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14 abr. 2018 19:00H
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Una guardia más, y ya van cinco o seis este mes. He dejado de contarlas. Una parte fundamental del trabajo mensual de los médicos, y todo sea dicho, uno de los principales empujones en los sueldos precarios que cobran los galenos españoles. ¡Comienza la jornada!

Durante el día: un chorreo constante de patologías banales: mucho catarro, multitud de padres susceptibles ante cualquier suspiro extraño de sus pequeños, muchos analgésicos inyectables para evitar el dolor de muelas, las lumbalgias, las cefaleas, los achaques diarios… pequeños malestares de la vida cotidiana. Los más delicados y con los que debemos detenernos con especial atención: las edades extremas. Paciencia y profesionalidad.

Algunos se pasan por Urgencias para que les receten su medicación habitual o para que les atiendan rápidamente, evitando la incomodidad de coger cita con su médico habitual entre semana, de esperar para que te vean en menos de cinco minutos, o que te importunen la mañana. El propio sistema, y las condiciones en las que tienen que trabajar los médicos forman parte del problema de la hiperfrecuentación…o del mal uso de este servicio.

Explicar lo que implica asistir a un servicio de Urgencias no siempre es recibido con comprensión y algunos se marchan frustrados, esperando una mayor diligencia después de haberse tomado la molestia de acercarse al médico para exponer su vulnerabilidad. Nosotros por nuestra parte, intentamos hacerlo lo mejor que podemos y como debemos.

De vez en cuando, el día se torna difícil: tienes que ir al hospital lanzado. Te montas en la ambulancia, tratando de prestar toda tu atención en el paciente. Comienza el traqueteo, las curvas imposibles, los nervios porque todo salga bien. El pobre técnico lo hace lo mejor que puede pero cuando trabajas en la Sierra, la mitad del trabajo es conseguir llegar al centro de referencia sin marearte, estabilizando o tratando al enfermo: sano y salvo.

Los fines de semana son lo peor. La gente aprovecha el tiempo libre y comienza a sentir la necesidad de prestar atención a todos esos asuntos de salud que han ido posponiendo durante días, meses, años. Frases como: “pero si yo nunca vengo al médico”, “en verdad no me pasa nada, pero he aprovechado que estaba libre y he venido”, “es que no había cita entre semana” te martillean la cabeza hora tras hora. A los pacientes locales, se les suman los transeúntes que vienen a la montaña de senderismo, de turismo rural. Un campo de batalla constante.

Las épocas de gripe en invierno o de golpes de calor y gastroenteritis en verano minan la moral de los más motivados, abarrotan los centros de salud y crispan los nervios de todos. Los medios de comunicación se hacen eco del titular fácil: “urgencias abarrotadas” o de los comentarios de enfado de los pacientes. Poco se habla de lo que ocurre en el interior de los centros sanitarios y de las cabezas de los profesionales, que atienden como pueden pese a los recortes y la falta de educación sanitaria. Y es que, algo no funciona bien…

Llega la noche, el terror de las “24 horas de trabajo non stop. El cansancio es evidente. Llevas trabajando desde las 8 o 9 de la mañana sin parar. Tienes pequeños respiros para poder alimentarte y hacer tus necesidades básicas, para desahogarte con tus compañeros, para dar un pequeño paseo por la zona y desentumecer los músculos, para sobrevivir. Si tienes suerte, podrás echar una cabezada un par de horas. Depende del día, los hay malos y bueno.

Una vez más, si tienes que hacer un traslado al hospital todo se tuerce: un paciente inestable, unas carreteras complicadas, poca visibilidad, algún que otro ciervo con instinto suicida y la falta de sueño del personal. El agravante de la nocturnidad. Un trabajo duro y peligroso.

Esta historia, sólo es un pequeño arañazo del día a día de cientos de profesionales sanitarios que dedican un día entero de sus vidas, a salvaguardar la de los demás. Profesionales de la salud, esperando poder solventar ese concepto tan subjetivo para el mundo: urgencia. Todo un equipo de personas evitando que una patología leve, se convierta en algo peor.

Según la OMS una urgencia es “la aparición fortuita en cualquier lugar o actividad, de un problema de causa diversa y gravedad variable, que genera la conciencia de una necesidad inminente de atención por parte del sujeto que lo sufre o de su familia”. Una barra libre para la interpretación del paciente, un incentivo para la actual sociedad medicalizada y dependiente del sistema de sanitario, poco o nada empoderada con su salud. Un desgaste continuo para todos.

Los servicios de Urgencias están pasando por una mala época. No sólo a nivel primario (donde día tras día se saturan los consultorios, donde los médicos de atención primaria intentan tener toda la paciencia posible pese a las dificultades) sino también a nivel hospitalario, donde las salas de espera se convierten en habitaciones improvisadas, donde el tiempo se hace eterno esperando horas para que te atiendan, donde el hastío es generalizado.

Y pese a todo, me encantan las Urgencias. Tener la oportunidad de dedicarle un poco más de tiempo a aquellos pacientes que lo necesitan, o que no lo han tenido entre semana. Aprovechar para educar a la población, explicarles la diferencia entre lo grave y lo banal, hacerles partícipes de que deben implicarse en su estado de salud diario. Tener la oportunidad de ver a una población más variopinta de lo habitual, de atender incluso a nivel pediátrico. La satisfacción que genera poder ayudar a las personas, solventar los casos leves, actuar en los graves, asegurarse que no vayan a peor o que no tenga un mal desenlace. Pasar tiempo con los compañeros, conocer sus inquietudes, sus opiniones, sus sentimientos, sus vidas…

Cada servicio de Urgencias es un mundo. Cada centro de salud, cada provincia, cada equipo, cada población a su cargo… hacerlo lo mejor que puedas, con lo que tengas a tu disposición. Es un trabajo duro, muy duro. Ya lo es para aquellos que ejercemos en poblaciones más pequeñas con menor flujo de pacientes o con dos equipos trabajando a la vez (más un servicio de apoyo y respuesta rápida). Es duro. Pero aún lo es más para los cientos de miles de profesionales que trabajan en las grandes ciudades, o en los hospitales, o en zonas de alto flujo como la costa. Un trabajo increíble, maltratado y cada vez menos respetado.

Y por ello clamamos: ¡bendito saliente de guardia! Bendita la hora en la que acaban las guardias, en las que puedes ir a casa a descansar y reparar el cansancio físico y mental. Porque trabajar de médico, pese a los diversos motivos que te llevaron a estudiar esta carrera, tiene que ser muy vocacional. Si no, ¿por qué íbamos a soportar 24 horas trabajando sin parar?