Continúan publicándose cada vez más análisis sobre las causas de los males que aquejan a nuestro sistema sanitario. Con mayor o menor acierto al final coinciden en la necesidad de una innovación global, aunque no sean pocas las ocasiones en las que se pretende colar gato por liebre, proponiendo parches y remiendos que se presentan como estratégicos.

Pero, a pesar de la abundancia de aportaciones, no se producen avances significativos y el sistema sanitario sigue arrastrando sus problemas, acentuados por el paso del tiempo y la falta de abordajes efectivos.

Si tratásemos al sistema como a un paciente se podría concluir que el tratamiento prescrito y administrado no ha resultado siquiera paliativo. Tampoco en lo que se refiere a la profilaxis, puesto que los factores determinantes más distales de la situación siguen ejerciendo su negativa influencia, ahora y desgraciadamente durante bastante tiempo. 

Fruto de la poca competencia e interés de los responsables políticos, de los gestores y hasta de las organizaciones profesionales se ha producido, además de notorios desaciertos, un importante retraso en el diagnóstico por lo que la situación ha evolucionado negativamente  hasta adquirir la gravedad actual, cuyas consecuencias finales pueden ser catastróficas.

De ahí que sea imprescindible superar la fase de “qué hacer” y desarrollar en la práctica “cómo” abordar las innovaciones necesarias para ponernos ya a la tarea. Como se hizo al afrontar las primeras etapas de la pandemia. A pesar de la ignorancia y la incertidumbre, porque muy probablemente la inacción hubiera resultado más perjudicial.


"Fruto de la poca competencia e interés de los responsables políticos, de los gestores y hasta de las organizaciones profesionales se ha producido, además de notorios desaciertos, un importante retraso en el diagnóstico"



Para salvar el sistema en cambio resulta necesario tener claro el tipo de sistema sanitario que se quiere implantar, con visión de medio y largo plazo y, además, dibujar con suficiente detalle el período de transición por el que hemos de caminar desde la situación actual hasta la final a la que pretendemos llegar.

Una vez asumidas las premisas anteriores es el momento de desarrollar las formulaciones políticas, financieras y técnicas necesarias para avanzar en el proceso en distintos ámbitos de actuación:

Político y experto


No nos parece imprescindible (ni viable) llegar a un consenso político global acerca de las innovaciones que precisa nuestro sistema sanitario, a diferencia de lo que otros afirman. Lo que sí que debe procurarse es la conjunción armónica de aportaciones procedentes del campo político con las del campo profesional experto.

En este marco la dimensión política asume la representación de la ciudadanía, imprescindible para legitimar el proceso. A título de sugerencia podríamos apuntar que esta dinámica podría plasmarse mediante una Comisión o Grupo de Trabajo para la Innovación (o Reforma) del Sistema Sanitario, constituido a instancias del Parlamento, con una composición definida a partir de propuestas realizadas proporcionalmente por las fuerzas políticas y por las organizaciones profesionales, y con un calendario de trabajo previamente establecido.

Económico-financiero


Que proporcione la información imprescindible que garantice a medio y largo plazo la sostenibilidad económica y el equilibrio financiero de un sistema que prácticamente siempre ha estado sometido a graves tensiones. Los expertos en economía y particularmente en economía de la salud tienen mucho que aportar a la innovación, además de proporcionar procedimientos y mecanismos claros y sólidos para el análisis de coste-oportunidad y coste-efectividad de los recursos empleados que permitan corregir los importantes agujeros de ineficiencia del sistema.

Técnico y de cartera de servicios


Para diseñar las líneas que permitan reducir la variabilidad injustificada de los procedimientos más habituales utilizados en el sistema, sean estos preventivos, diagnósticos o terapéuticos, rompiendo con la gran disparidad existente hoy, fuente de una asistencia de baja calidad e insegura para pacientes y profesionales.

Que posibilite establecer una cartera de servicios racional, basada en pruebas contrastadas y que tenga en cuenta las necesidades--lo más objetivas posible--  y las expectativas -- más razonables -- de la ciudadanía y que, sin caer en la demagogia del todo para todos y desde ahora mismo y en la medicalización de los malestares vitales, cubra con holgura la atención de los problemas sanitarios principales.

La constitución de un grupo de trabajo de este tipo, capaz de aglutinar profesionales expertos en los procesos más frecuentes y que, además, posean una visión global del sistema, puede ser clave en la construcción de la innovación sanitaria.

Es muy posible que los ámbitos anteriores necesiten ser complementados con otros para lograr un diseño idóneo del “cómo” abordar la imprescindible y cada vez más urgente innovación de nuestro sistema sanitario, pero pensamos que los descritos previamente pueden y deben suponer un punto de arranque sólido para iniciar este largo camino.