“¿Ah, la gripe! -dijo Cecilio Rubes-. ¿Desde cuándo la gripe es una enfermedad importante?...

Esta de ahora no es cosa de broma. Es una gripe que no se pasa con dos días de cama y un
sello de aspirina”.

Sobre la pandemia de gripe (Española) de 1918.
Mi idolatrado hijo Sisí, de Miguel Delibes.


Mientras escribimos este artículo, la curva de contagios por el coronavirus va descendiendo. Afortunadamente, las medidas de confinamiento han funcionado.

Cuando, en el futuro, pensemos en lo que hemos pasado, veremos que hemos cerrado los ojos de habitantes de países ricos, repletos de recursos, y mientras nos considerábamos al abrigo de la desgracia, ignorantes como dice Millás de que sentarse en un banco al sol estaba a punto de constituir un lujo extravagante, el coronavirus ya viajaba a toda velocidad por la aldea global.

Como si fuésemos meros espectadores, veíamos en las televisiones las imágenes que llegaban de China y pecábamos de exceso de confianza en nuestros desarrollados y tecnológicos sistemas sanitarios.

Durante la crisis sanitaria, nuestro maltratado y debilitado sistema de epidemiología y salud pública (el Ministerio de Sanidad ha perdido más de 1.000 funcionarios durante la pasada crisis económica) no ha parado de recolectar datos y cifras, curvas de contagios, histogramas de poblaciones, que permitirán estudiar en el futuro cómo se frenó la Covid-19 de 2020.

No podemos volver a la precariedad en el Sistema Nacional de Salud


Pero antes, ahora, viene la “desescalada” y los pasos que hay que dar para la necesaria recuperación económica. Algunos intentarán lo peor del modelo de precariedad social y control digital. Ello no significa que todas las reacciones vayan a ser negativas. De algo estamos seguros. Después de todo este esfuerzo, tenemos que aprovechar el refuerzo en las infraestructuras y los recursos sanitarios materiales y humanos para un tiempo que no sabemos cuánto va a durar, y también para los picos subsiguientes y las nuevas situaciones de emergencia.

No sería aceptable volver a las andadas con la precariedad y la supresión de contratos, ni tampoco con la falta de materiales y equipos de protección. Asímismo, es imprescindible extremar la cautela en los hospitales y residencias para evitar el rebrote del Covid-19 y hacer esto compatible con la vuelta a la actividad en condiciones de normalidad, naturalmente, sin repetir “viejas costumbres” como la sobreutilización de pruebas diagnósticas… Hay que tener esto en cuenta, a modo de lecciones que hayamos aprendido, para la renovación de la sanidad, la salud pública, la investigación y la gestión, así como para las medidas que haya que adoptar durante el tiempo de convivencia con el virus que nos queda por delante, hasta el logro de la vacuna y/o los tratamientos efectivos.

Esta crisis reivindicará, sin duda, la puesta en valor de la sanidad pública y de la ciencia para explicar los sucesos que hemos pasado… y no sólo estos. Por primera vez en mucho tiempo se le ha ganado la batalla a los negacionistas del populismo ultra, e incluso Trump ha tenido que tirar la toalla frente a la realidad.

Lo público ha salido reforzado, y todo el mundo ha entendido la necesidad de tener un sistema sanitario y un sector socio-sanitario con presupuestos y dotaciones a la altura de los países de nuestro entorno. 

Paralelamente, han quedado en evidencia nuestro modelo productivo, que gira fundamentalmentenen torno a una economía de servicios, y la deslocalización industrial y la precariedad de nuestro aparato investigador, que nos han dejado indefensos en cuestiones esenciales, como los equipos de protección individual, los test y las tecnologías de los respiradores.

Una desescalada segura, también para los profesionales de la salud


En esta fase de desescalada, tras el confinamiento, los centros de salud, o sea, la asistencia primaria y su vertiente comunitaria y de agencia del sistema sanitario, serán fundamentales. Y lo serán, también, por su papel decisivo en la salud pública: en la detección de casos, el control local de los mismos y el seguimiento de sus contactos. Esta fase deberá garantizar la seguridad, también de los profesionales, para lo que es necesario un protocolo de organización con contenidos precisos, y estructuras de Salud Pública con medios y personal (en la actualidad hay menos de 500 efectivos en toda España), integradas en las áreas sanitarias y coordinadas con la atención primaria, siguiendo las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Centro Europeo para el Control y la Prevención de las Enfermedades.


"El sano debate sobre los niños se debería ampliar a todos los sectores vulnerables que pueden ser discriminados o excluidos en este tipo de catástrofes. Porque no es verdad que la pandemia no entienda de clases sociales, de etnias o de territorios"


Su objetivo será cumplir un reto muy difícil: contener los nuevos casos y rastrear a sus contactos. Así lo
recomiendan ambas entidades en un documento reciente, para “reducir el riesgo de una nueva escalada de contagios al retirar las medidas de distanciamiento social, como el confinamiento de la población”.

El sano debate sobre los niños se debería ampliar a todos los sectores vulnerables que pueden ser discriminados o excluidos en este tipo de catástrofes. Porque no es verdad que la pandemia no entienda de clases sociales, de etnias o de territorios. En la desescalada, todos estos sectores, incluyendo refugiados, repatriados o inmigrantes, deberían ser motivo de preocupación y de refuerzo, garantizando mínimos de alimentación, vivienda, accesibilidad e higiene.

La responsabilidad de los ciudadanos, que ha sido determinante en el éxito del confinamiento, es aún más importante en la fase de salida, control y convivencia con el virus. En este sentido, el lavado de manos, la etiqueta respiratoria y la separación, y si no fuera posible, la utilización de mascarilla, son esenciales.

De igual modo, la Atención Primaria jugará un papel muy importante en relación con la coordinación socio-sanitaria y el actualmente inadecuado modelo de las residencias (más del 70 por ciento privadas y en manos de grandes inversores internacionales). En estos meses hay que lamentar, en particular, la fragilidad de nuestros mayores, abocados a un modelo residencial infradotado y masificado, con evidentes carencias y grandes problemas estructurales de base, que tenemos que cambiar.

Tecnología sí, pero que respete los derechos individuales


Para terminar, también será, sin duda, muy importante el papel de la tecnología, que nos ha permitido vernos y comunicarnos durante el confinamiento. Nadie duda que muchas de sus prestaciones son bienvenidas, máxime en estos tiempos extraordinarios de pandemia. Pero una tecnología que preserve la relación de los ciudadanos con la sanidad, los derechos individuales, sobre todo los dirigidos a preservar la intimidad, y que al tiempo auxilie en el seguimiento y aislamiento de nuevos casos. Una tecnología que ya permite monitorizar y cuidar a los pacientes en sus casas.

No una tecnología de vigilancia social, mediante el mantra de la geolocalización, el confinamiento parcial en las llamadas arcas de Noé y el llamado pasaporte serológico ꟷlos nuevos fetichismos de la digitalización policial y el control autoritario.

Por último, no puede volver a darse una selección natural de pacientes por edad en el acceso a los hospitales, ucis o respiradores, sino que se requiere un protocolo común basado en los principios éticos que respalde cualquier decisión clínica. Más allá de las comisiones de bioética, es necesario incorporar una cultura de derechos humanos (no una nueva beneficencia) en el sistema sanitario, y no solo para situaciones emergencia.