Hace unos días saltaba la noticia de que la ONT había logrado frenar la entrada en Europa de una cadena internacional de tráfico de órganos. Dicho así, la noticia, obviamente positiva, suena a intervención policial o judicial del estilo de los casos puntuales abortados en España hace unos años.

Nada que ver. Aparte el tráfico de órganos descarnado que asola medio mundo, algunos países ricos maquinan fórmulas más sutiles siempre con la misma dinámica: ciudadanos de estos países buscan la fórmula más fácil de satisfacer sus demandas de órganos para trasplantes a costa de ciudadanos de los países pobres. Explotación humana antigua como el mundo.

Cuando la iniciativa es 'made in USA' y además de contar con su poderosa máquina de difusión científica y mediática viene avalada por todo un premio Nobel, son palabras mayores.

La relación entre los Nobel de Economía y los trasplantes resulta cuando menos curiosa. El pasado año este galardón fue para Richard Thaler un experto en la toma de decisiones de la escuela de Chicago, autor del éxito editorial “Nudge” (incentivo, empujón), el impulso que necesitas para tomar mejores decisiones sobre salud, dinero y felicidad”. Su aportación a la donación de órganos se dirige a recomendar las leyes de consentimiento presunto, argumentando que cuesta más decir que no a una cosa, que optar por el sí o el no.

Nada peligroso pero no es el caso de Alvin Roth, Nobel en 2012, también norteamericano “por la teoría de las asignaciones estables y la práctica de diseños de mercados“. Esta teoría permitió entre otras cosas elaborar algoritmos de asignación de los riñones para la donación cruzada y la elaboración de cadenas de trasplante renal entre personas con incompatibilidad inmunológica o de otro tipo.

Puesto a aplicar sus teorías sobre diseños de mercado le pareció que la donación y el trasplante de órganos podía ser ideal para la creación de un mercado regulado donde se aplicasen incentivos económicos para el donante vivo y para la familia del donante fallecido. La idea, nada nueva y que choca frontalmente con nuestro concepto de donación altruista, tiene en USA fervientes defensores entre la comunidad trasplantadora y filósofos teóricos, aunque también firmes detractores que en la anterior legislatura tuvieron que llegar hasta el propio Obama para frenar esta deriva mercantilista.

Y ya puestos a mezclar las dos cosas, hace unos años Roth avaló y publicitó una iniciativa de diversos trasplantadores norteamericanos agrupados bajo las siglas: APKD (Aliance for Paired Kidney Donation) para establecer un programa de trasplante cruzado internacional que denominaron GLOBAL KIDNEY EXCHANGE y que se dedican a publicitar por todo el mundo. Muy resumido, lo que pretende el programa es introducir parejas “donante – receptor” de países con dificultades económicas para realizar el trasplante (lo que eufemísticamente llaman “incompatibilidad financiera”) en grandes programas de donación cruzada de países ricos (hasta ahora sólo USA), donde lograrán ser trasplantados solo si el riñón que ofrece su donante sirve para solventar incompatibilidades inmunológicas del país rico. A cambio la atención médico-quirúrgica de donante y receptor es gratuita, así como el viaje a USA, la estancia y un periodo de inmunosupresión de 10 años a la vuelta a su país, sin cubrir atención médica de donante ni receptor.

Hasta el momento se han concretado dos parejas de Filipinas y México que contribuyeron a cadenas de trasplante en USA. Aparte seguir captando clientes en el tercer mundo, el siguiente paso es que los países europeos entren en el juego y a estos efectos la organización italiana de trasplantes, a instancias imprudentes de la Unión Europea acogió en enero una reunión a la que acudieron expertos del mundo entero y en la que se discutió el tema en todos sus aspectos, poniéndose de manifiesto unas claras discrepancias entre dos bandos.

Por un lado los que piensan que así se resuelve el problema del trasplante a enfermos que no pueden pagárselo y que el programa se financia con lo que se ahorra al liberar de la diálisis a estos enfermos (lo que va argumentando Roth por todo el mundo). Por otro los que piensan (pensamos) que es una forma encubierta de comercialización del trasplante y explotación de las personas pobres, además de abrir la puerta a una compraventa pura y dura de riñones al ser casi imposible comprobar en las parejas de desplazados si existe o no un vínculo emocional donante/receptor o es una mera transacción económica. La expresión de Domínguez Gil de que se trata de una especie de lobo con piel de cordero es bastante explicativa, pero la iniciativa vende tanto entre algunos trasplantadores del primer mundo como de los países con dificultades económicas y he tenido ocasión de comprobarlo en una reciente estancia en la India hablando con colegas de aquellas latitudes.

La firme y valiente postura de la ONT ha significado un punto de inflexión en esta historia, aprobándose a instancias españolas unas recomendaciones muy claras (aunque no vinculantes) tanto en el Consejo de Europa como en el Consejo Iberoamericano de Donación y Trasplantes, que se suman a la del Grupo Custodio de la Declaración de Estambul contra el tráfico de órganos.

No por casualidad España preside todas estas instituciones internacionales de trasplantes (además de la OMS), a diferencia de lo que ocurre en tantos otros órdenes de nuestra vida diaria en los que la presencia internacional española es poco menos que irrelevante. No solo hay que tener razón sino saber y poder venderla.

La batalla no está ganada aún, pero lo que sí es seguro es que una vez más la ONT ha conseguido frenar un nuevo intento de comercialización del trasplante, y eso a pesar de los Nobel de economía.