De nuevo hemos celebrado una nueva efeméride de la lucha contra el sida, como todos los años, el día 1 de Diciembre, pero continuamos sin llegar a un consenso social en varias cuestiones que a mi juicio son especialmente relevantes y cada día más, sobre todo si decidimos luchar no solo contra el virus, sino contra la injustificada, pero tan frecuente discriminación social, laboral y familiar.

Mientras nos proponemos recordar y cumplir el lema de Llegar a cero 2011-2015, todos deberíamos aceptar que ese rechazo social, ese estigma y discriminación que sufren las personas diagnosticadas de sida, y también los portadores, aunque realmente no sean enfermos, se debe entre otras muchas cosas a la forma en que nos referimos a la enfermedad y los mecanismos de transmisión.

Con permiso de los maestros de la lengua y sin ningún ánimo demagógico, sinceramente creo que todos los profesionales sanitarios, y especialmente los periodistas, deberíamos comenzar a hablar de transmisión y no de contagio, aunque académicamente puedan resultar vocablos similares o incluso sinónimos en algunos casos. De todos modos, la Real Academia de la Lengua, que no nos ofrece ninguna entrada médica para el vocablo transmisión, si lo hace para el de contagio, especificando literalmente transmisión por contacto inmediato o mediato de una enfermedad específica. Si nos centramos en esta definición podemos afirmar, con la evidencia científico-médica de que disponemos, que el contacto no es razón suficiente para que se pueda contraer la enfermedad, a no ser que se haga a través de una vía sanguínea, lo que nos debe hacer reflexionar sobre la cuestión.

¿Qué hay de malo en decir que el sida es una enfermedad transmisible y no contagiosa? ¿Existe realmente alguna incongruencia científica para poder apoyar esta tesis? Sinceramente creo que no, y lo que es más, que si continuamos hablando de contagio estaremos contribuyendo, y sin desearlo, a incrementar la idea de la población general de que se trata de una enfermedad que se puede contagiar si trabajamos al lado de una persona que esté diagnosticada o incluso que sea portadora, si nos bañamos en la misma piscina, si nos alojamos en el mismo hotel, si coincidimos en la consulta médica, si comemos en la misma mesa o incluso si bebemos de la misma copa.

Sin embargo, si pudiéramos aceptar todos el hecho de comenzar a hablar en nuestras clases, charlas o en nuestras apariciones en los medios de que el sida es una enfermedad transmisible, es más que posible que la opinión pública, que tantas veces se basa en la opinión publicada, pudiera cambiar su pensamiento más personal e intrínseco en relación a la enfermedad y sobre todo a la persona que la padece. Y si los medios nos ayudaran en este mismo sentido, seguro que cosecharíamos muchos más éxitos y pronto podríamos estar contribuyendo a disminuir el rechazo social, no a la enfermedad, sino a los enfermos y portadores. Es verdad que se trata de un pequeño detalle, pero no olvidemos que los pequeños detalles, son los que nos distinguen de los demás.


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