Ya iba siendo hora de disfrutar con nuevos líderes colegiales, tan controvertidos como necesarios. De una tacada, en apenas unas semanas, y gracias a la influencia de Madrid como lugar obligado, hemos intuido la gloria de médicos conocidos, legendarios, combativos y hasta revolucionarios que, al final, se han fundido en un solo vencedor para el que, como vislumbraba Robert Redford en El candidato, lo complicado comienza ahora, una vez que se asume el mando en plaza.

A Miguel Ángel Sánchez Chillón hay que reconocerle el primer y mayor mérito: haber sacado más votos que sus rivales, que no eran precisamente unos recién llegados. Juan Abarca Cidón es uno de los líderes incuestionables del sector, que está logrando que la privada, con sus realidades y sus complejos, sea un valor del Sistema Nacional de Salud; Guillermo Sierra, al paso de los años, demuestra tener más vidas que un gato y una capacidad innata de reinvención, e incluso Ana Sánchez Atrio, algo más advenediza, ha demostrado tener colmillo y personalidad, algo habitualmente inalcanzable para los vicepresidentes. Quizá el mejor halago para Sánchez Chillón sea el haber derrotado a candidatos de indudable peso, quién sabe si para arrebatarles sus muchas cualidades.

Los colegios profesionales, y los de médicos no son excepción, son tan aburridos como insustituibles. Son un poco como la política, de la que casi todos abjuramos, pero que termina por hacernos hablar con las tripas y con el corazón. Y las elecciones al Colegio de Médicos de Madrid, con cuatro candidaturas como cuatro soles, nos han vuelto a situar frente a las vetustas corporaciones profesionales, que cobran cuotas, que intrigan y fantasean, que se arrogan representaciones insospechadas, que se creen llamadas a lo que nunca serán, pero que en el fondo permanecen y vuelven una y otra vez porque no hay nadie que invente algo mejor.

Sánchez Chillón se ha convertido automáticamente en referencia profesional, por obra y gracia de Madrid, de la capitalidad, del cielo y de más de 40.000 médicos representados, hayan o no votado. Ahora, con algo de evidente mala conciencia, que es compartida por el resto de presidentes colegiales, dice que se ocupará de cambiar la opinión de los que no sientan el Colegio como propio. Esto lo olvidará en breve, y se dedicará a lo que se tiene que dedicar, olvidando que su victoria no le llega ni para representar al 20 por ciento de la colegiación. Al menos, podrá consolarse con la realidad de que ha derrotado a tres contrincantes y mirar por encima del hombro a muchos otros presidentes que solo compiten con su sombra.

En su discurso de vencedor, constan algunos otros clásicos de los triunfos electorales: gobernar para todos, que en su caso responde más a esa maledicente vinculación a la atención primaria, de la que procurará sacudirse cuanto antes porque en Madrid también pervive el hospitalocentrismo, mal que nos pese. O hacer de inmediato una auditoría, una especie de borrón y cuenta nueva, ejecutada para los más forofos, con aire justiciero, ejemplo visible de esa etapa por vivir que, curiosamente, no se puede auditar y, por tanto, no se puede comparar. El resultado de esa primera acción de gobierno ya nos lo podemos imaginar: las cosas estaban (y se hicieron) mal, pero tranquilidad, que ya vinimos nosotros para arreglarlo. Todo muy predecible.

El nuevo presidente también promete nuevos estatutos, una nueva Asamblea de Compromisarios y hasta una nueva relación con la Organización Médica Colegial. Es un propósito muy humano, eso de hacerle un guiño a la posteridad y planear lo imposible, mirando con gravedad hacia el horizonte, sabiendo que se está empezando a hacer historia. Lástima que se olvide de hechos más rutinarios, como el natural discurrir del Colegio, mejorando poco a poco su normal actividad, como si no tuvieran el valor necesario para ser nombrados siquiera. Pero en esto Sánchez Chillón también es otro presidente que echar al zurrón de la magnificencia y el poderío iniciales. Que ya habrá tiempo para el declive.

Hasta entonces, y ojalá se lo permitan, podrá dedicar su tiempo y energía en todas esas cosas prometidas, pero también en formar parte (muy pequeña, pero parte indudable) en la historia de una institución centenaria, que no hay manera de reformar, pero tampoco de prescindir, y que, de hecho, explica muy bien la personalidad plural y particular de los médicos.   
   

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