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2 oct. 2017 10:45H
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"¡¡¡Eh tú!!!" "¿Qué quieres?" "Decirte que eres lo mejor." "¿Yo?" "Sí." "¿Por qué?" "Porque eres de nuestra nación.”

Este es el mensaje que alguien con la autoestima por los suelos por su condición social, intelectual o familiar, oiría con entusiasmo si otro alguien investido de algún tipo de significación política le interpelara. Y este alguien investido de alguna significación política y con cierta capacidad de vociferar más que la gente normal le diría: "Nuestra nación es perfecta, amante de la paz, culta, democrática... pero la del enemigo es todo, absolutamente todo, lo contrario: vil, traicionera, cruel, etc…" Todo esto lo escribió Erich Fromm hace muchos años. Erich Fromm no era un político, ni un escritor, ni un periodista de su tiempo. El Dr. Fromm fue un psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista, muy influyente en la Psicología Social, que vivió desde 1900 hasta 1979. A lo largo de su vida produjo numerosas obras, pero su concepto de 'nacionalismo narcisista' emergió tras presenciar el modo de implantarse y extenderse el nacionalsocialismo en su país, lo que le obligó a exiliarse a Estados Unidos cuando tenía 34 años.

Y entonces, ¿cómo funciona esto del nacionalismo narcisista? Ese nacionalismo excluyente y hostil que, entre otros, obligó a una figura de la Psicología Social como Fromm a dejar su casa, su trabajo y su país. Pues el problema comienza en el ciudadano normal que habitualmente no tiene muchas oportunidades de desplegar un narcisismo gratificante pues las circunstancias sociales, máxime en épocas de crisis económica, lo impiden. Muchos ciudadanos están insatisfechos ante las pocas perspectivas de progreso social y económico, y ante el espectáculo de cómo unos pocos progresan de forma 'injusta' e impúdica socialmente. A veces se siente decepcionado, con poco reconocimiento en su entorno social y familiar, pero cuando más hastiado está, cuando más siente que él no es nada, justo entonces, si alguien le indujera a una identificación plena con su tribu-nación-región (en este caso sinónimos), este hombre trasladaría su narcisismo al narcisismo grupal de la nación. A partir de entonces clamaría que es el más valeroso, más trabajador, más astuto, más justo, y quien le oyera se sentiría irritado y podría pensar que no está en sus cabales o que padece grave idiocia. Pero si alguien describe de tal modo a su nación, entonces ya nadie se opone ni se critica de forma tan obvia. Es más, si alguien exhibe y propaga las bondades de su nación, es considerado como un patriota. Da igual que se apellida como los de fuera de la nación, da igual incluso que haya nacido fuera de la maravillosa nación a la que pertenece, todo esto se redime con una demostración de incivismo callejero, o portando señuelos de la nación o cambiándose el nombre de pila. De este modo, nuestro ciudadano ha colmado su narcisismo propio al pertenecer e identificarse con una nación, una bandera, una lengua... Ya no es él, ciudadano corriente e ignoto en su entorno, ahora es un miembro del grupo más potente, del país más atractivo del mundo, ya él es alguien magnífico. Y lo es gracias a pertenecer a esta gran nación. A partir de ahora será el más patriota de la nación que le ha permitido la experiencia narcisista que tanto anhelaba.

Ya tenemos un nuevo narcisista, en este caso afectado de nacionalismo narcisista. Para un narcisista lo único plenamente real es él mismo. Solo importan los sentimientos, las ambiciones, los objetivos, y los miembros de su grupo. Todos los que están fuera de su grupo son grises, feos, incapaces, vagos... apenas existen. Pero cuando un narcisista, y el nacionalista narcisista no es una excepción, es desenmascarado y no tiene el éxito que espera, cuando se desinfla su trayectoria, o se evidencia su ridícula postura intelectual, o se muestra el falseamiento de la historia del magnífico grupo, entonces llega el conflicto. Un narcisista herido puede reaccionar de dos maneras. Bien derrumbándose en una depresión profunda, o bien con una rabia paranoica que le permite poner la furia de su frustración en los otros, los de fuera del grupo en el caso del nacionalismo narcisista. La esencia narcisista de los grupos nacionalistas es el fundamento del fanatismo. Decía sabiamente mi admirado Erich Fromm: “Cuando el grupo se convierte en la encarnación del narcisismo propio, cualquier crítica a aquel se toma como un ataque a la propia persona”. Así se entienden las reacciones hostiles, irritantes, provocadoras y ridículas de los nacionalistas a lo largo de la historia. Lo que hace el nacionalismo narcisista es ver únicamente las virtudes propias y los vicios de la otra nación de fuera. Así, la movilización del narcisismo del grupo constituye la base para la confrontación… algo así como un choque de trenes.

Y, ¿hay alguna forma de hacer desaparecer el nacionalismo narcisista? Realmente debiera haberla y probablemente la forma más eficaz sería fomentar el interés y el afecto por los demás. Pero también sería necesaria cierta contundencia de los que callan y dejan que los narcisismos avancen, dando la razón a los que piensan que no habría malvados si no hubiera cobardes. 

La solución que propuso Erich Fromm en 1976, y termino citando al que me inspiró estas reflexiones, era: “Para el desarrollo del interés y el amor por los demás hace falta una estructura social que engendre el ser y el compartir y que desaliente el tener y el poseer”.

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