Este mes de agosto se han cumplido 78 años del lanzamiento de la bomba atómica sobre Japón. El día 6 caía sobre Hiroshima la bomba de uranio, y el 9 de agosto la de plutonio sobre Nagasaki. Fue el fin de la Segunda Guerra Mundial y tristemente el de cientos de miles de vidas humanas y otras tantas heridas.

Este verano se ha estrenado 'Oppenheimer', la película de Nolan sobre el Proyecto Manhattan y la fabricación de la bomba atómica. Tres horas de intriga planeando sobre si el fin justifica los medios, los límites de la ciencia, el sacrificio de vidas o la calidad humana de los protagonistas, que culmina con la frase del Dr. Oppenheimer, su protagonista, tras la primera detonación experimental: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.

A finales de 2022 Juan Fueyo, científico, investigador de reconocido prestigio, y asturiano de nacimiento, que lleva investigando más de veinticinco años en Estados Unidos, publicaba su primera y bien documentada novela, El hombre que pudo destruir el mundo (Penguin Random House Grupo Editorial), libro del verano 2023.

En su novela, Fueyo desentraña la personalidad del protagonista, el doctor Julius Robert Oppenheimer, quien más allá del conocimiento, domina la inteligencia emocional y la capacidad de seducción para alcanzar los objetivos que se propone. Hay que aplaudir a Fueyo por destacar en la novela el protagonismo femenino, algo que no se aprecia en la película de Nolan, y que es decisivo en el rumbo que toma el Proyecto Manhatan y en sus protagonistas, y que deja ver el papel que tienen las personas, los colaboradores, las influencias, las intrigas y las artes de seducción, en el proyecto de creación de la bomba atómica.

Sin entrar en el debate ético quiero compartir algunas reflexiones sobre el estilo de liderazgo que llevó a Oppenheimer, su protagonista, a dirigir el Proyecto Manhatan, desbancando a su propio jefe, que era el candidato, y coordinando el trabajo de los científicos más prestigiosos del mundo, premios Nobel incluidos, para el éxito del proyecto clave del siglo veinte y la creación de la bomba atómica.

La lectura de la novela aporta lecciones de liderazgo, a tener en cuenta en la dirección de cualquier organización y válidas también para las organizaciones sanitarias, organizaciones del conocimiento donde el liderazgo, además del conocimiento, lo define el factor humano, las personas, la empatía, la actitud y las relaciones en los equipos.

En la trama de la novela, el factor humano es clave, y son los intereses y las ambiciones personales de quienes deciden, los que llevaron al mundo por el camino que ya conocemos. También en la dirección de las organizaciones sanitarias el factor humano, las personas y las relaciones marcan el rumbo de las mismas, y no solo los datos y el conocimiento, como muchos piensan. A este respecto, Juan Fueyo me respondía a un tuit: “hay gestores que siguen insistiendo en la infraestructura y los algoritmos, en los circuitos absurdos de la “vida moderna”, pero al final, el factor humano es siempre el decisivo”.

¿Se hubiera conseguido la bomba atómica si Kitty, la mujer de Oppenheimer, no hubiera estado allí? Soy consciente de que su protagonismo fue secundario, pero ella fue la colaboradora ideal, la que se propuso convertir a Oppie, su “pequeño colibrí”, en “el líder americano del siglo veinte”. Estaba convencida de que era “un superviviente que mataría por cualquier causa”, y contribuyó de manera decisiva a crear el líder del proyecto Manhattan. De esta manera Oppenheimer supero las reticencias de políticos, científicos, y hasta de dos presidentes, Rooselvet y Truman. Coordinó el trabajo de burócratas, militares, policía, contraespionaje y cientos de trabajadores, y todo ello en tiempo record. Sin su coordinación, el Proyecto Manhattan no habría funcionado.

Kitty, esposa y experta en amantes, nos da una primera lección del proceso de selección de un líder. El General Groves, representando al Gobierno de EEUU y con la experiencia de haber construido ya el Pentágono, era el encargado de identificar a la persona adecuada para la dirección del gran Proyecto. El papel de Kitty fue decisivo. Convenció al propio Oppie de su idoneidad diciéndole: “El general Groves necesita tres personas: un científico, un experto en Recursos Humanos y un Relaciones Públicas. Oppie, tú eres esas tres personas en una".

Y es que los grandes proyectos necesitan líderes que tengan visión de conjunto, que sean capaces de aunar el conocimiento científico-técnico, la gestión de personas y las Relaciones. Pero además, han de tener confianza en sí mismos, y en este sentido, como es el caso de Oppenheimer, pueden ser decisivos los “colaboradores ideales”, que creen en el líder y en el proyecto (a veces más que el propio líder, como dice Juan Fueyo), y que son decisivos para que el proyecto salga adelante.

Kitty planifica de manera precisa la entrevista que va a tener Oppenheimer con el General Groves. Para ello dice a su marido: “Tendrás que demostrar que sabes escuchar, que tienes grandes conocimientos en diversas esferas de la vida. Deja claro que seguirás sus órdenes como buen soldado, insinúale que lo que piensa, por absurdo que sea, te importa, y demuéstrale cuanto sabes del proyecto”. Toda una lección sobre las cualidades del líder: inspirar autoridad, tener capacidad de escucha y ser empático, además de disponer del conocimiento científico-técnico necesario.

El matrimonio Oppenheimer nos dan una tercera lección práctica, relativa a la importancia del entorno de trabajo en el gran Proyecto. Algo que en las organizaciones sanitarias se deja abandonado a la inercia y a lo que siempre se ha hecho. Oppenheimer piensa que para triunfar en el Proyecto, los que están al mando han de “ser inclusivos y crear un ambiente que alinee los conocimientos y los objetivos. La tarea más difícil Proyecto es hacer que su masa crítica de Premios Nobel, trabajen en cadena, y eso requiere habilidades y talento, algo que no se asocia al CV académico”.

Toda una lección, también para las organizaciones sanitarias, donde los directivos y los líderes clínicos, tienen que generar entornos favorecedores, donde a la gente le guste trabajar, aprender y desarrollarse. En las organizaciones del conocimiento, la inteligencia emocional, la empatía y la actitud, (fundamentalmente hacia el aprendizaje), son decisivas para dirigir personas que trabajan en equipo, y a su vez, que los equipos den lo mejor de sí.

Sin la adecuada coordinación el Proyecto Manhattan no se hubiera desarrollado. Ni Ciencia, ni Universidad, ni militares, de manera independiente, hubieran logrado el objetivo. Ernest Lawrence, Premio Nobel de Física 1939, era el elegido para esa dirección. Sin embargo, aunque estaba convencido de que había que ganar la guerra con ayuda de la ciencia, “no usó sus células grises” para ganar la confianza política y científica necesaria, tal como Bush, Decano del Instituto de Tecnología de Massachuset y Conan, Rector de la Universidad de Hardvard, le pidieron para sacar adelante el proyecto.

Por eso, fue Oppenheimer, que no había ganado ningún Nobel ni era el más admirado por la comunidad científica, y discípulo de Lawrence, quien lo consiguió, y junto a su esposa Kitty, decidieron conquistar el mundo, en una historia de amor, ambición, poder y celos. El Nobel Lawrence no supo hasta el final a quien tenía realmente a su lado. Cuidado, siempre hay un Oppie en la carrera de un directivo.

Para arrebatarle a su maestro Lawrence la dirección del proyecto, Oppenheimer y Kitty ensayaron cada frase y cada movimiento. Además de desacreditarle, hasta incluso cuando le halagaban, buscaron la sincronía con el General Groves en el modo de ver las cosas, que finalmente se inclinó por Oppenheimer, cuando éste le ofreció: 1) el tiempo y el esfuerzo necesario para el Proyecto, 2) la capacidad para salvar cualquier obstáculo que pudiera presentarse y 3) el placer de trabajar en un proyecto conjunto.

Si pensamos en nuestros equipos sanitarios, seguro que ponemos cara a quienes ofrecen tiempo, esfuerzo y soluciones a cualquier dificultad. Estos profesionales son el oro de las organizaciones sanitarias, expertos en planificación, empatía, comunicación hablando el mismo lenguaje del equipo, con dedicación y disfrutando con el trabajo que realizan. Ellos son motor y bandera de los equipos excelentes.

El general Groves vió que “estaba ante un buen soldado”. Pensó que para Oppie “este era su Proyecto y mataría para cumplir los objetivos del mismo”, y en ello coincidía con la predicción que hizo  Kitty el día que conoció a Oppie: “es un superviviente que mataría por cualquier causa”, y es que, en tiempos de guerra, el factor humano está más presente que nunca. Por cierto, le sedujo a pesar de su terca resistencia y aun considerándole el hombre menos varonil que había conocido.

En Salud, ya sea en el día a día, en etapas de paz o en los conflictos cotidianos, el factor humano es la clave del liderazgo de las organizaciones y de los servicios clínicos. Las personas, el talento, la empatía y la actitud son determinantes y marcan las diferencias.  Animo a leer la novela de Juan Fueyo, porque además de lo que aquí se ha destacado como lecciones de liderazgo, la novela nos deja grandes lecciones de vida, ¿Dónde está el límite del conocimiento? ¿Dónde está el límite de la ambición?

Hay situaciones que ponen al límite el factor humano y que van a condicionar el uso que se haga de las herramientas, ciencia incluida. Los avances científicos están ahí. A mitad del siglo veinte fue el descubrimiento de la fisión nuclear del átomo de uranio. En el siglo veintiuno es la Inteligencia Artificial, el metaverso y ¿ ?. En El hombre que pudo destruir el mundo, sobre la ciencia ha dominado el factor humano, el amor, la ambición, el poder y la gloria (muerte incluida), siendo decisivo para liderar el Proyecto Manhattan y cumplir su objetivo. Otra cuestión diferente es el uso que se haga de los resultados, que como sucede en los grandes proyectos sanitarios, esa es “harina de otro costal”.

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