Sin una hoja de ruta vamos a seguir dando pasos en la oscuridad. La reflexión, que podría emplearse en muchos aspectos de la vida, es especialmente sensible en el ámbito sanitario. ¿Cómo esperamos combatir la próxima pandemia si no tenemos unas guías prácticas derivadas de la crisis del coronavirus? ¿Podríamos afrontar el tratamiento del cáncer sin un protocolo que incluya la prevención, el diagnóstico y la quimioterapia? Si en estos dos ejemplos lo vemos claro, no hay motivos para no hacer lo propio con la obesidad.

Este es el debate que queremos abrir dentro de la Unión Europea. Hoy es el Día Mundial de la Obesidad, y desde la Eurocámara hemos tomado cartas en el asunto para poner en primera plana la atención que merece, a nuestro juicio, esta enfermedad. Lo hacemos a través de una declaración conjunta del Grupo de Interés del Parlamento Europeo sobre Obesidad y Resiliencia de los Sistemas de Salud, del que soy vicepresidenta, y de distintas asociaciones internacionales de pacientes y profesionales del sector (como EASO o SEEDO) con las que hemos trabajado codo con codo por dar visibilidad a su situación.

Nuestro intergrupo del Parlamento ha recorrido cinco países europeos (España, Bélgica, Francia, Dinamarca e Italia) para identificar las barreras que impiden implementar planes nacionales contra la obesidad. Las conclusiones han sido similares en todos los estados. Allí, profesionales y pacientes nos han trasladado que su principal problema es la falta de conciencia sobre la enfermedad a nivel social e institucional. Y si no se habla sobre ello, el problema no existe. El primer paso, por tanto, es abordar la terminología: la obesidad es una enfermedad crónica según han reconocido la Clasificación Internacional de Enfermedades, la OMS y, recientemente, la Unión Europea.

¿Qué significa esto? Al darle la condición de enfermedad crónica se abre la puerta a una mayor coordinación entre atención primaria y especialistas. A más financiación y recursos para los sistemas sanitarios nacionales. Pero esto es insuficiente. Con la declaración que hoy presentamos buscamos crear un marco europeo que siente las bases para los Veintisiete. Una coordinación que asegure que las personas que padecen obesidad tengan las mismas posibilidades y tratamientos en España, Rumanía, Polonia o Italia.

La obesidad es una enfermedad heterogénea y con ella no sirve el ‘café para todos’. Poniéndolo en cifras, un abordaje integral de la obesidad ayudaría a prevenir 230 complicaciones médicas incluyendo hasta el 80% de la diabetes tipo 2, el 35% de las enfermedades cardiacas y el 20% de los cánceres en adultos. El problema no es menor ya que la esperanza de vida de una persona que padece obesidad se reduce hasta en 20 años.

En Europa, además, se estima que cerca del 59% de la población adulta está en situación de obesidad o preobesidad, según datos de Eurostat. Y según los cálculos de la Comisión Europea, la falta de una coordinación efectiva para tratar la enfermedad supone un coste de 70.000 millones de euros al año para los sistemas públicos de salud.


"Un abordaje integral de la obesidad ayudaría a prevenir 230 complicaciones médicas incluyendo hasta el 80% de la diabetes tipo 2"



Teniendo estos datos encima de la mesa, parece más urgente que nunca ofrecer una solución integral al problema. Y más teniendo en cuenta que la obesidad comienza a generar problemas en las familias y sobre todo en los niños, el eslabón más vulnerable. Como nos han advertido varias asociaciones, la brecha es también socioeconómica, ya que los hogares con menos recursos tienen menos capacidad para invertir tiempo y dinero en una dieta saludable.

La lógica funciona de manera similar con los tratamientos. Hoy en día es demasiado costoso sufragar una cirugía bariátrica o un tratamiento farmacológico, creando una brecha considerable entre los que pueden acceder a ella y los que no de manera inmediata. Y no es la única brecha a la que hay que prestar atención. En nuestro propio país hay notables desigualdades en el acceso a tratamientos y listas de espera dependiendo de la comunidad autónoma en la que nos encontremos.

Y dentro de esta coyuntura es importante subrayar la necesidad de ofrecer más herramientas a los profesionales de la Atención Primaria para actuar más allá de la prevención. Para ello es necesario un diagnóstico adecuado que no se quede en una medición del índice de masa corporal (IMC) y que tenga en cuenta todos los factores subyacentes a la enfermedad (biológicos, genéticos, estilo de vida, medicación...).

La declaración de hoy es un hito para avanzar hacia la visibilización de la enfermedad y sacarla del ostracismo. Aun así, queda mucho camino por recorrer. Los países deben avanzar hacia sus planes nacionales que den soluciones reales a un problema sanitario de primer orden que ya lleva demasiados años olvidado en el debate público.

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