La semana pasada tuvimos una interesante discusión en las 34 Jornadas de Bioética coorganizadas entre la Facultad de Medicina de la Universitat de Lleida y el Institut Borja de Bioética de la Universitat Ramon Llull.

En mi presentación sobre Bioética y pandemia hablaba de la necesidad de cultivar y promover la resiliencia durante la pandemia, mientras que @oyuguero comentaba un tuit del Dr  @GavinPrestonMD, que literalmente decía: “La Medicina es la única profesión en la que cuando muere el canario en la mina de carbón, los líderes simplemente dicen: ¿por qué no podemos encontrar canarios más resilientes?

¿Resiliencia vs burnout?

¿Resiliencia para sobrevivir condiciones estructurales insuficientes o inadecuadas?

O un poco más allá, ¿la vocación ha servido para perpetuar condiciones laborales de otra forma inaceptables?

Y es este caso, ¿fomentar la resiliencia seria perpetuar condiciones laborales y profesionales inadecuadas?

Si algo ha demostrado sobradamente la pandemia Covid-19, es su capacidad de amplificar y tensionar los conflictos o problemas preexistentes, llevándolos hacia límites insospechados. Podríamos afirmar que una de las crisis que ha amplificado es la de las profesiones sanitarias.

Tres ejes para analizar la pandemia de Covid-19


La pandemia nos impactó con toda su crudeza en marzo, nos puso a todos, a los profesionales sanitarios, a toda a la sociedad, a orbitar y desde entonces no hemos tocado tierra firme. Creo que, para poder analizar debidamente la pandemia, debemos centrarnos en tres ejes:

- Primero desde donde nos impacta la pandemia, es decir, cual era la situación previa

- Segundo, qué elementos pueden ayudar a sobrevivir mientras orbitamos, con trayectoria irregular y una situación con elevadísima incertidumbre

- Y tercero, dónde queremos situarnos cuando volvamos a tocar suelo. La pandemia no nos situará donde partimos, pero es imprescindible saber dónde queremos llegar.

Antes de la pandemia, no podemos olvidar que el ámbito sanitario ya estaba en crisis. Las cifras de burnout, de profesionales quemados, era elevadísima. Dependiendo del ámbito o de la especialidad, las cifras de burnout oscilaban (antes de la Covid-19) entre un 20 hasta un 80 por ciento, y, en el mejor de los escenarios, 1 de cada 5 profesionales sanitarios estaba quemado.

El burnout se había definido como una crisis sanitaria oculta, y se reconocía ya que tiene un elevado coste, no solo a nivel personal en los profesionales, con un mayor riesgo en salud, tanto física como mental (si aún pensamos que se pueden diferenciar), sino también a nivel de calidad asistencial hacia los pacientes.

El concepto de Burnout es relativamente nuevo, descrito en los años 60 por Freudenberger y posteriormente conceptualizado por Christina Maslach que desarrolla el conocido cuestionario Maslach Burnout Inventory (MBI). Los ejes del síndrome son tres:

- Cansancio emocional o agotamiento psíquico

- Despersonalización

- Disminución de la realización con percepción de ineficacia laboral

A finales de 2019, Danille Ofri, en Academic Medicine hablaba sobre 'The convenant', el pacto o la alianza, con relación al compromiso de los médicos con sus pacientes, pero hacía referencia también al compromiso de la profesión con sus profesionales: “¿Resiliencia? Los médicos que veo están entre las personas más resistentes que existen. Que se las arreglen para seguir adelante en este sistema desgarrador de almas, en su mayoría logran cuidar bien a sus pacientes y no salir en masa, ¡eso es resiliencia!... la desesperación que veo hoy entre nuestros colegas es más que un agotamiento, es una traición a la confianza que le dimos a nuestra propia profesión”.

El burnout debe ser considerado un problema del sistema sanitario


Unas cifras tan elevadas de este trastorno ya debían alertarnos que el burnout era un problema más profundo y amplio que dificultades individuales en adaptarse a las exigencias profesionales, de hecho, debería considerarse más un problema del sistema que un problema personal.

Y seguramente este conflicto está en cierta manera relacionado con que las profesiones sanitarias no habían completado su transición al siglo XXI y arrastrábamos una brecha (abismo más bien) entre contrato social implícito (qué espera la sociedad y los sistemas sanitarios de las profesiones sanitarias) y contrato social explícito (condiciones laborales y contractuales para cumplir el contrato implícito).

Lemaire, en un editorial en BMJ, nos marcaba el camino a seguir para saber dónde llegar. Comentaba que el burnout era “un problema a nivel del sistema que requiere una respuesta a nivel del sistema”, detectando los aspectos tóxicos de la profesión médica que causan y mantienen el agotamiento, fomentando el liderazgo clínico y una cultura organizacional de apoyo, considerando el bienestar de los profesionales como parte central de la atención centrada al paciente, pues afecta claramente el cuidado del paciente y reconociendo el bienestar de los profesionales como un indicador de calidad para todos los sistemas de salud.

Ante la pandemia de Covid-19 hay que ser resilientes, no solo los profesionales sanitarios


Pero en medio llega la pandemia, tensionando conflictos pre-existentes y creando de nuevos… y nos va a tocar sobrevivir a ella. Es aquí donde para mi es importante introducir el concepto de resiliencia. El burnout puede ser, como comentaba Lemaire, una respuesta a condiciones profesionales totalmente inadecuadas que deberán ser repensadas, pero resiliencia será necesaria  e imprescindible para sobrevivir, no solo en sanitarios sino en la población en general.

Rosenberg, oncólogo pediátrico, en su artículo 'Cultivating Deliberate Resilience During the Coronavirus Disease 2019 Pandemic' analiza lo que ha aprendido sobre resiliencia en su ámbito profesional, cómo algunas familias después de pasar por un proceso de enfermedad grave o muerte de sus hijos quedan destrozadas y otras experimentan una transformación.

La resiliencia es el proceso de adaptación ante la adversidad, el trauma, la tragedia, las amenazas o fuentes importantes de estrés, este proceso permitirá superarlo e integrarlo de forma adecuada. Nos recuerda que la resiliencia no es un rasgo de personalidad o una cualidad personal, sino un proceso activo, complicado, contextual y promocionable, que requiere un esfuerzo deliberado y como tal, acciones deliberadas y activación de estrategias resilientes.

Rosenberg identifica tres tipos de recursos resilientes

- Individuales, que individuales serían las características y habilidades personales, que sería importante identificar y activar

- Comunitarias, que comprenderían todos los apoyos sociales, tanto formales como informales, fomentando el sentido de conexión

- Existenciales, que darían el significado y propósito

Aconsejo una lectura tranquila del artículo.

Viktor Frankl, el llamada psiquiatra del sentido, después de su experiencia en el campo de exterminio de Auschwitz y después de perderlo todo, incluida su familia, comentada “hay que sobrevivir antes de volver a vivir”.

¿Resiliencia vs lucha contra las condiciones que generan burnout? Ambas, no es una dicotomía. Ambas van a ser imprescindibles y necesarias, para poder sobrellevar las situaciones y los tiempos excepcionales que nos toca vivir. Pero principalmente pensando y liderando el dónde queremos llegar, como profesión sanitaria, y cómo queremos situarnos cuando volvamos a tocar tierra. Porque este movimiento no se va a realizar espontáneamente, requiere tener un camino claro y liderazgo para llegar.