulo positivo protector. Un orgullo generado por el genuino prestigio social.
Un prestigio auténtico, más allá de la confianza que detectan las encuestas y que no se corresponde demasiado con las
agresiones que padecen cada vez más médicos y enfermeras. Entre otras razones, tal vez, porque el profesionalismo se ha ido diluyendo y cuesta percibir el compromiso que implica.
Claro que para que resulte atractivo y seductor
el valor del profesionalismo debería actualizarse formalmente. La sociedad ha cambiado bastante desde la creación de los colegios profesionales cuyos códigos deontológicos fueron, en su día, la referencia explícita para la sociedad y la corporación implicada. Y no digamos desde la formulación del
juramento hipocrático, antecedente remoto del compromiso moral de quienes atienden a los pacientes y sus enfermedades.
Los nuevos, y adversos, tiempos necesitan de otros planteamientos éticos y de compromiso con la consecución de un marco de ejercicio profesional más satisfactorio y capaz de garantizar una
asistencia personal y colectiva que responda mejor que la actual, en cantidad y calidad, a las demandas de los pacientes.