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26 may. 2024 17:00H
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En España nos sentimos orgullosos de nuestro sistema sanitario. La Ley General de Sanidad (14/1986, de 25 de abril), garantiza el derecho a la protección de la salud de toda la población. En 2022 el Gobierno dedicó a salud 92.072 millones de euros (el 6,8 % del PIB), lo que representa un gasto de casi 2.000 euros por habitante y año.

Más que de gasto en salud hay que hablar de inversión, porque España encabeza la lista de países de Europa con mayor esperanza de vida al nacer y de vida saludable. Según un informe de la FADSP, está por encima de la media de países la Unión Europea en capacidad de cobertura hospitalaria, y según la OCDE está por debajo en la tasa de mortalidad por causas evitables y tratables. Nuestro país dispone además de una red de centros de Atención Primaria en todo su territorio que, a pesar de las dificultades como la falta de médicos de familia, facilitan la accesibilidad a la atención sanitaria y los cuidados de cualquier persona, allá donde viva.

El orgullo sanitario español: "En momentos de duda, la gente mira al SNS", era el titular de Redacción Médica en octubre de 2021 (tiempos Covid), donde las autoridades políticas reconocían y alababan la labor de los profesionales sanitarios, que "siempre están ahí". En efecto, el gran valor del sistema sanitario está en sus profesionales, incluyendo (aunque no se diga) a los equipos directivos de centros de AP y hospitales que afrontaron una situación inédita, con pocos recursos, pero con absoluta entrega.

La selección y evaluación de directivos sanitarios es un proceso crucial, porque se trata de profesionales con alta responsabilidad en equipos humanos, presupuestos y resultados, económicos y de salud. Según un reciente estudio de SEDISA y la Sociedad Catalana de Gestión Sanitaria, el 54% de los directivos hospitalarios son designados directamente por políticos, el 10% por concurso público y el 27% a través de un proceso de selección por parte del órgano de gobierno de la organización. En cualquiera de los casos, detrás está el órgano de gobierno correspondiente, sea del color que sea.


"El sistema sanitario es complejo, ofrece cobertura universal, es eficiente, de calidad y está orientado a la excelencia, por lo tanto, los cambios directivos en su estructura, además de que sean sanos para afrontar el cambio, deberían de estar sujetos a la evaluación de sus resultados"



Dice Josep María Esquirol en La escuela del alma, que “no hay que confundir autoridad con poder. Tiene autoridad el maestro que ayuda a formar al alumno o el responsable político que ayuda a crear buena convivencia”. El sistema sanitario es complejo, ofrece cobertura universal, es eficiente, de calidad y está orientado a la excelencia, por lo tanto, los cambios directivos en su estructura, además de que sean sanos para afrontar el cambio, deberían de estar sujetos a la evaluación de sus resultados, realizada por organismos independientes, con autoridad reconocida para ello, y no a cambios derivados del poder político dominante.

Aunque en el sector sanitario la profesionalización de la gestión es una reivindicación constante a lo largo de los años, la realidad es que “la vida sigue igual”, por lo que viene al hilo recordar la lección práctica de uno de mis maestros en gestión, con las directrices que recibía el nuevo jefe, consejero/gerente/directivo, cuando tomaba posesión del cargo. Se trataba de tres cartas, que deberían permanecer guardadas en un cajón, y a las que el nuevo directivo podría recurrir cuando se encontrara ante una crisis.

El nuevo jefe, en el ejercicio de su poder, y ante la primera situación difícil que encontró, tiró del cajón y abrió la primera carta en la que decía: “Cambia todo”. Y suele ocurrir que, al acceder a un puesto directivo, esa es la primera decisión que toman muchos de los nuevos responsables. No importan los resultados ni la trayectoria, y tampoco hay tiempo que perder en hacer análisis de situación. Es prioritaria la necesidad de cambio, tanto de equipos, como de estrategia y planes de acción. Parece que el objetivo principal es diferenciarse de los anteriores, haciendo, además, que se note el cambio.

El jefe, a pesar de hacer caso a la primera carta y de cambiarlo todo, se encuentra con que la vida sigue igual, y como decía la canción de Julio Iglesias, “las obras quedan la gente se va”.  En el día a día de nuestros centros de atención primaria y de nuestros hospitales, el cambio de arriba se percibe lejos, mientras que los problemas de abajo se viven cerca, y las soluciones no son mágicas. La lista de espera, la falta de profesionales y de tiempo, las quejas de pacientes, la presión sindical, el absentismo y el descontento en general, no se solucionaron con el cambio, y ante la persistencia de los problemas, el nuevo jefe se ve en la necesidad de abrir la segunda carta.

La segunda carta decía “Culpa a los anteriores de todos tus problemas”. Y así se hizo. “Como todo lo anterior era malo, hemos heredado los problemas y sus consecuencias”. Todos hemos vivido ejemplos en este sentido, sin embargo, como el liderazgo también implica compromiso y responsabilidad por el buen funcionamiento de la sanidad y de sus profesionales, desde lejos se asume la situación con dignidad silenciosa, mande quien mande, esperando a que el tiempo ponga a cada uno en su lugar.

Y es precisamente el tiempo, el que transcurre desde que se produjo el cambio directivo sin que se produjeran cambios en los resultados, el que obliga al nuevo jefe a abrir la tercera carta. La única que le queda, y donde espera esté su salvación. Con nerviosismo e incertidumbre, el nuevo jefe abrió la tercera carta, en la que decía: “Prepara tres cartas iguales para dejarlas en el cajón a tu sucesor”.

Recordando de nuevo a Josep Maria Esquirol cuando decía: “Tiene autoridad el director de orquesta que saca lo mejor de los músicos”, en Gestión Sanitaria tiene autoridad quien ayuda a crecer a nuestras organizaciones y sus profesionales, quien saca lo mejor de sus equipos, y quien impone con autoridad y no con el poder dominante, porque eso es lo que influye en los resultados, en la salud de nuestros pacientes y en el prestigio de nuestros profesionales, porque la fortaleza del sistema sanitario es que siga siendo orgullo y referente para la ciudadanía, y solo dependiente de la autoridad derivada de su calidad, buen servicio y alto prestigio, en lugar de estar sujeto a cambios generalizados, derivados de la alternancia política.