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8 abr. 2022 16:30H
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El tráfico de datos personales es una muestra, entre otras, de cómo una cierta forma de digitalización sin control está cambiando la sociedad y por tanto nuestras vidas. Y a juzgar por las informaciones que aparecen en los medios no se puede decir que en estos temas, ni en la ya famosa brecha, la revolución digital (comunicación en la Red y archivo de datos que viajan por Internet) tenga buena prensa. Aqdemás, las más de las veces, las informaciones y opiniones son contradictorias.

Porque si algo ha puesto de manifiesto la clase de sociedad líquida que hemos construido en las últimas décadas, huérfana de valores sólidos a los que anclarse, ha sido la eclosión de la ya omnipresente digitalización y, en los últimos tiempos, su forma más avanzada, la inteligencia artificial. Y no hablamos solo de Occidente porque una parte importante del resto del mundo también participa de la fiesta tecnológica, y la otra parte del mundo que queda pendiente nos tememos que nos toma en esto por un inevitable modelo a seguir.

Es cierto que en unos campos del conocimiento, estas nuevas tecnologías se han desarrollado más que en otros. En el terreno de las comunicaciones, la sociabilidad y el consumo su predominio es prácticamente total. Pero en otras áreas que forman parte del corazón del sistema, como ocurre en la medicina, y más en concreto en la radiología, su protagonismo es también muy importante. Hasta tal punto, que se ha asociado muchas veces la deshumanización de la atención sanitaria con la hipertecnologización, cuando, a decir verdad, ya venía de antes. Sin embargo, en ese espacio de las ideas que llamamos opinión publicada, en el que se exponen las razones que justifican las últimas tendencias, y en el que se pueden dar muchas y variadas lecturas, se suelen exponer también argumentos para todos los gustos. Y en este caso han abundado unas ideas y sus contrarias, aunque es verdad que muchas de las ofertas que se publicitan coinciden en un punto: no hay avance sanitario sin tecnología ni avance tecnológico que se precie sin inteligencia artificial.

De modo que el escenario es complejo y los desafíos son enormes. El fenómeno actual de la digitalización, y su referencia más avanzada, la inteligencia artificial (IA), tiene las caras de un prisma: por un lado, la competencia ambivalente para el empleo; por otros, las oportunidades y las amenazas para nuestra vida privada y, también, para las democracias: una manera actual de razonar que con frecuencia se ha asociado con autocracias, y que a lo mejor tampoco lo es en exclusiva.


"Es bueno advertir que la inteligencia artificial en muchos ámbitos (como la Medicina) está todavía en su infancia"



En estos tiempos difíciles, en los que vamos de crisis en crisis, quizá lo más preocupante en este tema sea el hecho de que allá donde la IA se desarrolla con fuerza, la caída del empleo es, en términos relativos, muy importante, naturalmente, con diferencias entre sectores más o menos tecnificados y, eso sí, entre los diferentes países, debido fundamentalmente a las fortalezas y profundidad de su tejido industrial. Aquí volvemos al terreno de las ambivalencias. En algunos aspectos resulta inquietante la vigilancia sistemática de nuestras comunicaciones por parte de empresas y Gobiernos que luego van a comerciar con nuestros datos. Y sin embargo, por sorprendente que parezca, llama la atención que no se pueda decir que exista una relación lineal entre un gran desarrollo de las últimas tecnologías con el desarrollo económico y la productividad, ni mucho menos, con la igualdad. Esos valores sociales son de otra naturaleza.

Finalmente, con la pandemia las apps inteligentes y las consultas telefónicas se han puesto muy por delante del conocimiento y de la capacidad de atención y sensibilidad de los ciudadanos, y esto ha incrementado la desconfianza de estos en general en el sistema. De modo que habrá que admitir que los datos de la evolución de la deshumanización en muchos sectores en los últimos tiempos arrojan malas noticias.

En definitiva, llegados a este punto, no podemos dejar de prestar atención a un tema que pesa con fuerza en una gran parte del imaginario de los ciudadanos, sean estos profesionales de la medicina o de otra actividad cualquiera. Pero es bueno advertir que la IA en muchos de estos ámbitos está todavía en su infancia, y aunque el no a la IA de los que todavía claman por un pasado analógico no conduce a ninguna parte, el entregarse sin ambages tampoco parece ser la salida más inteligente. Ademas, se da la circunstancia de que aunque pueda parecer lejano, los integrantes más jóvenes de aquellas generaciones que salían del mundo analógico todavía pueblan un sector de la sociedad que en aquellos momentos promovieron una actitud de ciertas reservas sobre la digitalización. Los hitos de esa época remiten, además, a los grandes momentos en los que se han renovado muchas de las profesiones "modernas". Ante tal estimulación de pensamientos contrarios, no es fácil para ellos situarse en el nuevo escenario.

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