Una de cada cinco mujeres que estudian
Medicina ha sido
víctima de acoso o abuso sexual durante su formación universitaria. Así lo revela un estudio publicado en la revista
BMC Medical Education, basado en una encuesta realizada a 1.619 estudiantes de 14 facultades de Medicina osteopática de Estados Unidos. Entre las mujeres encuestadas, un
20,5 por ciento, es decir, 180 de las 880 alumnas participantes,
afirmaron haber vivido algún episodio de este tipo.
En la encuesta, el acoso sexual se definió como “
conducta no deseada de naturaleza sexual” y la agresión sexual como “contacto o
relación sexual no consentida”, siguiendo los criterios legales vigentes en Estados Unidos. En total, un 13 por ciento de los participantes reportó acoso sexual y un 4,7 por ciento sufrió agresión sexual. Algunos estudiantes indicaron haber vivido ambas situaciones.
Entre los hombres, las cifras son
notablemente inferiores: solo el 5,9 por ciento de los varones encuestados (42 de 711) manifestó haber sido víctima de alguna forma de mala conducta sexual. Estos datos confirman que la
violencia sexual en el entorno académico
afecta de forma desproporcionada a las mujeres.
Uno de los hallazgos más preocupantes es que el
80,5 por ciento de los casos no fueron denunciados. Las principales razones esgrimidas por las víctimas fueron el temor a ser acusadas de exagerar (18,7 por ciento), la creencia de que no se tomarían medidas (16,4 por ciento) o el miedo a ganarse una reputación negativa (13,3 por ciento). Además, el 11 por ciento mencionó el posible impacto negativo en su carrera profesional como barrera para denunciar.
Compañeros y profesores, los agresores más frecuentes
El estudio desmonta el estereotipo de que los agresores son únicamente figuras de autoridad. En realidad, los
estudiantes fueron los
principales perpetradores, responsables del 63 por ciento de las agresiones sexuales y del 47,5 por ciento de los casos de acoso. El segundo grupo más señalado fueron los preceptores clínicos (médicos que supervisan prácticas hospitalarias), responsables del 12,3 por ciento de las agresiones sexuales y del 21,8 por ciento de los acosos.
Durante los primeros años de carrera (fase preclínica), el
80,3 por ciento de los casos fueron cometidos por compañeros. En la etapa clínica, cuando los estudiantes rotan por hospitales y centros de salud, los profesores se convirtieron en los perpetradores más frecuentes (31,5 por ciento).
A pesar de la
baja tasa de denuncias, el impacto académico es claro: el 67,2 por ciento de quienes sufrieron acoso y el 78,1 por ciento de quienes fueron agredidos sexualmente aseguraron que estas experiencias interfirieron con su educación médica. En torno al 10-12 por ciento calificó esta interferencia como significativa. El análisis también recoge diferencias de género en esta percepción. El 56,1 por ciento de las mujeres acosadas afirmó que su rendimiento académico se vio afectado, frente al 88 por ciento de los hombres. En el caso de las agresiones, la proporción se invierte: el 76,9 por ciento de las mujeres afectadas vieron comprometidos sus estudios, frente al 45 por ciento de los hombres.
Insatisfacción con las políticas institucionales
Las víctimas, especialmente las mujeres, mostraron
escasa confianza en las políticas de sus facultades para abordar la violencia sexual. Aunque el 90 por ciento de los encuestados conocía las normativas internas sobre acoso y agresión, más de un tercio de las víctimas femeninas se mostraron insatisfechas con su funcionamiento.
En concreto, el 34,7 por ciento de las mujeres que sufrieron acoso sexual y el 31,1 por ciento de las que padecieron agresión sexual se declararon
insatisfechas con las medidas institucionales. Entre los hombres, las tasas de insatisfacción fueron mucho menores: 6,5 por ciento y 9,7 por ciento, respectivamente.
“Este estudio demuestra que las mujeres están desproporcionadamente afectadas por la mala conducta sexual en la escuela de Medicina y que, además, se sienten menos protegidas o respaldadas por sus instituciones”, advierten las autoras. En este sentido, instan a las facultades a asumir un papel más activo, especialmente dado que los principales agresores son estudiantes.
Una de las propuestas recogidas en el estudio es exigir a los futuros alumnos de Medicina que declaren si han sido sancionados previamente por acoso o abuso sexual, aunque no exista condena judicial. Esta medida cuenta con un
alto respaldo entre los encuestados: el 87,3 por ciento de las mujeres y el 68,7 por ciento de los hombres apoyan la divulgación de antecedentes de acoso, y el 92,3 por ciento de las mujeres y el 75,2 por ciento de los hombres, en el caso de la agresión sexual.
Un problema estructural con consecuencias a largo plazo
Más allá del daño emocional inmediato, la mala conducta sexual durante la carrera puede tener consecuencias duraderas en la trayectoria profesional. En el sistema estadounidense, donde las calificaciones no se basan únicamente en aprobado/suspenso, una bajada de rendimiento puede traducirse en una menor competitividad para acceder a la residencia médica.
Además, investigaciones previas han demostrado que
estas experiencias influyen en la elección de especialidad. Las mujeres tienden a evitar aquellas áreas donde el acoso es más común, lo que contribuye a mantener la desigualdad de género en algunas ramas médicas.
El estudio se publica en un contexto de creciente atención internacional sobre el acoso sexual en la Medicina, tras el impulso de
movimientos como #MeToo. Las autoras advierten que la cultura médica sigue siendo permisiva con la violencia sexual y reclaman cambios profundos para garantizar entornos de formación seguros, respetuosos y equitativos.
“Hasta que la Medicina no rompa con su cultura de silencio y permisividad, el problema persistirá. No basta con informar sobre las políticas: hay que reformarlas, aplicarlas con firmeza y proteger de verdad a las víctimas”, concluyen.
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