Otros artículos de Carlos Deza

19 sept. 2023 11:00H
SE LEE EN 8 minutos
Ningún médico es único, todos iguales
y fácilmente intercambiables.

En 1991, un médico que recorría a pie los quinientos metros que separaban el hospital de su casa, de manera súbita, sintió la necesidad de pararse y, en medio de la calle, por primera vez tomó consciencia de que había pasado toda la vida laboral sin decidir nada sobre su vida laboral. En su trabajo, decidía sobre otras personas, pero no decidía para sí mismo. A lo largo de los años no había sido participe de ningún cambio dentro de su hospital o de su servicio. No había sido consultado por ninguna cuestión. Las decisiones venían impuestas desde algún lugar, pero era incapaz de recordar el nombre o el rostro de un solo miembro de los puestos de dirección.

Aquella tarde del verano de 1991 nació el primer médico-code como una suerte de preso encadenado a una gran roca. Varias décadas después, en la actualidad, ningún médico es libre. Solo existe el médico-code.


"No importan los conocimientos médicos, la destreza, la integridad, la humanidad, el exceso horario que contabilices, la cantidad de pacientes o el número de años que lleves trabajado. Nada de eso importa. Para ellos, solo somos un código que hay que asignar a una vacante. Para ellos, solo somos un número".



El médico-code percibe que algo no funciona. Una extrañeza, una nausea, una tela borrosa. Una angustia no consciente y, por lo tanto, indeterminable. Es un especialista entrenado en la toma rápida de decisiones, con decenas de variables, sobre la salud o la vida de otras personas y la ha convertido en parte de su identidad. Por este motivo, juzga con desconfianza y siente una fractura irreconciliable con los estamentos dirigentes que le han reducido a un sujeto pasivo. El ministro y la consejera de Sanidad, el director gerente, la directora médica o la directora de personal se han convertido en elementos desconocidos. El médico-code es un espectador de su vida laboral, una persona al servicio de un código. Sin voz ni opinión, a merced de otras personas que toman decisiones sobre su presente y su futuro. No importan los conocimientos, la destreza, la integridad, la humanidad, el exceso horario que contabilices, la cantidad de pacientes o el número de años que lleves trabajado. Nada de eso importa. Para ellos, solo somos un código que hay que asignar a una vacante. Para ellos, solo somos un número.

El médico-code se refugia en sí mismo. En las ocasiones en las que hace acopio de valor y orgullo e intenta recuperar parte de control, se da de bruces con la realidad: estas resoluciones no vienen de aquí, vienen desde este otro sitio, tienes que preguntarle a otra persona encargada de esto, no dispongo de la información en el momento actual, tienes que rellenar este formulario. El médico-code vuelve a replegarse frustrado y exhausto. Con el tiempo, la frustración deja paso un hartazgo contra todo y contra todos. La práctica médica se convierte en un trabajo de oficina, los pacientes en enemigos y el centro de trabajo en una cárcel.

Pero, ¿quién o quiénes fueron los responsables de la inapelable condición del médico-code?

El sistema de OPE en sanidad


En sanidad, el sistema de Oferta Pública de Empleo (OPE) se creó con los objetivos de eliminar el nepotismo, la injusticia, la corrupción y los abusos de poder de un proceso de adjudicación de plazas poco trasparente. La premisa era simple: dado que son plazas públicas, cualquier trabajador del sistema público que reúna los requisitos solicitados puede acceder a cualquier plaza en cualquier lugar, mediante unas pruebas de selección y un baremo de méritos objetivos. Sobre el papel parece el sistema más justo, objetivo y equilibrado dado que brinda las mismas oportunidades por igual.

Con el paso de los años, el sistema OPE adolece la misma podredumbre que quería combatir. Los sucesivos escándalos e irregularidades no son ajenas para ningún médico. Sin embargo, hay otro elemento del sistema de plazas públicas más importante en la creación del médico-code. El sistema OPE promueve la colectividad hasta asfixiar la individualidad. Lo colectivo debe partir de lo individual, de la toma de consciencia del yo previa a la formación del grupo y mediante una unión voluntaria. El individuo es parte activa, participa, decide y adquiere responsabilidades. Un colectivo que no parta de lo individual no es un colectivo, es una masa, un rebaño.

Y así, el sistema OPE establece unos mínimos estandarizados y unificados, un listón que todo el mundo debe superar y donde no se tiene en cuenta ningún parámetro fuera del baremo. Lo que parece justo y razonable, en ausencia de individuos conscientes, provoca que los médicos tiendan a quedarse en el estado de mínima energía. O lo que es lo mismo, en hacer lo justo para obtener esa plaza. Sin equidad, un sistema igualitario puede ser más despótico que el peor de los sistemas de desiguales.

Motivaciones del médico


“Lo que los empleados quieren de los empresarios es, por encima de todo, un buen salario”, afirmó Frederick Taylor hace unos cien años. Taylor suponía que los seres humanos son pasivos por naturaleza y que lo único que puede motivarnos es la promesa de un castigo o una recompensa. La visión del mundo y de los trabajadores que tenía Taylor sigue más que vigente hoy en día.

En su libro Dignos de ser humanos, el historiador Rutger Bregman, propone una visión diferente del ser humano. Diferencia claramente el concepto de motivación extrínseca (aquella ajena al sujeto como las recompensas o el castigo) y de motivación intrínseca (aquella que nace del individuo y es independiente de los estímulos externos). Para Bregman, las motivaciones extrínsecas no consiguen explicar todos los comportamientos humanos (como las aficiones, la maternidad o el voluntariado) y, en muchos casos, pueden cercenar las motivaciones intrínsecas. Desligar la naturaleza humana de la motivación intrínseca nos convierte en robots. El ser humano, para serlo, no puede funcionar sin ella.  

La estructura sanitaria, imbuida del espíritu taylorista se limita a recompensar o castigar y no está interesada en la motivación intrínseca. El médico-code es dócil porque carece de motivación intrínseca: si lo que se espera de él como médico es que cubra la demanda asistencial, lo que hará será cubrir la demanda pero nada más y solo a condición de una recompensa en forma de salario. El dinero es la herramienta a través de la cual el médico-code acepta impertérrito su condición de elemento pasivo. 

Cuando los médicos fueron encadenados, se les cercenó la motivación intrínseca y fueron apartados de la toma de decisiones. El vacío que se creó fue ocupado por especies parásitas: las directoras, las burócratas, los políticos. En palabras de Jos de Block (fundador de Buurtzorg, una empresa de atención sanitaria domiciliaria), “tanto en la sanidad […], la dirección y los empleados viven en mundos paralelos. La distancia entre unos y otros es enorme. […] la realidad es que, cuando eliminas todo ese rollo de la gestión y de los managers, el auténtico trabajo sigue su curso. Y, de hecho, las cosas funcionan mejor.”

Esperanza y desesperanza


Por la noche, el médico-code, encadenado, inmóvil y pasivo, anhela la libertad. Sabe que nadie puede liberarle, nadie acudirá en su auxilio. En algunas ocasiones, alza la vista al cielo y en medio del silencio, una vaga sensación de esperanza crece en su interior. Cree encontrar la manera de escapar y escribe en su roca: 
  • Dar prioridad al trabajo del médico (y del resto del personal sanitario) por encima de los puestos de dirección, la burocracia y la política.
  • La clase dirigente es prescindible. Las cosas pueden funcionar mejor sin ellos.
  • Simplificar la estructura sanitaria.
  • Liberar al médico del código, humanizarle.
  • Responsabilidad, participación y autonomía en la toma de decisiones.
  • Potenciar la motivación intrínseca.
  • Un sueldo digno es fundamental pero el dinero no es la solución.
Cuando termina de escribir, lee una y otra vez estas frases. Siente fuerza, orgullo, impaciencia. Da vueltas en la cama, no consigue descansar, su mente es un avispero. Por la mañana, cuando recorre a pie los quinientos metros que separan su casa del hospital, se para en seco, allí plantado contempla su roca, vuelve a leer las frases que escribió de madrugada y le parecen una autentica idiotez. Cuentos infantiles, sueños irrealizables
¿Quieres seguir leyendo? Hazte premium
¡Es gratis!
¿Ya eres premium? Inicia sesión