Rocío González Leal, directora del Máster Universitario en Nutrición en la Infancia y la Adolescencia y del Máster en Nutrición Clínica de la Universidad Europea
En la última década, los casos de
alergias alimentarias en niños han aumentado considerablemente, afectando no solo a su salud, sino también al día a día de sus familias. “
Cada comida puede convertirse en un momento de tensión para padres y menores. No es solo una cuestión de evitar alimentos, sino de gestionar el miedo constante a una posible reacción”, explica
Rocío González Leal, directora del Máster Universitario en Nutrición en la Infancia y la Adolescencia y del Máster en Nutrición Clínica de la
Universidad Europea de Madrid.
Los alimentos más comunes implicados son el
huevo, la leche, el pescado, los frutos secos o el gluten, pero los efectos van mucho más allá de lo nutricional. Muchas familias se ven obligadas a reorganizar rutinas, eventos escolares, celebraciones y viajes para reducir el riesgo de una reacción grave. “
El impacto emocional es enorme. Hay niños que crecen sintiéndose diferentes, limitados o excluidos, y eso puede afectar a su autoestima y desarrollo social”, añade la experta.
Otros factores: el tipo de parto o el uso temprano de antibióticos
Aunque la predisposición genética es un factor importante, no explica por sí sola el incremento de casos. La investigación apunta a factores como el
tipo de parto, el uso temprano de antibióticos, la alteración de la microbiota intestinal y el descenso en la diversidad alimentaria. También se ha revisado el paradigma sobre la introducción de alimentos potencialmente alergénicos. “Se ha demostrado que la introducción temprana y controlada de alimentos como el huevo o los cacahuetes puede
reducir significativamente el riesgo de desarrollar alergias”, explica la profesora de la Universidad Europea.
Asimismo, recomienda priorizar la lactancia
materna,
mantener una dieta variada durante el embarazo y evitar tratamientos que alteren la flora intestinal en los primeros años de vida.
Estos cambios reflejan un giro en las recomendaciones pediátricas, que durante años abogaron por retrasar la introducción de ciertos alimentos en bebés con antecedentes familiares de alergias.
Sin embargo, a pesar de estos avances,
el tratamiento sigue basándose en evitar de manera estricta del alérgeno, pero el manejo diario requiere mucho más. Las familias deben revisar etiquetas, planificar cada comida, informar al entorno escolar y contar con autoinyectores de adrenalina si hay riesgo de anafilaxia.
La carga mental, económica y social no es menor.
La importancia de plantear bien las restricciones alimentarias
A todo ello se suma el reto
nutricional.
Las restricciones alimentarias mal planteadas pueden derivar en déficits importantes. “Eliminar alimentos sin una alternativa adecuada puede provocar carencias que afecten al crecimiento, al desarrollo neurológico o a la salud ósea”, advierte la experta. Entre los nutrientes críticos se encuentran
el calcio, la vitamina D, el hierro o las proteínas de alta calidad, especialmente en niños con alergias múltiples.
“Las alergias alimentarias requieren
un abordaje integral que combine prevención, tratamiento médico, educación y soporte emocional. No es únicamente una cuestión de salud; es una cuestión de calidad de vida”, concluye González. Solo mediante la colaboración entre familias, escuelas, profesionales de la salud y la investigación científica será posible avanzar en la gestión de esta problemática que afecta cada día a más niños en el mundo.
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