A menudo, cuando pienso en qué significa realmente ser directivo en salud, me viene a la mente una imagen: un hospital al alba. Me gusta llegar temprano, cuando el hospital aún despierta. Los pasillos en silencio, las luces encendiéndose poco a poco... y esa sensación de calma antes del movimiento. Una familia de profesionales empieza un nuevo día con un propósito común: CUIDAR.

Ser directivo es asumir la responsabilidad de que todo funcione, de que las personas, la tecnología y los procesos remen en la misma dirección para ofrecer la mejor atención posible. En mi experiencia, esta labor se sostiene sobre tres pilares que guían la estrategia del grupo Quirónsalud: salud, experiencia y eficiencia. Pero, sobre todo, consiste en acompañar a las personas que lo hacen posible.

Nuestro día a día mezcla gestión y empatía, decisiones difíciles y escucha, números y emociones. En mi caso, como director médico del Hospital Ruber Internacional, mi papel es ser un facilitador: coordinar el funcionamiento de los servicios médicos y garantizar, en todo momento, la calidad asistencial, la seguridad del paciente y una experiencia excelente como eje vertebrador de la toma de decisiones.



"Detrás de cada decisión, cada mejora o cada gesto de apoyo hay un impacto real en la vida de las personas. Porque esto, al final, va de eso: de transformar vidas"




Dirigir un hospital es, en realidad, un acto de servicio. No hacia los números, aunque sean imprescindibles para tomar decisiones basadas en datos rigurosos, sino hacia las personas y hacia un propósito común: ofrecer un servicio de excelencia que esté a la altura de lo que la sociedad espera de nosotros.

Hoy no se puede hablar de buena gestión sin hablar de innovación. Un ejemplo claro es Scribe, proyecto de Quirónsalud que utiliza inteligencia artificial para transcribir la conversación entre médico y paciente. Gracias a ello, el facultativo puede centrarse en lo esencial: mirar, escuchar y comprender, mientras la herramienta genera el informe de forma segura y precisa. Es tecnología que aporta valor real. Mejora la calidad de los informes y hace que la relación médico paciente sea más cercana.

A veces pienso que la Dirección Médica es el engranaje que no se ve, pero está en cada rincón del hospital, observando cada detalle y cada circuito. Detrás de cada decisión, cada mejora o cada gesto de apoyo hay un impacto real en la vida de las personas. Porque esto, al final, va de eso: de transformar vidas, de crear las condiciones para que pacientes y profesionales vivan mejor. Y cuando las cosas funcionan, cuando un paciente agradece la atención recibida o un compañero te dice “gracias por apoyarme”, recuerdas por qué elegiste este camino. Y todo cobra sentido.

La gestión sanitaria es a veces una labor silenciosa que también salva vidas. Solo funciona cuando está profesionalizada, garantizando que haya recursos, coordinación, formación, innovación y liderazgo. La que da soporte a los equipos asistenciales para que puedan hacer lo que mejor saben hacer: diagnosticar, tratar y cuidar.

Porque detrás de cada alta hospitalaria, de cada quirófano bien programado o de cada paciente satisfecho hay decisiones, planificación y trabajo en equipo. Y eso también merece ser reconocido. Dirigir un hospital es, ante todo, servir a los demás. Con la convicción de que cada decisión puede cambiar una vida.