24 feb. 2015 17:47H
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Ismael Sánchez / Imagen: Cristina Cebrián
El que vale, vale, y el que no, para letras, pero esta vez la ecuación es tan sencilla que todos podemos ser graduados. Si resulta que en todos estos años de crisis, con menos fondos disponibles, el Sistema Nacional de Salud (SNS) ha sido capaz, a grandes rasgos, de mantener la calidad asistencial además de otras características esenciales de su modelo como la universalidad (casi), la equidad, la gratuidad… ¿qué pasaba en épocas anteriores, cuando el presupuesto no estaba tan ajustado ni era tan restrictivo? ¿El SNS era ineficiente? ¿O hacía un uso ligero de los fondos disponibles? ¿O directamente derrochaba?

Redacción Médica ha hecho una amplia cobertura del IV Encuentro Global de Altos Cargos, celebrado en el Parador de Córdoba.

La cosa se ha quedado en la ineficiencia. Que no es poco. La sinceridad de los consejeros que han acudido a Córdoba a reflexionar ante sus altos cargos ha sonado poderosamente, casi como una confesión, pero el suyo no puede ser un acto individual. En realidad, su mea culpa debe ser el mea culpa del conjunto del SNS, que no ha sabido, no ha podido o no ha querido aplicar antes esa misma eficiencia que ha caracterizado la gestión de esta legislatura que toca a su fin.

Bien pensado, la ineficiencia era la consecuencia lógica de miles de actos, muchos de ellos cotidianos como el comer, sobre cuyo impacto económico nunca se reparaba. ¿Cómo que una productividad fija en las nóminas de los profesionales?, se preguntó incrédulo el consejero aragonés Oliván. ¿Acaso la productividad no es un concepto intrínsecamente variable?, vino a responderse. A juicio de la consejera canaria Mendoza, siempre es posible ser más eficiente. Pero si no se interioriza ese propósito, se cae irremisiblemente en la ineficiencia.

El consejero Echániz no ha tenido apuro en hablar directamente de batalla ejemplar, para definir la tarea de los altos cargos que han intentado como objetivo prioritario ser más eficientes que sus antecesores. Es obvio que no ha sido fácil para nadie, para los pacientes, para los profesionales, para las empresas. Pero tampoco lo ha sido, ni muchísimo menos, para los altos cargos que, en esa búsqueda de eficiencia a toda costa sin por ello debilitar el sistema, han tenido que ingeniárselas como nunca antes.

La ineficiencia del pasado ha sido un mal generalizado, igual que la eficiencia de ahora. Eso sí, en algunos casos, con el agravante de una menor financiación disponible por culpa de un sistema que mantiene a algunas servicios de salud por debajo de la media nacional en gasto sanitario por habitante. La queja financiera es un asunto muy de Canarias, pero Baleares sin duda se lleva la palma, y hasta admite, por boca de su consejero Sansaloni, qué bien negociaron los canarios y qué mal los baleares para tener el desfase actual. Habrá que seguir siendo más eficientes, pero sin olvidar que, tarde o temprano, habrá que volver a hablar de financiación, sabiendo que no habrá más fondos para repartir, sino seguramente menos.

La eficiencia, o la ineficiencia, según se mire, no es tampoco una cuestión de principios ideológicos sino que alcanza a todos los que, alguna vez, terminan teniendo responsabilidad de gobierno. Lo vino a decir el viceconsejero andaluz Alonso cuando afirmó, a modo casi de justificación, que mantener los principios del SNS no va en contra de tomar medidas para ganar eficiencia. En realidad, lo que iría en contra sería no tomarlas. Y una administración tan compleja, y a veces tan enigmática, como la andaluza lo sabe de sobra.

El reconocimiento de la ineficiencia entronca directamente con otro de los lemas que en el sector sanitario han caído como una definición tan escueta como certera: ya nada volverá a ser como antes. Entre otras cosas, porque como antes, con tanta ineficiencia, no era posible seguir.

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