Conocíamos días pasados nuevos datos oficiales sobre la evolución del empleo en el sector público sanitario de nuestro país. Cerca de 30.000 puestos de trabajo (solo plantillas orgánicas) se han perdido en los dos últimos años.

Cifras que vienen a refrendar el creciente deterioro que ha sufrido, y sufre aún, nuestro Sistema Nacional de Salud (SNS) en materia laboral y lo que es más importante, las repercusiones que este tiene en lo que siempre debe ser el eje y centro del mismo, el paciente.

Constatado, una vez más, que los profesionales han sido injustas víctimas de los recortes realizados en estos últimos años por las distintas administraciones sanitarias, quiero, en esta ocasión, centrarme en otro importante deterioro que entiendo se está acrecentando y que, si no se toman cartas en el asunto, puede acarrear graves consecuencias en el futuro.

Me refiero a las relaciones Administración-trabajadores, por un lado, y entre los propios colectivos profesionales del SNS, por otro.

Los profesionales siempre han buscado poder colaborar con los gobiernos para mantener y mejorar la casa en la que viven y conviven con miles de personas. Un ánimo de negociación y consenso que en los últimos tiempos ha obtenido, en términos generales, la callada por respuesta.

De un tiempo a esta parte, los profesionales han visto como su entorno ha cambiado, las prioridades son otras y las directrices marcadas desde la organización  también difieren mucho de las que antes señalaban el camino a seguir. Y todo ello, sin explicaciones ni diálogo.

¿Consecuencias de esta situación? Desmotivación, tristeza, indignación, pérdida de confianza o del orgullo por pertenecer a la organización…  ¿Posibles soluciones?  Participación, colaboración, implicación en los procesos de tomas de decisiones…
De manera paralela, las relaciones entre los propios profesionales no pasan por su mejor momento.  Escuchamos posicionamientos contrarios, incluso despectivos, de representantes de un colectivo respecto a otro que distan mucho del espíritu de colaboración y respeto mutuo que debe prevalecer siempre entre profesionales que buscan un mismo fin.

Considero que hay que acabar con posturas más propias de otros tiempos y modernizar la visión y relaciones de las profesiones sanitarias bajo la premisa fundamental de que todas deben tener como centro y referente de su labor al paciente.

El diálogo y coherencia que pedimos a los gestores públicos debemos también llevarlo nosotros, los profesionales, a la práctica. La corresponsabilidad que demandamos a los políticos para hacer avanzar nuestro sistema sanitario tenemos que asumirla nosotros en primera persona.

Hay que trabajar conjuntamente por el futuro de la sanidad española con amplitud de miras y visión de conjunto, evitando enfrentamientos o situaciones de conflictividad.

En definitiva, ser todos corresponsables para que el sistema sanitario en el que trabajamos evolucione con los tiempos y necesidades de la sociedad actual. Está en nuestras manos.

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