Olga Merino, vocal de la Junta de Gobierno del COP de Madrid y Raquel Carrillo, especialista en Medicina Interna en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón.
Con la llegada del mes de septiembre, la gran mayoría de los trabajadores dice adiós a sus vacaciones. Vuelve la rutina, las prisas, los intentos de conciliación y, para los profesionales de la salud, la presión por hacer frente a las
grietas del sistema sanitario. Raquel Carrillo, especialista en Medicina Interna en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón y delegada de prevención en la
Asociación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid (Amyts), cuenta a
Redacción Médica que en septiembre aún hay muchas camas de hospitalización cerradas, y eso hace que los pacientes se queden varios días en urgencias a la espera de poder ingresar. “Te encuentras con muchas zonas del hospital cerradas, pero con todos los madrileños en Madrid. La presión asistencial es altísima porque no hay espacio físico ni profesionales totalmente incorporados para atenderlo”. Olga Merino, vocal de la Junta de Gobierno del Colegio Oficial de Psicología de Madrid y experta en prevención psicosocial, explica a este periódico que "volver al trabajo implica un periodo de adaptación para todas las personas; en sanitarios, en un contexto de
listas de espera desbordadas , esto suma un riesgo psicosocial que puede afectar su salud y bienestar emocional".
El ‘Burnout’, el gran riesgo para los sanitarios
Los médicos no cuentan con suplentes de su categoría durante el verano. Como consecuencia, a la vuelta de vacaciones, tienen que cubrir su trabajo habitual más el trabajo de su compañero. “En el tiempo que has estado trabajando, has estado haciendo tus guardias, más las guardias de tu compañero que se ha ido de vacaciones. Con lo cual,
llevas el cansancio de todo el año y el cansancio del periodo vacacional”, relata.
Ante esto, Olga Merino insiste en que el problema no tiene solo que ver con una cuestión organizativa. “El profesional se incorpora a un sistema tensionado, con sensación de urgencia constante, lo cual puede generar una
sobrecarga emocional y cognitiva. Esto hace que se activen
mecanismos de hipervigilancia, de culpabilidad profesional por no poder responder bien a las expectativas de autoexigencia, que generan un desajuste entre las expectativas y la realidad, y que al final acabe derivando en un cuadro acumulativo de estrés crónico, incluso llegar a cuadros de burnout”, asegura. Matiza que el
burnout es un complejo tridimensional que tiene una de sus mayores representaciones en profesiones del ámbito sanitario por el tipo de trabajo que desempeñan. Tiene que ver con el agotamiento emocional, la baja realización profesional y la despersonalización. Es decir, “un mecanismo que, ante esa situación de agotamiento emocional y de baja realización profesional, muchas veces los profesionales sanitarios activan para distanciarse emocionalmente del paciente y no sobreimplicarse en los problemas que saben que no pueden resolver”.
Ante esto, Carrillo subraya que “la presión asistencial y las
malas condiciones de trabajo lo único que hacen es que nosotros enfermemos y que trabajemos en muy malas condiciones”. Para ella, el sentimiento de decaimiento parece haber aumentado a nivel general durante los últimos años. Tenemos que trabajar más con menos. Con el envejecimiento de la población y con el deterioro del sistema público, nuestras condiciones empeoran cada vez más. La población está cada vez más mayor, está cada vez más enferma, consume cada vez más recursos. Y eso no ha ido paralelo al número de profesionales”, asegura.
Los pacientes, víctimas colaterales de las malas condiciones
En este punto, Merino asevera que toda esta situación tiene un efecto directo en los profesionales, pero también en los pacientes. “Normalmente, las personas que atienden acaban recibiendo un trato diferente. Los médicos tienen menos tiempo de calidad para poder escuchar, pueden tender más a la
prescripción de medicación, porque no tienen tiempo para atender a las personas como realmente necesitan, lo cual puede ser un factor de riesgo para incrementar la prescripción de psicofármacos. Además, obviamente, la profundidad con la que pueden abordar las consultas se ve afectada”.
Con todo, los profesionales sanitarios lidian con muchos
factores de riesgo psicosocial: sobrecarga asistencial, precariedad laboral, exposición continuada al sufrimiento, falta de reconocimiento o de recursos. Así, tras la vuelta de las vacaciones, el regreso a un espacio de conflicto se suma a una reducción de unos medios ya insuficientes. Para evitar el deterioro en la salud mental de los profesionales, tanto Merino como Carrillo ponen el foco en los recursos. “Se pueden tomar acciones estructurales, a nivel preventivo, que tienen que ver con la gestión de esas condiciones organizativas. Por ejemplo, trabajar con el diseño organizativo de los turnos, los horarios, los contratos, las listas de espera… Por otro lado, trabajar sobre las personas: es decir, darles habilidades y recursos, formarles y educarles para que tengan estrategias de afrontamiento que les permitan manejar situaciones de tensión emocional. Y, por último, una tercera línea de medidas que tendría que ver con poder ofrecer servicios de
intervención psicológica a aquellos profesionales que, en un momento determinado, lo puedan necesitar”, relata Merino.
“Lo que pedimos es una dotación presupuestaria suficiente para que se cumplan los tiempos de trabajo y los tiempos de descanso, para poder realizar nuestro trabajo bien y poder atender a la población
sin ningún tipo de riesgo, ni para nuestra salud ni para la de los pacientes. Necesitamos tiempo para realizar nuestro trabajo con la calma necesaria, para poder atender a los pacientes en condiciones adecuadas, y con unos horarios laborales que cumplan con la normativa laboral europea y española”, concluye Carrillo.
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