Cuando se trata de expresar verbalmente sentimientos, emociones, gustos o colores todos las manifestaciones son válidas y suele hacerse por medio de adverbios de cantidad o grado: mucho, poco, bastante, más, menos, suficiente, extremadamente, etc., que no sirven para establecer valores objetivos, cuantitativos y comparativos. Sobre gustos y colores no hay nada escrito se lee en el refranero popular. Incluso aparece rimado: sobre gustos y colores no escribieron los autores. El valor añadido y la eficiencia hay que expresarlos en cifras.

El valor añadido y la eficiencia son expresiones usuales en el ambiente sanitario. Es frecuente oír o leer que tal actividad o acto sanitario es de un gran valor añadido o que tal proceso u hospital es muy eficiente. Ambas expresiones no tienen valor práctico alguno si:  a) no se definen; b) no se expone el método de medida, y c) no se expresa la unidad de medida. El valor añadido se define como la diferencia entre el precio de venta del producto o servicio y el gasto de las materias primas utilizadas para obtenerle. El método de medida es la resta entre ambos valores y la unidad de medida, en España, es el euro. La magnitud del valor añadido sirve para remunerar: 1º) el trabajo por medio del pago de la nómina del personal, que es la resultante de multiplicar el número de empleados por el salario de cada uno. El número de empleados será el adecuado y el salario, el justo. El número de empleados se calcula dividiendo el tiempo necesario para realizar todas y cada una de las tareas, por el tiempo contratado a cada uno de los empleados. El salario se establece por medio de la valoración de tareas e incentivos y su cuantía será similar al percibido por el personal del entorno;  2º) el capital que consiste en abonar los intereses; 3º) a los accionistas de acuerdo a los beneficios, y 4º)  al Estado a través de los impuestos. En consecuencia, el valor añadido, en los servicios públicos, prácticamente solo remunera el trabajo, con la gran diferencia de que los privados gastan lo que tienen mientras que los públicos tienen lo que gastan. En estas circunstancias, ¿acaso los contribuyentes no merecen ser informados del valor añadido de cada servicio u hospital, expresado en euros, como con él hace, periódicamente, la Agencia Tributaria?
  
Ligado al valor añadido se encuentra la eficiencia que se calcula dividiendo la cantidad de actividad por el gasto incurrido. También ha de expresarse numéricamente y no con el consabido mucho, suficiente, bastante, extremadamente. La actividad debe ser la adecuada. Para la misma patología, la actividad, en hospitalización, está condicionada directa y proporcionalmente por la estancia media. Sobre esta influyen veintitrés factores, de los que diez la aumentan, ocho la reducen y cinco la hacen variar. En hospitales españoles, e incluso europeos del grupo de los 15, de similar categoría y nivel, la estancia media llega a ser el doble cuando se comparan entre ellos y en consecuencia, injustificadamente, doblan la lista de espera para  hospitalización. ¿Por qué los responsables (en este caso irresponsables) no han analizado los factores influyentes en la estancia media o no han aplicado el protocolo de adecuación de ingresos y estancias que reduciría, en su caso, la estancia media y con ello la lista de espera? El segundo factor para calcular la eficiencia es el gasto, que se utiliza como divisor del quebrado y está formado por el gasto estructural o fijo que no se modifica con la actividad, más el variable que sí es proporcional a ella. En los servicios sanitarios hospitalarios públicos, el gasto fijo es debido, en su mayor cuantía, a la remuneración del personal que llega, e incluso supera, el 70% del gasto total. El variable está  ocasionado, fundamentalmente, por el consumo del  material sanitario, el fungible, la medicación y la alimentación.

Es muy importante, para mejorar el rendimiento del sistema sanitario, que quienes gestionan los servicios, particularmente médicos y enfermeros, conozcan estos conceptos, posean la  información suficiente y, sobre todo, la actitud ética necesaria para llevarlo a efecto. Los contribuyentes tienen derecho a saber cuál es el gasto de la correcta asistencia, por ejemplo, de una apendicitis en un servicio público, incluso según el nivel del hospital y cuánto cuesta atenderla en uno privado. Conocida la diferencia, deben analizarse las causas, y concretadas éstas, proponer soluciones. Como los ciudadanos, además de contribuyentes y posibles usuarios, son votantes, siempre queda el recurso de decidir quién administrará sus impuestos la próxima vez.

Es verdad, y muy satisfactorio, conocer que los profesionales sanitarios cada vez saben más de gestión y en su práctica diaria añaden valor y eficiencia a los servicios públicos. Los resultados deberían expresarse en números, con difusión frecuente en los medios de comunicación general, no oficiales ni especializados, como recientemente ha hecho, referido a la renta, un periódico de máxima tirada y arraigo en Cataluña, que informaba, con números, que la renta de un vasco, el pasado año, había doblado a la de un extremeño. Hace algún tiempo había difundido, también exponiendo las cantidades, que la renta de las personas que habitan el barrio más rico de Barcelona es seis veces superior a la de los habitantes del más pobre. ¿Cuántos profesionales sanitarios conocen lo que cuestan los mismos servicios de los distintos hospitales de su ciudad? Y no digamos el público en general, que además es quién, como contribuyente, sufraga los gastos. Lo que sí conoce, y padece, el sufrido contribuyente es la lista de espera que ha de soportar en hospital al que acude que, en ocasiones injustificadamente, es el doble de la posible por deficiente gestión, llámese clínica o no. Los vocablos mucho, suficiente, bastante, algo, extremadamente, demasiado o poco, que pueden servir para expresar gustos y colores, no son adecuados para exponer los resultados de la gestión de los servicios sanitarios. Ha de expresarse en cifras como hace, por ejemplo, la Agencia Tributaria.

Dejo para otra ocasión los comentarios sobre la equidad (justicia) y la calidad (prestigio), que  también deben expresarse  en números. Eso es  importante porque suele mejorar lo que se mide, evalúa y reconoce. Además, la época actual exige transparencia. La evolución es el antídoto de la revolución.


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