No es una buena noticia que una vez más se haya producido un relevo en la sede del Ministerio de Sanidad, con la ceremonia del traspaso de cartera y codazos para hacerse la foto incluida. No voy a entrar en las razones que lo han motivado, que darían para muchas consideraciones en una profesión como la medicina en donde no caben muchas frivolidades académicas cuando la vida del enfermo está por medio. Con independencia de ello, no es una buena noticia.

Mis primeros contactos con este Ministerio, que además de cambiar a menudo de inquilino, lo ha hecho también de nombre con más frecuencia de la deseable a medida que se le iban quitando y poniendo etcéteras sociales, de igualdad o de consumo, datan del ya lejano 1989 cuando la ONT no era más que un letrero en un bloque de cemento. Desde entonces han pasado 17 ministros, lo que para los 29 años que precisamente se cumplen en estos días de septiembre, significa poco más de un año y medio por ministro.

Si tenemos en cuenta que tan solo cinco de ellos (incluidas las dos protagonistas del último relevo) tenían experiencia previa en gestión sanitaria, mientras que los doce restantes carecían por completo de la misma y necesitaron por tanto de un tiempo de aprendizaje, se entiende que los sucesivos presidentes de gobierno no han considerado que saber algo de gestionar la sanidad fuese relevante para ocupar el despacho del Paseo del Prado. Es posible que así sea, pero su escasa permanencia en el cargo, que para si querrían los creadores de la obsolescencia programada, hace que el tiempo que los ciudadanos hemos tenido un ministro en activo, conocedor del tema, durante las últimas tres décadas haya sido más bien escaso.

Ello quizás pudiera querer decir que la utilidad de este ministerio y de su cabeza visible desde que se transfirió el Insalud a las comunidades es limitada, pero los cortos periodos de tiempo transcurridos con ministros conocedores del terreno y profesionalmente capaces (que algunos han habido y si no, recuérdese a Ana Pastor) no apuntan en esa dirección. Es necesaria la autoridad sanitaria, con su papel rector y coordinador de la sanidad y mucho.

Por todo ello es tanto más lamentable el relevo de Carmen Montón. Vaya por delante que apenas he tenido contacto profesional con ella salvo en su periodo de consejera de la Comunidad Valenciana, sin duda positivo para la ONT y no hay más que ver las cifras. Pero se esté de acuerdo o no con su ejecutoria en estos famosos 100 días, lo cierto es que un ministerio acostumbrado en los últimos años a ser considerado como casi irrelevante salvo cuando surge un problema grave de salud pública, y a funcionar en modo diésel en los grandes temas mientras los ministros se dedicaban a las cosas de su partido, es como si hubiera recibido de repente una carga de gasolina de 98 octanos, y con ella hubiera adquirido una notoriedad muy superior a la de otras carteras de las que nada positivo se ha vuelto a saber desde el nombramiento de sus titulares. Algo habrá tenido que ver la experiencia previa y el conocimiento de los temas, aunque tantas veces se haya infravalorado por parte de quienes los nombraron.

La restitución de la sanidad universal, aunque sean muchos los detalles que habrá que concretar en su tramitación parlamentaria, justificaría de sobra estos 100 días, pero el resto de proyectos apuntados en este corto periodo, tales como la regulación de la eutanasia, la asistencia a desplazados o la lucha contra el suicidio o contra las seudociencias, entre otros, y sobre todo la celeridad en abordarlos, así como  la dinámica de coordinación con las comunidades, apuntaban  a una legislatura intensa que podía conectar  con los problemas reales de la sociedad y devolver al ministerio el papel relevante que nunca debió perder.

Ya se que no está de moda reconocer méritos a alguien que ha tenido que abandonar su puesto tan pronto y además de manera traumática, pero me parece de justicia reconocer unos nuevos aires que prometían mejores tiempos. Ojalá la nueva ministra María Luisa Carcedo, también conocedora del terreno que pisa, mantenga los objetivos y el ritmo emprendidos. Hay que desearle lo mejor en beneficio de todos y de un nuevo impulso para la sanidad española.