Imaginemos una escena que podría ocurrir cualquier día, en cualquier
hospital.
Una madre está de
parto. Todo parece transcurrir con normalidad hasta que, durante unos minutos, se pierde el control del
registro fetal. A pesar de las prisas el
bebé nace con sufrimiento y, tras la
reanimación, se confirma que algo ha ido mal.
El
ginecólogo, que no ha cometido un error directamente porque indicó la
cesárea cuando debió, pero teme ser señalado, redacta en la
historia clínica que el parto se desarrolló sin incidencias. La
matrona piensa que pueden achacarle la culpa y trata de asegurar a posteriori que estuvo siempre pendiente de los registros
cardiotocográficos. Los
neonatólogos, que reciben al
recién nacido en mal estado, sospechan que el problema viene de antes. Y, para protegerse, dejan constancia precisa de lo sucedido e inciden en que el niño les llegó con problemas contradiciendo la versión del ginecólogo.
Nadie se pone de acuerdo. Nadie habla claro con la familia. El niño acaba con
secuelas o peor.
No ha habido mala intención, ni
negligencia evidente por parte de nadie. Pero sí una cadena de silencios, de omisiones y de miedos que multiplican el
daño y la
indignación de una
familia que no entiende bien nada de lo que ha pasado.
Y esa cadena no la rompe nadie, porque no hemos enseñado a nuestros
profesionales qué hacer, cómo actuar y, sobre todo, cómo comunicar cuando las cosas no salen como deberían.
Otro caso.
Urgencias de cualquier hospital, entra un paciente con un
dolor torácico inespecifico. Le duele a la inspiración y la espiración lo que podría sugerir algo muscular. Satura aparentemente bien y los
análisis y las
radiografías parecen normales. El médico le da el alta al paciente pero como algo no le acaba de cuadrar le dice que vaya al día siguiente a
consulta para
revisión.
El paciente sale del hospital e ingresa a las pocas horas con una
insuficiencia respiratoria grave que necesita respiración asistida e ingreso en la
Unidad de cuidados intensivos. Diagnóstico
tromboemolismo pulmonar masivo.
El
médico entra en pánico y se mete en la
historia clínica del paciente para revisar el relato de la urgencia y modificarla para evadir su posible
responsabilidad. Obviamente no sabe que queda registro.
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"Nadie ha enseñado a los profesionales sanitarios a enfrentarse a los efectos adversos a pesar de todas las consecuencias que conlleva gestionarlos mal"
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Y un tercero. Paciente operado de
cirugía plástica en un centro sin medios adecuados que tras un sangrado imprevisible que implica un traslado a un segundo hospital en el que, fruto del retraso en la atención de la complicación, acaba
falleciendo. Nadie del primer hospital da la cara ante lo ocurrido con la consiguiente indignación de los familiares.
En mi
experiencia de más de 25 años
gestionando hospitales y, sobre todo, revisando casos de
responsabilidad profesional como
Presidente de la empresa de pericia sanitaria
Promede, estos son tres casos entre decenas de otros posibles que ocurren y no se gestionan de forma adecuadamente a diario.
En
Medicina, los errores existen. Y los
resultados adversos indeseados sin que medie error tambén. Son inevitables, porque detrás de cada acto sanitario hay
seres humanos que toman
decisiones bajo presión, con
información incompleta, con medios limitados o ante situaciones imprevisibles.
El problema no es el error.
El problema es lo que hacemos después.
Y nadie ha enseñado a los
profesionales sanitarios a enfrentarse a estos efectos adversos a pesar de todas las consecuencias que conlleva gestionarlos mal.
Además, durante décadas, el
sistema sanitario ha convivido con una
cultura de culpabilidad y de ocultación. Se nos ha enseñado que admitir un
fallo es una
amenaza: al
prestigio, a la
carrera, a la
seguridad jurídica. Y, en consecuencia, hemos construido entornos donde el miedo pesa más que la transparencia.
Ese
miedo conduce al
silencio. Y el silencio, casi siempre,
empeora el daño: genera
desconfianza, impide aprender de lo ocurrido y fractura la
relación entre
profesionales,
instituciones y
pacientes.
Pero la realidad es tozuda: cada
resultado adverso —haya o no error detrás— deja heridas en tres lugares. En el
paciente y su familia, que buscan
respuestas; en la organización, que se enfrenta a la pérdida de confianza y en su reputación y por supuesto en los profesionales involucrados. El
impacto psicológico de un evento crítico —una
muerte inesperada, una complicación grave, una denuncia— además del disgusto y el
sufrimiento por el hecho, puede derivar en
ansiedad,
depresión o incluso en el
abandono profesional.
Y sólo una
gestión ética, transparente y empática puede reparar parte de ese daño.
Con esta convicción,
Grupo Promede, referente nacional en
peritaje y
formación sanitaria, lanzamos el próximo enero la I Edición del curso '
La Gestión de los Resultados Adversos del Acto Sanitario', que se celebrará los días 1
6 y 17 de enero de 2026 en el Campus Castellana – Facultad HM de Ciencias de la Salud (Universidad Camilo José Cela, CUHMED, Madrid).
Un
curso rápido para tener
conocimientos elementales para enfrentarse ante un resultado adverso de 10 horas (8 teóricas y 2 prácticas), que aborda un enfoque multidisciplinar y que une la
visión médica,
jurídica,
psicológica y
comunicativa. Incluye, además, un
taller práctico con
simulación clínica, precisamente para entrenar esas situaciones críticas donde lo técnico se mezcla con lo humano.
La formación está dirigida a titulados en
Medicina,
Odontología,
Psicología,
Enfermería,
Podología y otras áreas afines, con modalidad presencial o síncrona, para permitir la asistencia desde cualquier punto del país.
El objetivo es claro: que los profesionales sepan identificar cuándo hay un error y cuándo no lo hay, cómo deben
actuar, cómo deben
comunicarse y cómo deben
comportarse ante el paciente y su familia.
Porque la gestión de un
resultado adverso no se enseña en la universidad, y sin embargo es una de las
competencias más humanas —y más necesarias— de la
práctica sanitaria moderna.
En un sistema donde los recursos son limitados y la
presión asistencial es enorme, el riesgo de eventos adversos siempre existe. Lo que no puede existir es la
ausencia de verdad.
La
confianza entre médico y paciente, entre institución y ciudadano, se construye sobre una premisa básica: la
honestidad.
Cuando un resultado adverso se gestiona con
transparencia, explicando los hechos con empatía y sin esconder información, el paciente puede sufrir… pero entiende.
Cuando se oculta o se niega, el
daño moral y la desconfianza son mucho mayores y se proyectan sobre todo el sistema.
Por eso este curso no es sólo una iniciativa docente: es una
declaración de principios.
Significa decirle a los profesionales que reconocer un problema no los hace culpables, los hace
responsables ante los pacientes. Aunque no tengan la culpa
Y significa decirle a la sociedad que la
Medicina moderna no puede basarse en el silencio, sino en la
comunicación, el
aprendizaje y la
reparación.
Formar a los sanitarios para gestionar esas emociones, para compartirlas y enfrentarlas con
apoyo institucional, es también una forma de cuidarles. Porque cuando se actúa desde la verdad, la empatía y el compromiso, incluso los momentos más difíciles pueden transformarse en
aprendizaje y en
confianza.