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17 nov. 2022 8:40H
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La construcción de nuestro sistema de salud ha sido un logro histórico insuperable. Parece mentira que algunos responsables políticos se empeñen en poner en riesgo lo más importante que tenemos dentro del estado de bienestar.

Pero vayamos por partes. Nuestro sistema de salud, la joya de la corona de nuestro Estado de Bienestar, que atiende de manera gratuita, accesible y con calidad a toda la población, lleva un tiempo en el que ha dejado que se le vean una serie de carencias y, de repente, ha entrado en crisis, es verdad que más en algunas comunidades que en otras en las que hasta se tambalea.

Estos últimos días hemos visto en los medios de comunicación que, en particular a raíz del shock de la pandemia, el sistema vive vientos de crisis y, más en concreto, que los servicios de urgencias extrahospitalarias de la capital, Madrid, son un verdadero caos, mientras la presidenta de esta región, Isabel Díaz Ayuso, se entretiene menospreciando a los profesionales sanitarios sumándose a la teoría de la conspiración.

Lucha de modelos sanitarios


En el trasfondo de todo, hace tiempo que existe una lucha de modelos sanitarios dentro del Sistema Nacional de Salud (SNS) entre la gestión pública y la privada y entre la orientación comunitaria frente a la hospitalaria. Muchas personas, después de estar un tiempo sin médico de familia por jubilación u otras causas, ven que pasan los meses y siguen sin conocer a su nuevo médico de cabecera. Esto es algo que ya no recordábamos, imposible de imaginar hace poco tiempo. Las listas de espera se hacen incontenibles e incluso no se sabe tampoco qué pasa con algunos medicamentos, no sólo escasean los del aparato respiratorio, sino también otros, seguramente como consecuencia de los problemas de la cadena de suministros que vivimos desde el principio de la pandemia.

Paralelamente, las autonomías arrastran un déficit crónico de médicos de Atención Primaria. Déficit que no se puede paliar con ocurrencias esotéricas como implantar la telemedicina en las urgencias ni aludiendo a la necesidad de más facultades de Medicina y más médicos. Tampoco la falta de especialistas en la asistencia primaria no se puede esconder instalando pantallas, ni se pueden denominar centros de atención continuada a los que no lo son. Así como la falta de profesores y prácticas para los alumnos de las facultades de Medicina no se pueden improvisar ni resolver con simuladores.

Demografía médica mal planificada


Hablemos de cifras, España es el sexto país del mundo en número de médicos, según datos de la OCDE. En la última convocatoria MIR se presentaron más de 13.000 médicos para poco más de 8.000 plazas, a pesar de que en estos últimos años el Gobierno de España ha incrementado la convocatoria de plazas en más de un treinta y seis por ciento.

Por tanto, aunque habría un cierto margen para formar más médicos en algunas especialidades en concreto, hay que reconocer que la planificación ha brillado por su ausencia y en concreto que los recortes de la crisis financiera han supuesto la pérdida de más de mil quinientos especialistas. Además, durante los próximos años, se va a jubilar una parte considerable de la plantilla, sin que se haya previsto.

En relación con el gasto en sanidad, llama la atención el bajo porcentaje de gasto en Atención Primaria. Y la gran disparidad que hay entre comunidades autónomas. Madrid y Galicia son las comunidades que menor porcentaje destinan a este nivel asistencial, dónde, precisamente, gobernaron o lo hacen aun los dos líderes más renombrados de la derecha. Ya otros han insistido en ello: la Comunidad de Madrid es, además, la que menos dedica a la sanidad pública por habitante y a la vez la que más se enorgullece de sus rebajas fiscales como atractivo para las grandes rentas y patrimonios.


"Aunque habría un cierto margen para formar más médicos en algunas especialidades en concreto, hay que reconocer que la planificación ha brillado por su ausencia y en concreto que los recortes de la crisis financiera han supuesto la pérdida de más de mil quinientos especialistas"



La crisis de la sanidad pública, por tanto, no es de ahora, y viene sobre todo de unas políticas que aplican recetas neoliberales que degradan los servicios públicos para luego privatizarlos. En la valoración del estado de salud de nuestra sanidad pública, que sabemos que necesita reformas en profundidad, hay que incluir aspectos de muy diversa índole, con consideraciones políticas y económicas a la cabeza.

En este sentido, el mantra del pacto de estado no vale cuando, a diferencia del Pacto de Toledo con las pensiones, una parte de las fuerzas políticas apuestan por un modelo de colaboración público-privada que en realidad es de subordinación de lo público a los grandes intereses privados de los fondos de inversión y de las empresas constructoras.

De modo que el fracaso de la sanidad pública madrileña, y antes el fracaso de sus residencias de mayores, no tienen mucho que ver con el número de médicos que salen de las facultades de Medicina, sino con un modelo de privatización de los servicios públicos, a lo que se añade la orientación hospitalocéntrica junto a un modelo laboral precario que no permite una mínima conciliación, en particular en la Atención Primaria, donde como consecuencia tampoco corren buenos tiempos para su prestigio social.

Extremismo digital frente a evidencia científica


Para nosotros, además, el fenómeno se ha visto agravado por el auge de la telerealidad, del extremismo digital, muy acelerado desde la pandemia, que promueve las simplezas, y obvia o, mejor, va contra la capacidad de profundizar en el conocimiento, compitiendo contra las fuentes de la evidencia científica. El extremismo digital, que también amenaza con deteriorar no sólo nuestra convivencia y las democracias, con la construcción de un muro infranqueable entre la administración y los administrados, también afecta de lleno a la atención sanitaria.

La tecnología debería estar ahí para suplir nuestras carencias, pero tendríamos que acordar cuanto antes los límites que le marcamos a la tecnología en las prestaciones que nos ofrece, hasta dónde dejamos que nos controle y/o que nos dirija, fundamentalmente en los ámbitos más importantes de nuestra vida como la salud.

Aunque, en realidad, en las últimas propuestas de Díaz Ayuso y sus grandes ideas para sortear la crisis de la atención continuada de la sanidad pública, muchos nos imaginamos a Miguel Gila, con su teléfono en la mano: "¿Está el enemigo? Que se ponga".

La crisis de la sanidad pública


En realidad, la crisis de la sanidad pública obedece a distintas causas, además, claro está, de la escasez de medios, pero pueden resumirse en dos cuestiones que destacan para explicar la situación actual. Primero, la privatización, que toma su modelo a seguir de los Estados Unidos, en donde las leyes del mercado dominan el sistema sanitario, un modelo de fragilidad y desigualdad en tiempos de pandemia, pero que desborda las fronteras estadounidenses, porque el fenómeno no solo afecta a Estados Unidos, sino que, con creciente intensidad, está produciéndose en muchos otros países.

También en España, por supuesto, hay un gran afán privatizador, que comenzó, recordemos, con el fracaso del intento de implantación del modelo privatizador de Alzira, del PP en la Comunidad Valenciana, pero que se mantiene con fuerza en el principal partido de la oposición y en la Comunidad de Madrid.

Todo ello resulta paradójico con respecto a la experiencia que hemos vivido en la reciente pandemia, donde se ha demostrado la capacidad de resistencia de la sanidad pública y de la gestión pública y por contra la impotencia de la sanidad privada, aunque ahora esta última pretenda ganar espacio con el río revuelto del shock pospandemia de los sistemas públicos de salud.

Segundo: la digitalización, la comunicación digital que favorece la polarización de la vida política en todo el mundo y que ahora penetra con fuerza en la teleasistencia, que Díaz Ayuso pretende poner en práctica, ni nada más ni nada menos, que en las urgencias extrahospitalarias madrileñas, precisamente en el lugar menos indicado. Cuando por el contrario es un hecho que no hay progreso que debamos demandar que no salga de la convergencia de las tecnologías con el humanismo, entre la atención presencial y la teleasistencia como complemento.

Visto el impacto de las cosas que tienen que ver con la salud en la sociedad, harían bien los responsables, políticos y gestores, en aplicar soluciones y que estas cuenten con los sanitarios y la ciudadanía. Sin embargo, no podemos esperar nada de la precariedad laboral, ni de la falta de respeto hacia los profesionales ni tampoco de la falta de recursos, cuando cabría esperar un mayor reconocimiento por el saber y mayores medios, máxime cuando hay un gran consenso en que el sistema debería primar estos dos factores. Ahí están, en fin, algunas de las causas de la crisis sanitaria que estamos padeciendo.