Nicolás Olea considera que el papel del profesional es clave para aclarar los mensajes que inundan las redes sociales

Nicolás Olea, médico, detalla en su libro las formas de evitar exponerse a los tóxicos de los disruptores endocrinos.
Nicolás Olea, médico y catedrático emérito de Medicina de la Universidad de Granada.


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Los disruptores endocrinos están presentes en muchos de los materiales que utilizamos a diario: una botella, un recipiente de plástico o en una lata de conserva, entre otros, cuyos efectos negativos son preocupantes. Tanto que cada vez hay más personas que buscan información veraz basada en la evidencia científica para disminuir esta exposición y evitar, así, unos tóxicos claramente perjudiciales para el organismo.

Ante esta situación, Nicolás Olea, médico y catedrático emérito de Medicina de la Universidad de Granada, se erige prácticamente como una eminencia en el campo de los disruptores endocrinos, con más de 35 años de experiencia que se reflejan en su nuevo libro: '80 recomendaciones para evitar los tóxicos. Reduce tu exposición a disruptores endocrinos y microplásticos’. 

En una entrevista con Redacción Médica, este profesional sanitario ha reconocido que el objetivo del libro es ofrecer una guía práctica a la población -tanto general como sanitaria- con la que puedan disminuir su exposición a este tipo de sustancias químicas. "Es cierto que las mujeres embarazadas y las que están en edad fértil son las más interesadas, pero las recomendaciones son para todos los públicos", ha incidido. 

¿Cómo puede un médico trasladar recomendaciones sencillas y factibles a sus pacientes (por ejemplo, sobre plásticos, cosméticos o alimentación) sin generar alarmismo ni culpabilizar, pero fomentando hábitos preventivos basados en evidencia?

Has dicho las dos palabras claves: alarmar y culpabilizar. Nos han pagado financiación pública competitiva durante 38 años para generar ciencia. Ahora pedimos que se aplique, pero el proceso de aplicación del conocimiento científico en la regulación va desesperadamente lento. Entonces, no diría que es alarmar, sino, más bien, reclamar la atención de la Administración por temas que son prioritarios para los ciudadanos.

Lo que queremos es que la gente sea consciente de que hay cosas que no están suficientemente reguladas o incluso leyes que no se están aplicando. Por ejemplo, hay un real decreto de calidad de agua en España del año 2023 que considera la presencia de pesticidas, de plástico y de fluorados en el agua, pero que todavía no se está aplicando porque es costoso. No entiendo que si hay una ley que obliga a hacer esos controles, no se hagan. 

Y, por otra parte, al ver que esas leyes no se están aplicando sientes una enorme sensación de frustración e imposibilidad. Cuando hay madres que tienen conocimientos sobre los disruptores endocrinos y van al AMPA a protestar sobre ellos, las consideran las raras y las locas de los plásticos. Pero eso no es cierto, porque hay evidencias suficientes de que son perjudiciales. El conocimiento siempre ha generado mucha incertidumbre y disgusto, pero no podemos seguir construyendo una sociedad tan pasiva, sobre todo cuendo el desarrollo nos está superando de forma tan rápida. 

¿Crees que el médico de Familia debería incidir en ello? 

Así es, por supuesto. Lo que no puede hacer es seguir encogiéndose de los hombros y que el paciente pregunte sobre algo que está oyendo por los influencers y que no sea capaz de dar una respuesta científica. Hay una cantidad de conocimiento científico competitivo y de calidad que tarda mucho tiempo en llegar a la aplicación y, por eso, los profesionales sanitarios, sobre todo en Atención Primaria, tienen que estar muy animados para conocer cuál es la realidad. El papel del sanitario es clave para dar estos mensajes porque, por el momento, son de los pocos profesionales que siguen teniendo la confianza del la población.

¿Crees necesario incorporar un breve apartado de “historia de exposición” en la anamnesis —por ejemplo, sobre contacto habitual con plásticos, pesticidas o cosméticos— y en qué grupos de pacientes tendría mayor impacto clínico?

Es fundamental que los especialistas incorporen preguntas relevantes a los pacientes sobre la historia expositiva. Hay situaciones llamativas en donde un profesional está viendo una historia clínica y tiene una sospecha de que la patología está causada por causas ambientales, y, algunas veces, en esa ficha no está recogido a qué se dedica esa persona. ¿Cómo es posible que no esté esa información? Es muy importante recoger el código postal o indicar el lugar donde el paciente está viviendo, por si hay alguna actividad agrícola o industrial relevante para el diagnóstico. 

Por tanto, la anamnesis es importante, sobre todo en Pediatría y en Ginecología y Obstetricia, para identifican en qué ambiente se va a desarrollar ese niño. Y, por supuesto, en las enfermedades hormonales. Cualquier endocrino tiene que incorporar el medioambiente en su conocimiento.

¿Cómo se puede explicar la diferencia entre detección de sustancias (presencia) y daño comprobado (efecto clínico) para que el paciente entienda el riesgo real y mantenga confianza en la medicina basada en evidencia?

La clave para nosotros es la asociación de la exposición con el efecto adverso. Pero, en términos operativos, te interesa conocer las exposiciones para prevenir el efecto. El principio de precaución o cautela, aprobado por el Parlamento Europeo, dice que cuando hay la sospecha razonable de un efecto adverso, pero fundamentalmente hay conocimiento de la exposición, hay que actuar de forma preventiva. La palabra es anticipatoria, antes de que se produzca daño, porque, en enfermedades multifactoriales de largos periodos de incubación, es necesario actuar con presteza y adelantar.

¿Qué papel deben tener los profesionales sanitarios en la vigilancia e investigación sobre tóxicos ambientales -biomonitorización, cohortes locales, educación sanitaria- y cómo puede fomentarse esta formación en grado y posgrado médico?

La parte más importante es que incorporen el conocimiento en la patogenia de enfermedades. Se ha puesto de moda que el mecanismo de enfermar se ha hipertrofiado, porque la invasión de toda la biología molecular y la genética ha dado mucha más información. Hay especialistas en dilución metabólica, en alteraciones mitocondriales, es decir, todo lo que está creciendo el conocimiento biomédico en torno a la enfermedad. Y la única cosa es recordar que las exposiciones también tienen una cabida en ese gran cajón de las causas de enfermedad. Que no todo es genética, ni fracaso del mecanismo, sino que las exposiciones tienen mucho que ver. 

En cuanto a saber cómo incorporar esto al conocimiento médico, creo que es mucho más receptiva la clase sanitaria, por ejemplo, de Enfermería, que la de Medicina en estos temas. Parece cómo si hubiera mucha más sensibilidad en aquellos que están dedicados a cuidados que en aquellos que se dedican al diagnóstico puro y duro. Porque reciben mucho más interacción de los pacientes preguntando sobre hábitos, sobre formas, sobre consumo, que el propio médico. Pero habría que incorporar todo ese conocimiento a todo el sistema sanitario. 

Muchos de los productos presentes en hospitales y centros de salud -plásticos, materiales desechables, productos de limpieza o recubrimientos antiadherentes- contienen compuestos potencialmente tóxicos. ¿Hasta qué punto puede afectar esta exposición también a los profesionales sanitarios? ¿Qué medidas realistas podrían adoptarse para reducirla, sin comprometer la seguridad asistencial ni aumentar los costes? 

Por supuesto que el medio sanitario es un medio muy ofensivo para el propio paciente y para el profesional. Uno de nuestros estudios más famosos que dio la vuelta al mundo es la exposición de los niños de muy bajo peso, menos de 1.800 gramos, en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales al plástico.Imagínate lo que es. Un niño de 1.500 gramos metido en un incubador de policarbonato y expuesto al plástico por todos los días; intratecal, intravenosa, todo... Si es que la propia sedación del medio de protección bacteriana, pero basado en el plástico, pues impresiona. Y el profesional está expuesto a eso también.

Un estudio financiado por la Unión Europea, y que actualmente está en marcha, está investigando la exposición de los profesionales a los gases perfluorados en el quirófano. Nosotros tenemos un problema con la exposición humana a derivados del flúor, a sustancias perforadas. Unas sustancias que están en las sartenes antiadherentes, en la ropa que no se mancha o en el sillón que te acabas de comprar también repelente al agua. Está en todos esos sitios, pero también son parte de los gases anestésicos, aquellos basados en flúor. 

¿Y quién nota esa exposición? Pues los médicos que se pasan ocho horas diarias en un quirófano y que aspiran algunos de los gases, fundamentalmente, en los quirófanos para Pediatría, en donde el intubado del niño no se hace completo y hay gases que se liberan. Eso es una forma clara de exposición de profesionales que estamos controlando. También nos ha interesado mucho la exposición de los profesionales a los citostáticos en el hospital de guía oncológico manejando esa cantidad de drogas tóxicas que son mutagénicas y que se le administran a los pacientes. Es cierto que hay sistemas de control, mascarillas, guantes y todo, pero, al final, nos interesa ver cómo se expone el profesional sanitario a estos contaminantes y encontrar la forma de cambiar o eliminar el producto, si es que es sustituible.

El interés por los disruptores endocrinos, microplásticos y tóxicos ambientales ha crecido enormemente en los últimos años. ¿A qué atribuye esta mayor atención? 

Yo creo que gracias a los medios de comunicación que habéis hecho un esfuerzo enorme en familiarizar temas ambientales a la sociedad. Primero empezó con la calidad de la comida y promocionar la producción agroecológica. Después, cuando se denuncio la barbaridad del exceso de plástico en el supermercado, o los cosméticos que se utilizan. Es decir, todos esos datos van concienciando a la gente. Hay una sociedad muy tecnificada y muy sometida a contaminantes que exige otra atención diferente. Afortunadamente, hay un cambio muy importante de percepción de la población y sabes que es el momento de dar información mucho más fiable.

¿Cree que este exceso de contenido puede llegar a ser perjudicial o generar miedo injustificado? 

Absolutamente. No generar miedo injustificado, sino saturar. Si se te ocurre preguntarle algo esto en Whatsapp, en las redes o en Facebook, pues entonces te empiezan a entrar miles de mensajes en torno a lo que no puedes hacer. Y muchos de ellos, algunos son serios, otros son menos serios, pero la saturación está. Y, además, hay personas que, de manera mal intencionada, genera información que entra dentro de la 'fábrica de dudas'. Tú, como experto, publicas algo que te ha costado un trabajo y esfuerzo y alguien dice que eso no es así, bien con datos fundamentados, o simplemente porque no le gusta lo que dices. Y esto entorpece mucho la comunicación. Creo que es importante que la gente busque fuentes y vías de comunicación mucho más sólidas y que se fijen de dónde viene la información que están consumiendo. Por ejemplo, si es de Redacción Médica o de otro medio con rigor. 

Con esta oleada de mensajes muchos pacientes llegan a la consulta con información o incluso con miedo por lo que pueden ver en redes. ¿Cree que esta 'oleada' de mensajes puede afectar también al médico de Familia, que a menudo tiene que hacer de filtro o traductor de toda esa información?

El profesional sanitario tiene que implicarse. No puede encogerse de brazos y decir que no saben. Tienen que empezar a desmentir ese tipo de informaciones. De hecho, la Atención Primaria tiene un enorme disgusto con las redes porque la mitad de las consultas son falsedades que han oído los pacientes, pero son los profesionales los que tienen saber comunicar un mensaje más certero para desmentirlo. De su mano está incorporarse a esa nueva forma de comunicación. A todos nosotros nos está costando incorporar el mensaje a esta nueva forma de comunicación.
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